Capítulo 7: Caminos paralelos (Julián's pov)

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Desde que ocurrió la lesión, no podía dejar de pensar en todo lo que había cambiado. No era solo mi cuerpo, las semanas de rehabilitación, o la incertidumbre de no saber si volvería a ser el mismo jugador de antes. Había algo más que lo carcomía, algo que no estaba preparado para admitir: Robin.

La primera vez que le vi llegar al hospital después del partido, sentí una mezcla de alivio y vergüenza. Estaba roto, física y emocionalmente. Sentir que Robin me había visto así, vulnerable, me dejó más expuesto de lo que jamás se había sentido en el campo. Pero había algo en la mirada de Robin, en su manera de hablarme, que me hacía sentir más seguro, más entero.

Al principio, pensé que era solo gratitud. Robin estaba ahí, ofreciéndole su apoyo incondicional, y eso significaba mucho. Pero a medida que pasaban los días, mientras las visitas de Robin se volvían más frecuentes, comencé a notar un cambio dentro de mí mismo. No era solo gratitud lo que sentía. Era algo más profundo, algo que no me había permitido sentir por nadie antes.

Con cada visita, la sensación se volvía más intensa. Robin no solo era mi compañero de equipo, ni siquiera solo un amigo cercano. Había algo en él que me atraía, algo que me hacía esperar con ansias esas horas en las que Robin aparecía en la clínica, con esa sonrisa tranquila que lograba aliviar, aunque fuera un poco, el dolor que sentía.

Una tarde, después de una agotadora sesión de fisioterapia, estaba tumbado en una camilla, intentando recuperar el aliento. Mi cuerpo estaba agotado, mi músculos doloridos, pero mi mente decidió irse a otro lugar. Y cuando Robin apareció, con esa mirada serena y firme, fue como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo.

—No pensé que llegarías tan temprano —dije, intentando sonar casual, aunque sabía que mi voz traicionaba lo que realmente sentía.

Robin se acercó, sus ojos fijos en los míos, y algo en mi pecho se aceleró. Había algo en la presencia de Robin que me daba fuerzas, que me hacía querer seguir luchando, no solo por mi recuperación, sino por algo más. Aunque no podía ponerle nombre, sentía que cada día estaba más cerca de descubrirlo.

—Quería ver cómo te iba —respondió Robin, su voz tan calmada como siempre, pero con un trasfondo que no podía descifrar del todo.

Esa simple respuesta, ese gesto cotidiano de preocuparse por él, hacía que todo lo demás se desvaneciera. No podía evitar observarlo más tiempo del necesario, sintiendo una calidez en su pecho que me asustaba y me emocionaba al mismo tiempo.

Con el paso de los días, mi relación con Robin cambió. Empecé a notar cómo cada vez que Robin estaba cerca, mi corazón latía más rápido, cómo mis pensamientos giraban en torno a él incluso cuando estaba solo. Había algo en su manera de ser, en su forma de apoyarlo, que me hacía sentir más vivo, más conectado, que nunca antes había experimentado con alguien.

No era solo la amistad lo que nos unía, lo sabía, aunque no estaba preparado aún para admitirlo. Esa sensación, ese tirón invisible que me atraía hacia Robin, iba más allá de las palabras de aliento o de los gestos de cuidado. Era algo que se colaba en mis pensamientos incluso cuando intentaba concentrarme en otra cosa. Cada sonrisa, cada mirada compartida, cada momento en que Robin estaba cerca me desarmaba un poco más.

Una tarde, mientras caminábamos juntos por los pasillos de la clínica, después de una sesión especialmente dura, no pude evitar sentir que algo había cambiado. La conversación era ligera, pero había una tensión, una electricidad en el aire que nos rodeaba.

—Voy a estar aquí, pase lo que pase —dijo Robin de repente, su voz firme, pero cargada de algo más que simple apoyo.

Me detuve, girándome para mirarle. Había algo en las palabras de Robin que me hicieron sentir vulnerable, pero a la vez, más conectado que nunca. En sus ojos, pude ver una promesa, una sinceridad que lo desarmó por completo.

—Lo sé —respondí, sin poder ocultar la emoción en mi voz.

Me di cuenta en ese momento de lo que estaba ocurriendo. Robin no era solo alguien que me apoyaba en su recuperación. No era solo mi compañero o mi amigo. Era alguien que había comenzado a ocupar un lugar mucho más importante en mi vida, un lugar que no había previsto, pero que ahora no podía negar.

A medida que los días se sucedían, me encontraba deseando que Robin estuviera más cerca. No se trataba solo del fútbol, ni siquiera de la recuperación. Cada conversación que teníamos, cada mirada compartida, se sentía cargada de algo más profundo, algo que iba creciendo en su interior. No podía evitarlo. Había llegado un punto en el que ya no podía ignorar lo que sentía.

Cada vez que Robin estaba cerca, sentía que el aire se volvía más denso, que mi corazón latía más fuerte. Empecé a notar cada detalle: cómo se tensaban los músculos de Robin cuando me ayudaba, cómo me miraba cuando pensaba que él no le veía, cómo su presencia hacía que todo el dolor físico se desvaneciera, aunque solo fuera por unos momentos.

Y lo más aterrador de todo era que quería más. Quería que Robin estuviera ahí, no solo como apoyo, sino como algo más. Aunque no podía poner en palabras lo que sentía, sabía que lo que estaba sucediendo dentro de él no podía seguir ignorándose. Estaba empezando a enamorarse de Robin, y aunque eso lo aterraba, también lo hacía sentir más vivo que nunca.

No sabía cómo manejarlo, ni qué hacer con esos sentimientos. Pero cada día que pasaba, cada vez que Robin aparecía en la clínica, se volvía más claro: lo que sentía por él no era solo una atracción pasajera o un agradecimiento profundo. Era algo real, algo que crecía en su interior, y que ya no podía controlar.Mientras caminábamos juntos por el pasillo, con el sonido de sus pasos resonando en el aire, supe que estaba en un punto sin retorno. Robin significaba más para mí de lo que estaba dispuesto a admitir, y ya no sabía cómo enfrentarlo.

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora