Capítulo 16: El día que todo se derrumbó

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El día que todo se derrumbó, Julián se despertó con una sensación que no podía quitarse de encima. Sabía que algo no iba bien entre Robin y Enzo, y aunque había intentado evitarlo, la tensión entre ellos estaba alcanzando un punto insostenible. Enzo siempre encontraba la manera de soltar comentarios mordaces sobre Robin, y aunque en el pasado Julián lograba calmarlo o ignorar el tema, las cosas estaban tomando un giro más serio.

A medida que los días pasaban, la incomodidad crecía. Robin seguía siendo una parte importante de su vida, a pesar de que, desde que había comenzado a pasar más tiempo con Enzo, la relación entre ellos se había vuelto más compleja. No podía dejar de pensar en lo que significaba todo esto, y lo mucho que Enzo odiaba que siguieran en contacto.

Esa tarde, Julián estaba en casa, intentando relajarse tras un día largo de entrenamiento, cuando el primer mensaje de Enzo lo sacudió. Un mensaje inesperado, directo, que dejaba claro que el malestar de Enzo había llegado a su límite:

"Espero que disfrutes del espectáculo que Robin va a dar hoy, porque después de esto, puede que ya no vuelva a hablarte. Ah, y dile que si quiere competir conmigo, va a perder."

Al leer esas palabras, Julián sintió una punzada en el pecho. Sabía que Enzo y Robin tenían una rivalidad latente, pero esto era diferente. Era personal. Con los dedos temblorosos, le respondió rápidamente, tratando de calmar las aguas antes de que la situación se saliera de control:

"¿Qué estás diciendo, Enzo? No hace falta que te metas con Robin."

El segundo mensaje no tardó en llegar, pero esta vez era Robin quien escribía. Al leer las palabras de Robin, Julián sintió cómo su mundo empezaba a tambalearse:

"Enzo acaba de enviarme algo que no me gustó nada. Tenemos que hablar, Julián. Ya no puedo más."

Sin tiempo para procesar lo que ocurría, Julián sintió el vértigo en su estómago. Todo se estaba desmoronando demasiado rápido. Sabía que debía actuar, pero no sabía cómo frenar la tormenta que estaba por estallar.

No pasó mucho antes de que todo saltara por los aires. Julián se enteró de que Robin y Enzo habían decidido encontrarse, y aunque ambos habían mencionado que solo iban a "hablar", algo en el tono de sus mensajes le hacía temer lo peor. Salió corriendo de casa, con el corazón latiendo con fuerza, sabiendo que lo que iba a encontrar no sería bueno.

Cuando llegó a la cafetería donde se habían citado, cerca de un aparcamiento a las afueras, la escena era mucho peor de lo que había imaginado. Robin y Enzo estaban frente a frente, con los cuerpos tensos y las miradas cargadas de furia. Julián se detuvo, observando desde la distancia por un momento, intentando entender cómo había llegado todo tan lejos.

Enzo, con su habitual aire de arrogancia, fue el primero en hablar. Su tono estaba cargado de veneno:

—¿De verdad crees que puedes competir conmigo por Julián? —dijo, cruzándose de brazos y mirando a Robin con desdén—. Soy yo quien está a su lado ahora. Tú solo eres un recuerdo del pasado.

Julián observó cómo Robin cerraba los puños. Era evidente que estaba al borde del abismo emocional, y cada palabra que Enzo pronunciaba lo empujaba un poco más cerca de perder el control. El rostro de Robin se contorsionó de furia contenida mientras daba un paso adelante.

—No vuelvas a hablar de Julián así —gruñó Robin, con la voz rota por la rabia que intentaba contener—. No tienes ni idea de lo que significa para mí, y no te atrevas a amenazarme.

Julián sintió cómo su corazón se aceleraba al escuchar esas palabras. Sabía que las cosas estaban por desbordarse, y que si no intervenía pronto, la situación sería irreversible. Dio un paso adelante, con la intención de calmar a ambos, pero era como si no existiera para ellos. Ambos estaban demasiado atrapados en su propia tormenta.

Enzo, por su parte, no retrocedió. Esbozó una sonrisa que solo sirvió para alimentar aún más la ira de Robin.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Lanzarte contra mí como un animal? —provocó Enzo, con esa seguridad cruel que siempre mostraba—. Puedes intentarlo, pero recuerda algo: Julián siempre vuelve conmigo. Siempre.

Fue en ese momento cuando todo se derrumbó. Robin, cegado por la furia y el dolor, se abalanzó sobre Enzo con una fuerza descontrolada. Ambos cayeron al suelo en una pelea llena de rabia y frustración, mientras Julián corría hacia ellos, gritando sus nombres, desesperado por detener lo inevitable.

Cada golpe, cada empujón, parecía marcar el fin de algo importante para los tres. Julián luchaba por separarlos, pero no podía. Los dos estaban demasiado inmersos en su propia furia. Enzo, con esa sonrisa torcida, seguía provocando, mientras Robin, normalmente tan controlado, lo perdía todo en ese momento.

Cuando Julián finalmente logró interponerse entre ellos, su mirada se cruzó con la de Robin. Lo que vio en esos ojos no era solo furia, sino un dolor profundo, una mezcla de culpa y desesperación que lo destrozaba por dentro.

—Robin, basta —dijo Julián con voz temblorosa, pero firme—. Esto no va a arreglar nada. No es lo que quiero. Ninguno de los dos es lo que quiero ahora.

Robin, jadeando, con los puños aún cerrados, dio un paso atrás. Su respiración era irregular, pero algo en las palabras de Julián lo hizo detenerse. Todo lo que había sucedido, todo lo que había tratado de mantener bajo control, había explotado frente a sus ojos.

Enzo, todavía recuperándose, se levantó del suelo, sacudiéndose la ropa con desdén.

—Tranquilo, Julián. Ya no tienes que elegir—dijo con una sonrisa amarga—. Pero ten cuidado con él, nunca sabes hasta dónde puede llegar.

Con esas palabras, Enzo se dio la vuelta y se marchó, dejando a Julián y Robin solos en medio de lo que antes parecía un campo de batalla.

El silencio que quedó entre ellos fue más doloroso que cualquier golpe. Robin lo miró con los ojos llenos de remordimiento, pero también con una rabia que no lograba ocultar. Sabía que había perdido algo, pero no estaba seguro de qué.

Julián, por su parte, no sabía qué decir. Todo había cambiado, y aunque trataba de encontrar las palabras correctas, ninguna parecía suficiente. El punto de no retorno había llegado, y nada volvería a ser igual entre ellos.

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora