Capítulo 6: El precio de la rivalidad (Julián's pov)

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El sonido del pitido inicial resonó en el Maracaná, y sentí el pulso acelerarse en mis venas. Era el clásico contra Brasil, un duelo en el que cada toque del balón, cada jugada, podía marcar la diferencia. Mi mente estaba centrada, mis músculos tensos, pero en equilibrio. Sabía que estaba listo. Había revisado los detalles tácticos, y tenía plena confianza en mis compañeros. Hoy era uno de esos días en los que podías sentir que todo iba a salir bien.

Pero mientras el partido avanzaba, algo me inquietaba. Sentía la presión constante de los jugadores brasileños, y aunque no era extraño en un encuentro así, había algo diferente. Especialmente con Vinicius Jr. A cada paso que daba, a cada regate que intentaba, sentía su sombra más cercana de lo habitual, como si estuviera siguiéndome con un propósito más allá del fútbol.

Cuando el balón llegó a mis pies tras un pase en profundidad, supe que esa era la jugada. Mis piernas se movieron por inercia, sorteando defensas con velocidad, pero entonces, en un parpadeo, todo se oscureció.

Sentí el impacto antes de entender lo que había sucedido. Un dolor agudo explotó en mi pierna, irradiando desde el tobillo hacia arriba. El mundo se detuvo mientras caía al suelo. Mis manos tocaron el césped frío, pero era como si no pudiera sentir nada más que ese dolor insoportable. Grité, y el sonido que salió de mi garganta fue crudo, lleno de una mezcla de sufrimiento y rabia.

¿Había sido Vinicius? En el momento en que me derribó, lo supe. No había sido una jugada por el balón. Fue algo más, algo calculado, premeditado. Podía verlo en su mirada cuando me giré brevemente mientras yacía en el suelo, su expresión impasible mientras mis compañeros reclamaban al árbitro. Sentí una oleada de impotencia mientras los médicos llegaban corriendo hacia mí.

El dolor físico era agudo, pero lo que dolía más era lo que significaba: sabiendo que no iba a poder continuar. Esto no era una simple caída, era algo serio, algo que me apartaría de lo que más amaba.

Mientras me sacaban del campo en la camilla, mi cabeza daba vueltas. Escuchaba los gritos de las aficiones, las protestas y el eco distante del partido que seguía sin mí. Traté de mantener la compostura, pero dentro, el miedo comenzaba a filtrarse. ¿Cuánto tiempo estaría fuera? ¿Volvería a jugar como antes?

Las luces blancas y frías del hospital contrastaban con el calor de la batalla en el campo. Tras la operación, el silencio en la habitación era ensordecedor, solo interrumpido por el pitido de las máquinas que monitoreaban mi estado. Mis pensamientos iban y venían, oscilando entre la rabia y la incertidumbre. Podía sentir la venda ajustada alrededor de mi pierna, la incomodidad física que me recordaba el coste de cada minuto en el campo.

¿Qué haría ahora? El fútbol era mi vida, mi pasión. ¿Cómo afrontaba esta situación? ¿Cuánto tiempo estaría fuera? No podía evitar pensar en lo que vendría después, en los entrenamientos de rehabilitación, en los partidos que vería desde el banquillo sin poder participar.

Estaba sumido en mis pensamientos cuando la puerta se abrió silenciosamente. Giré la cabeza, esperando ver a un médico o a algún compañero del equipo, pero fue Robin quien entró. Al principio, la sorpresa me invadió. No esperaba verlo aquí, especialmente después de un partido así. Pero en cuanto lo vi, algo en mi interior se alivió. Sabía que Robin no era del tipo de persona que se presentaba sin una razón de peso.

—¿Cómo estás? —me preguntó, su voz tranquila pero cargada de preocupación. Esa simple pregunta, que para muchos sería una formalidad, en su boca sonaba genuina.

—He estado mejor —intenté bromear, aunque la sonrisa me salió torcida. El dolor aún estaba presente, pero más allá de eso, el miedo seguía en mi pecho.Robin se sentó a mi lado, cruzando los brazos, su expresión más suave de lo que nunca había visto en él. No era fácil descifrar lo que pasaba por su mente, pero en ese momento, sentí que podía confiar en él de una manera que nunca había imaginado.

—Sé que esto es una mierda —dijo finalmente—, pero voy a ayudarte a volver. Lo que sea que necesites, estoy aquí.

No supe qué decir al principio. La sorpresa me dejó sin palabras. Nunca había visto a Robin así, tan vulnerable y abierto. Su propuesta me golpeó con fuerza. En medio de todo el caos y la frustración que sentía, escuchar esas palabras fue como un ancla que me devolvía a tierra.

—Gracias, Robin —le dije, mirándolo directamente a los ojos. Mi voz estaba más cargada de emoción de lo que había planeado—. No sé cómo voy a hacer esto solo.

Él negó con la cabeza de inmediato.

—No estarás solo.

Y en ese momento, me di cuenta de que lo decía en serio. Más allá de la rivalidad en el campo, más allá de las tensiones que habíamos vivido, había algo auténtico entre nosotros, algo que no podía negar. Quizá era respeto, quizá algo más profundo que todavía no podía poner en palabras, pero sabía que Robin estaba ahí, de verdad.

El silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez no era incómodo. Nos quedamos allí, sin necesidad de decir más, sabiendo que, a partir de ahora, la batalla que tenía por delante no sería solo mía.

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora