Capítulo 13: La batalla del Metropolitano (Le Normand's pov)

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Había estado esperando el partido contra el Chelsea durante semanas. No era solo otro encuentro de la Champions, para mí era la oportunidad que había estado buscando, el momento para demostrar que aún podía ser el jugador que el Atleti necesitaba. Había entrenado como nunca, me había exigido hasta el límite, y cuando le supliqué a Simeone que me dejara jugar, sentí que algo en su mirada me daba una última oportunidad.

Pero todo ese esfuerzo... ahora parecía haberse desvanecido. Mientras pisaba el césped del Metropolitano, con los gritos de los aficionados llenando el estadio, me sentía fuera de lugar. Algo en mi cabeza no encajaba, como si todo ese trabajo no fuera suficiente. Entonces, lo vi.

Julián.

Estaba en el palco VIP, sonriendo como si no hubiera pasado nada entre nosotros, como si estos últimos meses no hubieran sido una confusión interminable. Al principio no lo creí. Revisé las redes sociales para asegurarme, y ahí estaba, su cara en el estadio, sus amigos riendo a su alrededor. ¿Por qué había venido? ¿Había venido por mí?

Mi pecho se apretó, y todo el control que había logrado en los entrenamientos se me escapaba. Empecé a sentir esa presión familiar, ese maldito nudo en el estómago. Me decía a mí mismo que tenía que mantener la concentración, pero verlo allí... ¿cómo iba a hacerlo?

Cuando salí para el saludo inicial, me crucé con Enzo Fernández. En cuanto me miró, supe que no iba a perder la oportunidad de fastidiarme.

—Menos mal que Julián ha venido a verme. Así nos vamos juntos a casa —dijo con una sonrisa cínica, sabiendo exactamente dónde golpear.

Sentí la sangre subir a mi cabeza, el corazón latiendo con fuerza. ¿Juntos a casa? Su comentario me retumbaba en la mente una y otra vez. Intenté ignorarlo, pero no podía. No cuando cada parte de mí seguía preguntándose qué significaba todo esto con Julián. Las primeras jugadas del partido fueron un desastre. Estaba fuera de lugar, cometí dos faltas sin sentido, y con cada fallo, la sonrisa de Enzo se hacía más evidente.

Mi cabeza no estaba en el campo. Estaba con Julián, en el palco, en todo lo que había pasado entre nosotros.

Los primeros cuarenta y cinco minutos se me pasaron como en un sueño, uno de esos en los que corres, pero no llegas a ninguna parte. Me sentía atrapado, sofocado, como si el esfuerzo de todo ese tiempo no sirviera de nada. Al entrar al vestuario en el descanso, me senté en mi casillero, con la cabeza entre las manos, tratando de calmarme, de encontrar el foco. Pero solo tenía a Julián en la cabeza, esa imagen de él en el palco, riendo con los demás, como si yo no existiera.

Mis compañeros intentaron animarme, sobre todo Witsel, que siempre había estado ahí para echarme una mano. Pero nada parecía funcionar. ¿Qué me pasaba?. Simeone me lanzó una mirada dura, como si estuviera a punto de mandarme al banquillo.

—Si no estás al 100%, te saco, Le Normand —me advirtió, y supe que lo decía en serio.

Salimos al campo para la segunda mitad, y yo seguía desconcentrado. Enzo no paraba de provocarme, metiéndose en cada jugada, chocando conmigo, buscando que cometiera errores. Y lo peor es que lo estaba logrando. Cada vez que me decía algo, mi mente volvía a Julián, y eso me sacaba de quicio. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Por qué no podía pensar con claridad?

Pero entonces, en el minuto 80, lo vi de nuevo. Julián ya no estaba hablando con sus amigos. Sus ojos estaban fijos en mí. Me estaba mirando, y, por primera vez en todo el partido, sentí que algo dentro de mí cambiaba.

Todo el ruido del estadio, los gritos, los cánticos, todo se desvaneció por un segundo. Julián estaba ahí, viéndome, y por alguna razón, eso me dio fuerzas. Me levanté del suelo tras una jugada y me sacudí el polvo. No iba a dejar que Enzo, ni nadie, me distrajera. No esta vez.

Llegamos al minuto 91, el Chelsea estaba a punto de marcar, y todo el estadio contuvo el aliento. Un pase filtrado los dejó prácticamente solos frente a nuestro portero. Todo indicaba que iba a ser el final para nosotros. Pero algo dentro de mí se activó. Corrí como nunca, mis piernas parecían tener vida propia, y me lancé al suelo en una entrada perfecta, bloqueando el tiro justo a tiempo.

El balón salió por la línea de fondo, y el árbitro pitó el final del partido. Lo habíamos logrado.

El Metropolitano estalló en aplausos, pero yo apenas los escuchaba. Me quedé tendido en el césped, respirando con dificultad, sintiendo el alivio de haberlo conseguido, de haber estado a la altura cuando más lo necesitaba. Pero, sobre todo, lo único que podía pensar era en Julián.

Me levanté y busqué su rostro en el palco. Allí estaba, aplaudiendo, con esa sonrisa que tanto conocía. Le devolví una sonrisa tímida, aunque apenas me quedaban fuerzas.

Al final, Enzo se acercó, intentando fastidiarme como siempre, pero esta vez no necesitaba decir nada. Lo había demostrado en el campo. Había vuelto a ser yo. Y aunque aún no sabía qué hacer con todo lo que sentía por Julián, al menos, por esa noche, había logrado mantenerme en pie.

El arte de defender(te) // Robin Le Normand y Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora