El partido entre Brasil y Argentina había comenzado, y aunque no formaba parte de él, me senté frente a la televisión, incapaz de apartar la vista. Era uno de esos encuentros que nadie quería perderse, un choque de titanes que prometía tensión y espectáculo. Pero para mí, este partido tenía un significado especial. Tenía que verlo. No solo porque Julián estaba ahí, liderando el ataque de Argentina, sino porque algo en mí no me permitía perder de vista lo que podría pasar.
Desde el principio, me di cuenta de que había algo extraño en la dinámica del partido. Brasil jugaba con dureza, más de lo habitual. Lo notaba en cada entrada, en cada balón dividido. Pero lo que realmente me desconcertaba era la forma en la que Vinicius Jr. seguía cada movimiento de Julián. Sabía que eran rivales, pero esta vez parecía personal. Había algo en su mirada, en su postura, que no me gustaba. Intenté alejar esos pensamientos, diciéndome que era solo otro enfrentamiento más. Pero mi pecho se apretaba cada vez que veía a Julián recibir el balón y notar la presión inmediata de los brasileños.
Y entonces, ocurrió. La jugada que cambió todo.
Vi cómo Julián hacía una de sus jugadas clásicas, zafándose de sus marcadores con ese estilo que siempre me había impresionado. Por un segundo, parecía que iba a escaparse, como tantas otras veces. Pero Vinicius, quien lo había estado acechando durante todo el partido, llegó con una fuerza brutal, una entrada que desde el primer momento me pareció fuera de lugar.
El impacto fue claro, incluso a través de la pantalla. Julián cayó al suelo, y el grito que soltó resonó en mi mente como un eco. Mi corazón se hundió en ese mismo instante. No me importaban los equipos ni el resultado. Solo podía pensar en él, retorciéndose de dolor, con el rostro torcido por una mezcla de sorpresa y sufrimiento.
Me quedé inmóvil, con el mando de la tele apretado en la mano, sintiendo una mezcla de frustración y rabia. Sabía que las lesiones eran parte del fútbol, pero esto... Esto no era casual. Vinicius había decidido acabar con Julián, y el motivo me era completamente irrelevante. Lo único que importaba era que él estaba ahí, en el suelo, vulnerable y herido.
Cuando los médicos llegaron corriendo hacia él, mi mente ya estaba en otro lugar. ¿Qué podía hacer yo desde aquí? No estaba allí para protegerlo, no podía estar en el campo con él para evitar que esto sucediera. Esa impotencia me carcomía, más de lo que quería admitir.
La imagen de Julián siendo sacado en camilla se quedó grabada en mi mente. Sabía que no había forma de que continuara el partido, que su lesión era grave. Y con ese pensamiento, algo dentro de mí cambió. No podía seguir siendo un simple espectador en su vida. Verlo así, herido y solo, hizo que todas mis dudas, mis miedos y mis confusiones se disiparan. Julián significaba más para mí de lo que había querido aceptar hasta ese momento.
Apagué la televisión antes de que el partido terminara, incapaz de seguir viendo. No importaba el resultado, lo único que me importaba era él. Tomé mis cosas rápidamente, casi sin pensarlo, y salí de mi apartamento. Mi mente ya estaba decidida, mi cuerpo actuando antes de que pudiera cuestionarlo. Sabía que tenía que estar allí para él, de alguna forma.
No era solo una cuestión de compañerismo, ni siquiera de amistad. Era algo más profundo, algo que apenas estaba empezando a entender. Tal vez parte de mí ya lo sabía desde el principio, desde ese primer gol que compartimos, cuando nuestras vidas se cruzaron de una forma inesperada. No podía permitir que esta distancia —ni física ni emocional— siguiera creciendo. Julián me importaba más de lo que había admitido, y no iba a dejar que pasara por esto solo.
Cuando llegué al hospital, la sensación de urgencia que me había llevado hasta allí comenzó a transformarse en nerviosismo. ¿Cómo se sentiría él al verme aparecer de la nada? ¿Pensaría que estaba cruzando una línea? Pero esas dudas se desvanecieron en cuanto lo vi en esa cama, con la pierna vendada y los ojos cansados, mirando al techo con una expresión que me rompió por dentro.
Entré en la habitación, y cuando nuestros ojos se encontraron, todo lo demás desapareció.
—¿Cómo estás? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. No era una pregunta sobre su estado físico, sino algo más profundo.
—He estado mejor —respondió con una sonrisa forzada, pero sus ojos me decían algo más. Estaba asustado, frustrado, perdido.
No pude evitar sentir una oleada de responsabilidad, como si en algún nivel, yo pudiera ayudarlo a cargar con ese peso. Me senté a su lado, tratando de encontrar las palabras correctas, pero todo lo que salió fue lo que sentía en lo más profundo de mí.
—Sé que esto es una mierda, pero voy a ayudarte a volver. Lo que sea que necesites, estoy aquí.
El silencio que siguió fue pesado, lleno de significados que no necesitaban palabras. No sabía cómo lo tomaría, si aceptaría mi oferta o si se sentiría abrumado. Pero cuando me miró, supe que había tomado la decisión correcta.
—Gracias, Robin —dijo al fin, su voz cargada de más emoción de la que esperaba—. No sé cómo voy a hacer esto solo.
Negué con la cabeza inmediatamente.
—No estarás solo —le aseguré, y lo decía en serio.
En ese momento, mientras lo veía tan vulnerable, supe que ya no se trataba solo de una promesa de amistad. Era algo más. Quería estar cerca de él, no solo para ayudarlo a recuperarse, sino para entender lo que realmente sentía. Sabía que quedaba un largo camino por delante, pero al menos ahora lo recorreríamos juntos.
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El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián Álvarez
FanfictionRobin Le Normand y Julián Álvarez llegan al Atlético de Madrid con expectativas altas y una rivalidad inesperada. Robin, un defensor imponente, es conocido por su frialdad y dedicación al equipo, mientras que Julián, un delantero apasionado, trae co...