Capítulo 8: Tiempo de recuperación (Le Normand's pov)

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Me había acostumbrado a la rutina de los últimos días. Cada mañana, me levantaba temprano, preparaba todo para la rehabilitación de Julián y luego me dirigía a su casa. Desde el exterior, todo parecía sencillo: estaba ayudando a un compañero de equipo en su recuperación, asegurándose de que volviera al campo tan pronto como fuera posible. Al fin y al cabo, eso era lo que cualquier amigo haría, ¿no?

Sin embargo, a medida que los días pasaban, empezaba a cuestionarme esa versión de la historia. Algo en mí sabía que, si hubiera sido otro compañero, no habría estado tan involucrado. Tal vez habría ofrecido mi ayuda, por supuesto, pero no habría hecho de la recuperación mi prioridad diaria, algo que ocupaba mi mente desde el momento en que me despertaba hasta que volvía a casa por la noche.

No, había algo diferente con Julián. Intentaba convencerme de que no era así, de que mi deseo de ayudar no era más que profesionalismo y compañerismo. Pero cada vez que estaba con él, algo dentro de mi se agitaba. Al principio, lo atribuía a la culpabilidad. Ver a Julián lesionado en el campo, sabiendo que no había podido hacer nada para evitarlo, había despertado un sentido de responsabilidad que no podía ignorar. Me dije a mí mismo que esa era la razón por la que me sentía tan inclinado a estar ahí para él, a ofrecerle apoyo físico y emocional.

Pero a medida que pasaban los días, esa justificación empezó a desmoronarse. No era solo responsabilidad lo que me llevaba a la casa de Julián cada día. Había algo más profundo, algo que ni siquiera quería admitir para mí mismo. Cada vez que estaba cerca de Julián, notaba una tensión en el aire, una atracción que no podía evitar. Intentaba mantenerme enfocado en los ejercicios, en la rehabilitación, pero mis pensamientos seguían desviándose hacia el argentino, hacia la manera en que su rostro se iluminaba cuando lograba un avance, o la forma en que sus ojos brillaban con determinación incluso en los momentos más difíciles.

Había intentado ignorar esos sentimientos, empujarlos al fondo de mi mente. Pero con cada día que pasaba, se me hacía más difícil. Cuando estaba con Julián, me sentía vulnerable, como si la fachada de control que solía mantener empezara a resquebrajarse. Y eso me asustaba. No estaba acostumbrado a ese tipo de emociones, a sentir que algo más, algo fuera de mi control, estaba tomando las riendas.

Había momentos en los que me sorprendía observando a Julián mientras este se concentraba en los ejercicios, admirando su fuerza, su persistencia. Y luego, se reprendía a mí mismo. Esto no es más que rehabilitación, me decía una y otra vez, como un mantra. Lo harías por cualquier compañero. Pero en el fondo, sabía que no era verdad. Había algo en Julián, algo que me arrastraba, que me hacía querer estar cerca de él más de lo que podía justificar con lógica.

Y luego estaba el miedo, aunque no quería admitirlo. Miedo de lo que estaba empezando a sentir. Porque si permitía que esos sentimientos crecieran, si dejaba que ese vínculo con Julián fuera más allá de la simple amistad, ¿qué implicaría? ¿Qué consecuencias tendría para ellos, para el equipo, para su vida? No estaba seguro de estar preparado para enfrentar esas preguntas.

Cada vez que ayudaba a Julián con los ejercicios, mis manos rozando su piel al ajustar una postura o guiar un movimiento, sentía un tirón en el pecho. Era un conflicto constante entre lo que debía hacer y lo que quería hacer. Me esforzaba por mantener la compostura, por recordar que estaba allí para ayudar. Pero a medida que las sesiones avanzaban, esa barrera se hacía cada vez más delgada.

Había algo innegable en la manera en que Julián me miraba a veces, como si también estuviera sintiendo algo similar, aunque no estaba seguro si era solo mi imaginación. A veces me encontraba deseando que Julián dijera algo, que hiciera algún comentario que rompiera el hielo entre nosotros. Pero al mismo tiempo, temía lo que significaría si eso sucediera. Porque si Julián también sentía algo, ¿qué haríamos con ello? Y si no, ¿cómo seguiría adelante, fingiendo que todo estaba bien?

Intentaba encontrar consuelo en la idea de que todo esto pasaría cuando Julián se recuperara. Una vez que estuviera de nuevo en el campo, una vez que la rutina del fútbol retomara su curso normal, todo volvería a ser como antes. Pero en el fondo sabía que eso era una mentira. No podía simplemente retroceder. Lo que sentía por Julián no desaparecería solo porque volviera a jugar. Me había permitido acercarme demasiado, involucrarme demasiado.

Y ahora, cada vez que salía de la casa de Julián, sentía un vacío, una sensación de que no estaba haciendo lo suficiente, no estaba diciendo lo suficiente. No podía seguir ignorando lo que sucedía entre nosotros, pero al mismo tiempo, no sabía cómo enfrentarlo. ¿Cómo podría confesarle a Julián lo que realmente estaba sintiendo sin arriesgarlo todo?

Yo, el hombre que siempre tenía un plan, que siempre sabía qué hacer en cada situación, ahora me encontraba en un territorio completamente desconocido. Y por primera vez, no sabía si el camino que debía seguir era el correcto.

Pero una cosa era segura: cada día que pasaba con Julián, cada momento que compartían, solo hacía que esos sentimientos crecieran. Y, aunque intentara convencerme de lo contrario, sabía que no podría seguir ocultándolo por mucho más tiempo.

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora