Capítulo 15: El derbi madrileño

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Y por fin llegó, el famoso derbi madrileño. La tensión se palpaba en el aire, y los latidos de los corazones de los jugadores resonaban casi con la misma fuerza que los cánticos de los aficionados. Robin sabía que este partido no sería fácil, ni por lo que significaba para el equipo ni por lo que significaba para él personalmente. Desde el momento en que se enteró de que se enfrentaría a Vinicius, sintió esa presión extra en el pecho, una mezcla de rabia contenida y frustración que lo seguía atormentando.

Había entrenado como nunca. No solo para este partido, sino para cada segundo en el que pisara el campo. Tras la clasificación a semifinales de la Champions, no podía permitirse un mal rendimiento. Simeone lo sabía, y sus compañeros también. Pero hoy... hoy había algo más en juego.

El pitido inicial resonó y, desde el primer minuto, Vinicius hizo lo suyo. Provocaciones, comentarios, miradas. Sabía exactamente cómo jugar con Robin, y cada palabra que le lanzaba le hacía perder un poco más el control. Robin intentó mantenerse firme, ignorarlo, centrarse en el partido, pero había algo en la forma en que Vinicius lo miraba que lo volvía loco.

La primera mitad fue un desastre. Robin estaba demasiado distraído, errando pases y perdiendo balones que normalmente dominaría sin esfuerzo. Simeone le gritaba desde la banda, pero él no podía escucharlo. Lo único que oía eran las palabras de Vinicius en su cabeza, repitiéndose una y otra vez, como una canción maldita.

"¿Todo bien, Robin?", le lanzó Vinicius al cruzarse con él en un contragolpe. Robin no respondió. Su mandíbula estaba tan tensa que apenas podía moverla. Solo quería concentrarse, pero Vinicius no dejaba de empujar.

Entonces, en la segunda mitad, lanzó la frase que lo cambiaría todo: "Julián nunca volverá a jugar al fútbol". Ese fue el golpe que Robin no vio venir. Se detuvo en seco, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué dijiste? —preguntó, mientras su voz temblaba, en un intento fallido de aparentar calma.

—Lo que oíste —respondió Vinicius, con una sonrisa burlona—. Tu amiguito se acabó. Nunca volverá a ser el mismo.

Fue como si el mundo entero se oscureciera a su alrededor. Todo el trabajo, todo el esfuerzo por contenerse, desapareció. Sin pensarlo, se lanzó hacia Vinicius. Primero lo empujó con toda la fuerza que tenía, y luego lo derribó. Los gritos del estadio se volvieron ensordecedores, pero a Robin no le importaba. Solo veía la sonrisa arrogante de Vinicius, ese gesto que lo estaba destrozando por dentro.

—¡Robin, no! —gritó Griezmann desde la distancia, pero ya era demasiado tarde.

Antes de que se diera cuenta, el árbitro estaba corriendo hacia ellos con la tarjeta roja en la mano. Expulsión directa. Se quedó ahí, inmóvil, mirando el suelo mientras el árbitro le señalaba la salida. Los abucheos del público se mezclaban con los gritos de sus compañeros, pero todo se sentía borroso. Había perdido el control, y ahora lo estaba pagando.

Mientras caminaba hacia el túnel, su mente se dirigió a Julián, quien estaba en el palco. Lo había visto antes del partido, y ahora, al encontrar su mirada, vio la decepción en sus ojos.

El vestuario estaba en silencio cuando Robin llegó, solo el eco de sus propios pasos resonando en la habitación vacía. Se sentó en un banco, con la cabeza entre las manos, tratando de calmarse, pero cada vez que recordaba lo que Vinicius había dicho, la ira volvía a quemarle por dentro. ¿De verdad Julián nunca volvería a jugar al fútbol?

Pasaron unos minutos antes de que escuchara su teléfono vibrar en el bolsillo. Lo sacó lentamente, temiendo lo que pudiera encontrar. Era un mensaje de Julián.

"¿Podemos hablar cuando termine el partido?", decía el mensaje.

Robin se quedó mirando la pantalla durante un buen rato, sin saber cómo responder, hasta que finalmente escribió un simple "Sí".

Más tarde esa noche, después de que el partido terminara, se encontró con Julián en su apartamento. Apenas lo vio, la culpa se apoderó de él.

—Robin... —empezó Julián, mirándolo con esa mezcla de preocupación y tristeza que tanto temía ver—. ¿Qué pasó ahí fuera?

Robin suspiró, sintiendo cómo todo el peso de la noche caía sobre sus hombros.

—Vinicius... —empezó a decir, pero las palabras se le atragantaban—. Me dijo que... que nunca volverías a jugar. Y perdí el control.

Julián lo observó en silencio por un momento, como si intentara procesar lo que acababa de decir. Luego, se acercó y puso una mano en su hombro.

—No puedes dejar que te afecte de esa manera —dijo, con la voz más suave de lo que esperaba—. Vinicius siempre va a intentar provocarte, pero no puedes reaccionar así, Robin. Tienes que ser más fuerte que eso.

Robin quería decir algo, disculparse, explicarle que no podía soportar la idea de que Julián no volviera a jugar al fútbol, pero las palabras no salían. Lo único que podía hacer era mirar el suelo, avergonzado de sí mismo.

—¿De verdad crees que no volveré a jugar? —preguntó Julián, su voz cargada de una inseguridad que rara vez mostraba.

Robin lo miró a los ojos, sorprendido por la pregunta. Sabía que la recuperación de su lesión era complicada, pero nunca había dudado de que volvería a ser el jugador que siempre había sido.

—No... yo... —balbuceó—. No sé por qué lo dijo, Julián. No creo eso, de verdad.Julián asintió lentamente, pero su expresión seguía siendo tensa. Sabía que esto no iba a ser fácil, ni para él ni para Robin. Y mientras se sentaba allí, en su apartamento, todo lo que había pasado en el campo se sentía aún más lejano. Lo único que importaba ahora era lo que iba a pasar entre ellos.

—Solo... no quiero que te pierdas por esto, Robin —dijo finalmente, con una mirada de sincera preocupación—. No por mí.

Pero lo que Julián no entendía, lo que no podía entender, era que todo lo que Robin hacía, lo hacía por él.

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora