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El callejón estaba lleno de sombras, y el aire olía a basura y humedad. Papá, Golfo, estaba de pie frente a Mechas, el líder de los callejeros. La tensión entre ellos era palpable. Yo me mantenía en silencio, escuchando cómo discutían sobre mí, pero mi mente estaba en caos. No sabía qué hacer. Quería ser libre, ser un callejero como siempre había soñado, pero la tristeza en los ojos de papá me hacía dudar.

Mechas, grande y corpulento, se adelantó con su usual aire de superioridad. "¿Así que te convertiste en el perrito faldero de una dama?" soltó, con una risa amarga. La forma en que lo dijo me hizo sentir un nudo en el pecho. Sabía que se refería a mamá, Reina. Golfo lo miró con una mezcla de tristeza y determinación.

"Elegí una vida distinta, Mechas. No todo se trata de las calles. Tengo una familia ahora, algo que tú nunca entenderías", respondió papá, su voz tranquila pero firme.

Mechas soltó un gruñido y lo miró con desprecio. "No me vengas con ese cuento, Golfo. Solías ser uno de los mejores. Éramos iguales, pero te volviste débil. Y ahora, ¿quieres que tu cachorro siga tus pasos, encerrado en una casa de lujo mientras olvidas lo que significa ser libre?"

Papá me miró entonces, con los ojos llenos de súplica. "Scamp, hijo... tú no perteneces aquí. Esta no es la vida que quieres, créeme. Sé que parece emocionante, pero no es lo que piensas. Vuelve a casa con nosotros."

Mi mente daba vueltas. Papá tenía razón en parte. Las calles eran duras, peligrosas. Pero la idea de volver a casa, de ser un perro doméstico, me parecía insoportable. Quería la libertad, el aire fresco, las aventuras... pero al mismo tiempo, veía la tristeza en los ojos de papá y me sentía culpable.

"No lo sé", murmuré, sintiendo el peso de las miradas de ambos. "Quiero ser libre, pero no quiero lastimarte, papá."

Mechas, siempre impaciente, bufó. "¿Libre? No puedes ser libre si te aferras a esa vida cómoda, ni mucho menos con ese estúpido collar que llevas puesto." Se acercó más, y pude sentir la presión en mi pecho. "Si realmente quieres ser uno de nosotros, tienes que dejar todo eso atrás."

Papá suspiró, y fue entonces cuando lo vi rendirse. Se dio la vuelta lentamente, su cola baja, y empezó a caminar hacia la salida del callejón. Cada uno de sus pasos era un recordatorio de lo que estaba perdiendo. Mi corazón se rompía con cada paso que daba, y quise gritarle que se quedara, que me diera más tiempo. Pero no lo hice. Solo lo observé irse, su figura desvaneciéndose en la oscuridad. Era como si una parte de mí se estuviera alejando también.

"Decídete, cachorro", dijo Mechas, su voz áspera sacándome de mis pensamientos. Antes de que pudiera reaccionar, lo vi moverse. Fue rápido, mucho más de lo que esperaba. En un segundo, embistió su enorme cuerpo contra el mío, haciéndome tambalear hacia atrás. Me sentí pequeño, insignificante. El miedo recorrió cada parte de mi cuerpo cuando vi sus colmillos dirigirse a mi cuello.

"¡No!" quise gritar, pero mi voz se quedó atascada en la garganta. Sentí su hocico sobre mi collar, y antes de poder hacer algo, sus dientes se cerraron sobre él con una fuerza brutal. Todo lo que podía hacer era quedarme quieto, aterrorizado de lo que podría pasar si intentaba resistir. El sonido del cuero desgarrándose fue ensordecedor en mi mente.

Mechas apretaba cada vez más fuerte, y por un segundo pensé que me iba a hacer daño. Pero no lo hizo. Solo sentí el tirón, y de repente, el collar que había llevado toda mi vida cayó hecho pedazos al suelo. Era como si, en un instante, todo lo que había sido hasta ese momento hubiera desaparecido.

Me quedé mirando los restos, sin saber qué sentir. El miedo aún me envolvía, pero poco a poco fue dando paso a otra cosa. Orgullo. Lo había hecho. Había roto con mi vida anterior, y ahora era libre. Sonreí, sin poder evitarlo, sintiendo una mezcla de adrenalina y emoción. Lo había conseguido.

Mechas me miró y soltó una risa baja, sacudiendo la cabeza mientras veía el collar roto. "Ya no necesitas esa basura", dijo con desprecio. Y, por primera vez, no me sentí asustado por él. Había dado el primer paso hacia la vida que siempre había deseado, aunque una parte de mí todavía extrañara lo que había dejado atrás.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora