Los días desde mi salida de la clínica se habían vuelto una rutina casi reconfortante. Cada mañana, Robin llegaba puntual a mi puerta, con la misma calma y dedicación que empezaba a asociar con él. Al principio, el objetivo era claro: rehabilitación, recuperar la movilidad, volver al campo. Pero con cada sesión que pasaba, notaba cómo algo más empezaba a ocupar mi mente, algo que no tenía nada que ver con el fútbol o mi pierna lesionada.
Robin. Siempre Robin.
Al principio, había intentado mantener las cosas profesionales, enfocarme en la recuperación y nada más. Pero era imposible ignorar lo que sucedía cuando Robin estaba cerca. El simple hecho de verle cada día, de sentir su presencia tan cercana, se había convertido en algo más que una rutina médica. Me descubría mirándole en momentos de silencio, observando la manera en que fruncía ligeramente el ceño cuando me ayudaba a estirar, o cómo sus manos, fuertes pero cuidadosas, me sostenían en los ejercicios más difíciles.
Cada vez que Robin me tocaba para ajustar mi postura o guiar mis movimientos, un hormigueo recorría mi cuerpo. Era algo tan inesperado como inevitable. Al principio, había tratado de racionalizarlo, diciéndome a mí mismo que solo era la vulnerabilidad de estar herido, de necesitar ayuda. Pero con el paso del tiempo, esa atracción comenzó a hacerse más clara, más persistente. Me sorprendía deseando que las sesiones duraran más, que Robin se quedara más tiempo después, que esos momentos en los que compartíamos pequeñas conversaciones se convirtieran en algo más.
Sin embargo, junto con ese creciente sentimiento, venía el miedo. Un miedo constante que me acechaba cada vez que miraba a Robin y me preguntaba si estaba viendo lo mismo en sus ojos. ¿Era solo gratitud por haberme ayudado en mi recuperación? ¿O había algo más, algo que yo no me atrevía a nombrar en voz alta por temor a arruinar lo que ya teníamos?
El miedo de no ser correspondido me consumía en esos momentos de incertidumbre. No estaba acostumbrado a sentirme vulnerable, no de esta manera. En el campo, siempre había sido fuerte, decidido, sabiendo exactamente lo que tenía que hacer. Pero en este territorio nuevo, sin reglas claras ni certezas, me sentía totalmente perdido. ¿Y si Robin solo me veía como un amigo, un compañero al que había decidido ayudar por pura amabilidad? ¿Y si, al confesar lo que realmente sentía, ponía en peligro esa conexión que tanto valoraba?
En más de una ocasión, durante las pausas de los ejercicios, había estado a punto de decir algo, de dejar entrever lo que realmente pasaba por mi mente. Pero entonces veía la expresión tranquila de Robin, la forma en que me miraba sin una pizca de malicia o expectativa, y me tragaba las palabras. ¿Cómo podía arriesgarme a perder esa paz que Robin me traía, esa compañía que se había vuelto tan importante para mi?
Y, sin embargo, cada día que pasaba, el silencio entre nosotros se volvía más pesado, cargado de todo lo que no nos decíamos. Sentía que estaba caminando sobre una cuerda floja, intentando mantener el equilibrio entre lo que deseaba y lo que temía perder. Había noches en las que, después de que Robin se fuera, me quedaba despierto, repasando en mi mente cada gesto, cada palabra, tratando de descifrar si había algo más detrás de la calma impenetrable de Robin. ¿Acaso lo sentía también? ¿O todo estaba solo en mi cabeza?
Había momentos, fugaces pero innegables, en los que Robin parecía mirarme de una manera diferente, como si hubiera algo más detrás de sus ojos. Pero entonces, tan rápido como ese sentimiento aparecía, Robin volvía a su compostura habitual, tan imperturbable como siempre.
El miedo seguía ahí, agazapado en cada pensamiento. No quería equivocarme, no quería confundir mis propios deseos con la realidad. ¿Y si confesaba lo que sentía y Robin me rechazaba? ¿Y si perdía no solo la posibilidad de algo más, sino también la amistad que tanto había llegado a significar para mi?
Cada vez que Robin llegaba, con esa sonrisa tranquila y esas palabras de aliento, sentía mi corazón acelerarse. Y cada vez que Robin se iba, dejándome solo con mis pensamientos, el vacío que quedaba se llenaba de dudas. Por un lado, deseaba que Robin pudiera leer lo que pasaba por mi mente, que entendiera sin necesidad de palabras lo que yo mismo no podía decir. Pero por otro lado, temía más que nada lo que podría suceder si esos sentimientos salían a la luz.
Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarme a lo que sentía. No podía seguir ocultándolo, no podía seguir mintiéndome a mí mismo. Pero por ahora, me conformaba con esos momentos juntos, con el simple hecho de tener a Robin cerca. Porque, aunque no supiera si Robin sentía lo mismo, cada día con él era una pequeña victoria, un pequeño rayo de esperanza en medio de su incertidumbre.
Y aunque el miedo seguía presente, no podía negar lo que cada vez era más evidente: estaba enamorándome de Robin, y cada día que pasaba hacía más difícil ignorar ese sentimiento.
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El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián Álvarez
FanfictionRobin Le Normand y Julián Álvarez llegan al Atlético de Madrid con expectativas altas y una rivalidad inesperada. Robin, un defensor imponente, es conocido por su frialdad y dedicación al equipo, mientras que Julián, un delantero apasionado, trae co...