Conocer a María había sido un accidente, una coincidencia que al principio me pareció fortuita. Después de semanas de pasar casi cada día con Julián, la necesidad de despejarme, de encontrar una distracción, se volvió inevitable. Estaba en un café, después de un largo día de entrenamiento y rehabilitación, cuando la conocí. Estaba leyendo un libro en la mesa de al lado, tranquila, ajena al bullicio a su alrededor. No tenía ni idea de quién era yo, ni le importaba el mundo del fútbol. Era refrescante, casi liberador, hablar con alguien que no me asociaba a un estadio o a una camiseta. Y eso fue lo que me atrajo de ella.
Al principio, la excusa de salir con María funcionaba. Era una manera fácil de evitar pensar en Julián, en lo que estaba sintiendo por él y en cómo esa cercanía que habíamos desarrollado durante su rehabilitación empezaba a desbordarme. María y yo empezamos a vernos más seguido, paseos tranquilos, cenas sin pretensiones. La ligereza que traía a mi vida era exactamente lo que necesitaba... o al menos eso creía.
Pero, incluso cuando estaba con ella, mi mente volvía una y otra vez a Julián. Durante los momentos más íntimos, cuando nuestras manos se rozaban o intercambiábamos sonrisas, algo dentro de mí se resistía a entregarse completamente. Era Julián en quien pensaba, su imagen persistía como una sombra, siempre presente, siempre ahí, incluso cuando me esforzaba por concentrarme en María. Había algo en la vulnerabilidad de Julián, en la manera en que me había permitido estar a su lado en esos momentos difíciles, que me atraía de una manera que no podía controlar.
Intenté seguir adelante, decirme a mí mismo que María era lo que necesitaba, que era simple, claro, y sin las complicaciones que Julián traía consigo. Pero no podía escapar de la verdad: la conexión que había construido con Julián era mucho más profunda de lo que estaba dispuesto a admitir. Sabía que se estaba alejando de mí. Sus mensajes eran cada vez menos frecuentes, y cuando nos veíamos, había un muro invisible entre nosotros, uno que yo había contribuido a construir con mi silencio. No era solo la distancia física lo que dolía, sino el hecho de que, poco a poco, estábamos perdiendo esa intimidad que habíamos compartido.
El día del partido, esa confusión seguía pesándome. Entré al campo intentando concentrarme, pero no podía dejar de pensar en él. Julián no había respondido a mis últimos mensajes, y su ausencia se sentía tan palpable como si estuviera en el estadio, observándome desde algún lugar lejano. Corría de un lado a otro del campo, pero mi mente no estaba allí. Cada vez que el balón se acercaba, mis pensamientos volvían a Julián, a la última vez que nos habíamos visto, a cómo se había sentido cuando dejó de buscarme.
Cuando el balón llegó a mis pies, todo fue un borrón. Lo golpeé sin pensar, y de repente, el balón estaba en el fondo de la red. Los gritos del estadio me envolvieron, pero yo no escuchaba nada. En ese momento, actué por instinto. Corrí hacia la banda y, sin saber por qué, tracé una "J" en el aire. Fue algo impulsivo, una especie de reflejo. Era su letra, su nombre, y en ese momento no pude evitarlo. No fue un gesto para María, ni para los aficionados, ni siquiera para mí. Fue para él. Para Julián.
Mientras trazaba esa "J", sentí una mezcla de alivio y confusión. Era como si, en ese breve segundo, hubiera aceptado lo que había estado evitando durante semanas. El problema era que ahora el mundo lo había visto, y no tenía cómo explicarlo. Los medios no tardaron en especular sobre el significado de la "J". Sabía que los rumores sobre María harían que nadie entendiera el gesto. No era para ella, y esa realidad empezaba a pesarme más de lo que estaba preparado para admitir.
Cuando el partido terminó, la preocupación por la celebración quedó en un segundo plano, porque había algo más que me había estado carcomiendo durante mucho tiempo: Vinicius y lo que le había hecho a Julián. Desde el día de la lesión, no había podido quitarme de la cabeza esa jugada sucia. Vinicius había salido impune, como si no hubiera sido nada, y eso me enfurecía. Sabía que no podía enfrentarme a él directamente, pero podía hacer algo más sutil, algo que lo pusiera incómodo, que lo forzara a confrontar lo que había hecho.
Por eso, en secreto, había contactado a un periodista de confianza. Era alguien que conocía desde hacía tiempo, y sabía que no tendría problema en hacer las preguntas incómodas que otros evitaban. Durante días planifiqué cómo introducir el tema en la rueda de prensa, cómo hacer que Vinicius respondiera por sus acciones sin que pareciera que yo estaba detrás de todo. No era justicia completa, pero al menos sería un comienzo.
Cuando vi la rueda de prensa en la televisión, supe que el plan había funcionado. El periodista hizo la pregunta con una calma calculada, pero el impacto fue inmediato. La cara de Vinicius cambió, la tensión era visible. Había estado evadiendo el tema, pero ahora tenía que enfrentarlo públicamente. No pude evitar sonreír. Sabía que esto no cambiaría lo que le había pasado a Julián, pero al menos le daba a Vinicius algo en qué pensar. Y, quizás, le recordaría que no todo quedaría sin consecuencias.
Después del partido, en lugar de sentirme mejor, la confusión me embargó aún más. Había hecho ese gesto en el aire para Julián, pero seguía sin saber cómo enfrentarlo. Sabía que lo estaba alejando con mis acciones, con mi relación con María, pero no podía detenerme. ¿Cómo explicarle lo que sentía, lo que realmente significaba esa "J"? ¿Cómo decirle que, aunque estaba intentando distraerme con otra persona, no podía dejar de pensar en él?
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El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián Álvarez
FanfictionRobin Le Normand y Julián Álvarez llegan al Atlético de Madrid con expectativas altas y una rivalidad inesperada. Robin, un defensor imponente, es conocido por su frialdad y dedicación al equipo, mientras que Julián, un delantero apasionado, trae co...