Capítulo 5: Entre la rivalidad y el deseo (Julián's pov)

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Las eliminatorias para el Mundial habían llegado, y el ambiente en el estadio estaba cargado de expectación. España contra Argentina. Para mí, este partido representaba más que un enfrentamiento entre selecciones. Era una oportunidad para demostrar mi valía, especialmente contra Robin, sin las restricciones del club y la máscara de distancia que él siempre llevaba. Pero, en el fondo, sabía que había algo más en juego, algo que no quería admitir ni siquiera ante mí mismo.

Desde que Robin me había asistido en aquel gol decisivo, nuestra relación se había convertido en un juego complejo de emociones, cada interacción cargada de una tensión que no podía ignorar. Había visto un lado de él que no esperaba, uno que no cuadraba con la frialdad que mostraba ante el mundo, y eso había complicado las cosas.

El estadio vibraba con los cánticos de las aficiones cuando salimos al campo. La tensión se palpaba en cada jugada. España, con Robin comandando la defensa, se plantaba con firmeza ante nuestros ataques. Cada vez que recibía el balón, sentía la presión de los defensores españoles, casi como si tuvieran una misión específica de pararme a cualquier costo. Me golpeaban, empujaban, agarraban; no me dejaban espacio para respirar.

A medida que avanzaba el partido, la intensidad se volvía casi insoportable. Cada caída me llenaba de frustración, pero también de una determinación feroz. Me levantaba cada vez, ignorando el dolor, sin dejar que me vieran derrotado. Sin embargo, en cada mirada que lanzaba hacia Robin, esperaba encontrar algo, cualquier señal de que todo esto le afectaba de alguna manera. Pero él mantenía esa expresión impenetrable, como si estuviera hecho de piedra.

Llegamos a la segunda mitad, y el partido estaba al límite. Entonces, ocurrió la jugada que cambiaría el partido. Me zafé de mi marcador con un regate y me encaminé hacia el área con la intención de disparar. Justo cuando iba a hacerlo, sentí el golpe. Caí al suelo con fuerza, el dolor extendiéndose por mi pierna. El árbitro señaló el punto de penalti, y por un instante, todo quedó en silencio. Podía escuchar los latidos de mi corazón en mis oídos mientras el fisioterapeuta corría hacia mí.

Me esforcé por incorporarme, respirando con dificultad, tratando de controlar el dolor. Levanté la mirada y, entre la multitud, mis ojos encontraron a Robin. Estaba parado a unos metros, observándome con una intensidad que me dejó sin aliento. Había algo en su mirada, algo que nunca había visto antes. No era satisfacción, ni la fría indiferencia que solía mostrar. Era... preocupación. Por un momento, quise que el mundo se detuviera para entender lo que estaba pasando por su mente.

Sin embargo, el árbitro decidió que yo no lanzaría el penalti. Rodrigo De Paul tomó el balón y se dirigió al punto. Me quedé de pie, dolorido, observando cómo se preparaba. Cerré los ojos por un segundo, deseando que el balón entrara, no solo por el bien del equipo, sino por mí, por todo lo que había soportado durante el partido.

El disparo voló y golpeó el travesaño. Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo el balón rebotaba hacia el campo. Fallado. La decepción me golpeó como una ola, pero lo más extraño fue lo que vi cuando mis ojos volvieron a buscar a Robin. En su rostro había una mezcla de alivio y algo más, algo que no pude identificar. Y eso me desconcertó más que el penalti fallido.

El partido continuó, pero nada volvió a ser igual para mí. Cada vez que me encontraba cerca de Robin en el campo, sentía esa tensión, esa confusión arremolinándose dentro de mí. ¿Qué se suponía que debía sentir? Se suponía que él era el rival, el obstáculo. Pero entonces, ¿por qué me afectaba tanto lo que veía en sus ojos?

Cuando el árbitro pitó el final, el marcador seguía empatado. Sentí una mezcla de agotamiento y vacío mientras los demás comenzaban a intercambiar camisetas y a abrazarse. Me quedé en el campo, mirando a la nada, intentando ordenar mis pensamientos. Pero mi mirada no tardó en buscarlo, en buscar a Robin.

Lo encontré caminando hacia el túnel, su figura tensa y solitaria. Sin pensarlo demasiado, comencé a avanzar hacia él. Sentía mi corazón martillando en mi pecho, una oleada de emociones que no podía comprender.

—Buen partido —logré decir cuando estuve lo suficientemente cerca. Mi voz sonó más ronca de lo que esperaba, pero firme. Quería que supiera que había sentido su mirada, que había notado ese cambio.

Robin asintió, y por un instante, creí ver una chispa de vulnerabilidad en sus ojos antes de que volviera a ponerse la máscara de siempre.

—Tú también —respondió con su voz neutral, como si nada hubiera pasado.

Lo observé un momento más, intentando descifrar lo que escondía detrás de ese semblante impasible. Me di cuenta de que no estaba preparado para mostrarme más, no aquí, no ahora.—Nos veremos en los entrenamientos —dije, sintiendo una punzada de frustración mientras me daba la vuelta y me alejaba.Caminé hacia el vestuario, mi mente aún aturdida por la confusión. Robin no era solo un rival para mí, no lo había sido desde hacía tiempo. Me había importado su reacción, me había importado lo que sentía.

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora