Capítulo 13: La batalla del Metropolitano (Julián's pov)

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Desde el momento en que llegué al Metropolitano, supe que algo iba a ser diferente. No había visto a Robin en semanas. Desde la última vez que nos cruzamos, todo se había vuelto un caos, y Enzo había estado ocupando cada espacio en mi vida, insistiendo en quedarse en mi casa pese a mis intentos de que volviera a su rutina. No había conseguido que se fuera. No del todo. Al principio creí que lo hacía por cuidarme, por la lesión, pero ahora todo se sentía diferente. Me resultaba incómodo. Y aunque no me atrevía a decirlo en voz alta, sabía que a Enzo le gustaba estar conmigo por algo más.

Pero hoy, todo eso quedó en segundo plano. Hoy, Robin jugaba contra el Chelsea. Contra Enzo. Y no pude evitar venir a verlo.

Me senté en el palco, rodeado de amigos, pero mi mente estaba en otro lugar. Sabía que Robin había estado entrenando más duro que nunca. Lo seguía en las redes, veía las historias que subía el equipo, las entrevistas. Él quería estar ahí, quería volver a su mejor nivel. Y por alguna razón que aún no entendía del todo, yo también quería verlo triunfar.

El ambiente en el estadio era increíble. El Atleti jugaba en casa y la hinchada estaba a tope, gritando, animando. Pero cuando lo vi salir al campo, algo dentro de mí se apretó. Robin se veía tenso. No era el mismo jugador seguro de sí mismo que había conocido.

El partido empezó y desde los primeros minutos pude ver que algo no iba bien. Robin fallaba pases sencillos, cometía faltas sin sentido. Se notaba que no estaba en su cabeza. Era frustrante verlo así, sabiendo que era capaz de mucho más. A cada fallo, sentía una punzada de culpa. No podía evitar pensar que, de alguna manera, yo era el responsable de su distracción. Que todo lo que había pasado entre nosotros lo estaba afectando.

Y, como si eso no fuera suficiente, Enzo se encargaba de empeorar la situación. Desde mi posición en el palco, veía cómo se le acercaba constantemente, hablándole, provocándolo. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Cuando Enzo y yo hablamos antes del partido, me lo dejó claro: quería hacer que Robin cometiera errores. Quería hacerlo perder la cabeza.

Intenté concentrarme en el partido, pero no podía. Cada vez que Enzo y Robin se cruzaban, sentía que algo dentro de mí se tensaba. Me molestaba que Enzo siguiera en mi casa, que no entendiera que ya no necesitaba su ayuda. Había intentado hablar con él, hacerle ver que era hora de que volviera a su vida normal, pero siempre encontraba una excusa para quedarse. Sabía que le gustaba estar cerca, pero lo que no podía decirle era que yo no sentía lo mismo.

Enzo era un buen amigo, pero nada más. Y la verdad es que cada vez que pensaba en Robin, cada vez que lo veía en el campo, me daba cuenta de que mis sentimientos eran mucho más complicados de lo que había querido admitir.

El primer tiempo terminó, y sentí un alivio momentáneo cuando los equipos se retiraron al vestuario. Esperaba que Simeone pudiera sacudir a Robin, hacerle reaccionar. No podía seguir así.

Pero al inicio del segundo tiempo, las cosas no parecían mejorar. Enzo seguía encima de él, buscándolo, intentando hacerlo cometer errores. Cada vez que Robin perdía un balón o cometía una falta, sentía una mezcla de frustración y tristeza. Esto no era lo que quería para él.

Entonces, en el minuto 80, las cosas empezaron a cambiar. Robin levantó la cabeza y, por un segundo, nuestras miradas se cruzaron. No sé cómo explicarlo, pero sentí como si algo en él se desbloqueara. Como si, de repente, recordara quién era y qué podía hacer. A partir de ese momento, todo fue diferente.

Empezó a jugar con una determinación que no había mostrado en todo el partido. Cada movimiento era más preciso, cada decisión más acertada. Y cuando el Chelsea tuvo una oportunidad clara de gol en el minuto 91, pensé que todo estaba perdido. Pero Robin, como el defensor increíble que sabía que era, se lanzó al suelo con una barrida perfecta y bloqueó el tiro.

El estadio estalló en gritos de celebración, y yo me encontré aplaudiendo, sin poder contener la sonrisa que se formó en mi rostro. Había vuelto. El Robin que conocía, el jugador que siempre admiré, estaba de vuelta.

Cuando el árbitro pitó el final del partido y el Atleti se clasificó para las semifinales, supe que esa jugada había sido crucial. Robin había salvado el partido.Mientras los jugadores se abrazaban en el campo, mi teléfono vibró en el bolsillo. Lo saqué y vi un mensaje de Griezmann.

"Sabes que lo hizo por ti, ¿no?"

Me quedé mirando la pantalla por un largo momento, sin saber qué responder. Porque, aunque no lo dijera en voz alta, algo en mí sabía que Antoine tenía razón.

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora