Capítulo 5: Entre la rivalidad y el deseo

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Las eliminatorias para el Mundial habían llegado, y el ambiente en el estadio estaba cargado de expectación. España contra Argentina, un enfrentamiento lleno de historia y rivalidad. Para Robin y Julián, el partido representaba algo más que una batalla entre dos selecciones; era un escenario en el que ambos podían demostrar su valía, uno contra el otro, sin las restricciones del club. Pero había algo más en juego, algo que no querían admitir. Desde aquel momento en el que Robin había asistido a Julián para marcar el gol de la victoria, su relación se había convertido en un complicado juego de emociones, intensificado por la reciente revelación del lado más humano de Robin.

El estadio vibraba con los cánticos de ambas aficiones mientras los equipos saltaban al campo. Desde el inicio del partido, la tensión se palpaba en cada jugada. España, con Robin comandando la defensa, se enfrentaba a la rapidez y astucia del ataque argentino, liderado por Julián. El marcador se mantenía igualado, pero no pasaba desapercibido cómo los defensores españoles, inspirados por la intensidad de Robin, se ensañaban con Julián. Cada vez que el delantero argentino recibía el balón, era derribado, empujado o agarrado, dejándole poco margen para maniobrar.

Robin observaba desde su posición. Veía cómo sus compañeros de equipo se empleaban con dureza contra Julián, golpeándolo una y otra vez. Al principio, había sentido una satisfacción oscura, esa satisfacción que nace de la competitividad y la rivalidad. Pero a medida que avanzaba el partido, algo cambió. Cada caída de Julián, cada gesto de dolor que cruzaba su rostro, empezó a despertar en Robin una inquietud inesperada. Cada vez que Julián se levantaba, sin embargo, lo hacía con la misma determinación en sus ojos, como si nada ni nadie pudiera romper su espíritu.

En una de esas jugadas, cuando el partido estaba ya en la segunda mitad, ocurrió el momento crucial. Julián se había zafado de su marcador directo con un regate brillante y se encaminaba hacia el área con la intención de rematar. Justo cuando iba a disparar, fue derribado por un defensor español que se lanzó al suelo con fuerza excesiva. El árbitro no dudó: penalti a favor de Argentina. El estadio explotó en gritos y protestas. Los jugadores españoles rodearon al árbitro, reclamando la decisión, pero fue en vano.

Julián yacía en el suelo, respirando con dificultad mientras el fisioterapeuta argentino corría hacia él. Robin se quedó parado unos metros atrás, sus ojos fijos en la escena. Vio cómo Julián se incorporaba lentamente, el dolor visible en cada movimiento. Y fue en ese instante cuando algo se quebró dentro de él. Por primera vez en su carrera, Robin se encontró deseando que su equipo no obtuviera la ventaja. Quería que Argentina aprovechara esa oportunidad, quería que Julián, quien había soportado golpe tras golpe, tuviera un momento de alivio.

Pero los designios del fútbol son impredecibles. El árbitro indicó que el penalti lo lanzaría otro jugador argentino, no Julián, quien había sido el saco de boxeo durante todo el partido. Rodrigo De Paul tomó el balón y se dirigió al punto de penalti mientras el estadio contenía la respiración. Robin, desde su posición en la línea del área, sintió su corazón latir con fuerza. Una parte de él, esa parte que era futbolista, que quería ganar a toda costa, esperaba que su portero lo detuviera. Pero había otra parte, una más profunda, más emocional, que anhelaba ver a Julián vengado, aunque fuera por unos segundos.

De Paul tomó carrera y lanzó el disparo. El balón se elevó y fue directo al travesaño, rebotando hacia el terreno de juego. Penalti fallado. El estadio estalló en gritos y exclamaciones. Robin sintió una oleada de alivio recorriéndole el cuerpo al ver que su equipo no encajaba el gol. Pero al mismo tiempo, y de manera confusa, también sintió una punzada de desilusión. No porque España hubiera salido indemne, sino porque, en algún lugar de su mente, había querido que el penalti se convirtiera en una forma de justicia para Julián.

El partido continuó con la misma intensidad, pero para Robin todo había cambiado. Cada vez que veía a Julián luchar por el balón, sentía una contradicción arder en su pecho. Se suponía que tenía que desear la derrota de Argentina, y por ende, de Julián. Sin embargo, su mente volvía una y otra vez a la imagen de Julián levantándose del suelo, rehusando quedarse abajo, incluso después de los golpes más duros.

Cuando el árbitro pitó el final del partido, el marcador seguía empatado. Los jugadores se dirigieron a los vestuarios, algunos intercambiando camisetas, otros abrazando a viejos compañeros de club. Robin caminaba hacia el túnel cuando sintió una mirada fija en su espalda. Se giró y vio a Julián, de pie en el campo, con una mezcla de emociones en su rostro. Estaba agotado, magullado, pero había en él una chispa de desafío que hacía que Robin no pudiera apartar la vista.

Julián se acercó, cojeando ligeramente, pero con la cabeza alta.

—Buen partido —dijo Julián, su voz ronca pero firme.

Robin asintió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. No podía decir lo que realmente sentía, no podía confesarle que se había desilusionado de que el penalti fuera fallado sólo por lo que significaba para Julián.

—Tú también —respondió Robin al fin, esforzándose por mantener su voz neutral.

Julián lo observó por un momento más, como si buscara algo en sus ojos, algo que Robin no estaba preparado para mostrar.

—Nos veremos en los entrenamientos —dijo Julián finalmente, dándose la vuelta y caminando hacia el vestuario de Argentina.

Robin lo observó alejarse, sintiendo que una parte de él se iba con él. El Robin que se quedó allí en el campo no era el mismo que había comenzado el partido. Se dio cuenta de que había cruzado una línea invisible. Julián no era solo un rival, ni siquiera solo un compañero de equipo. Era alguien que había comenzado a importarle de una forma que nunca habría imaginado.Mientras caminaba hacia el vestuario de España, una pregunta le rondaba la mente: ¿Qué haría con esos sentimientos que ahora, por mucho que intentara ignorarlos, eran imposibles de negar?

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora