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Cuando vi a Junior, el enojo se apoderó de mí de inmediato. Ahí estaba él, mirándome con esos ojos inocentes que tanto traté de ignorar. ¿Qué derecho tenía de seguirme? ¿Qué derecho tenía de llamarme "Scamp"?

Pero mientras me quedaba ahí, con los músculos tensos, listo para alejarme o gritarle que se fuera, esos ojos... No podía dejar de verlos. Algo en ellos me recordó cuando yo era solo un cachorro, cuando mis días no estaban llenos de peleas y odio. Me vino a la mente aquella época en la que corría libremente, sin preocupaciones, cuando todo parecía más simple. No sé por qué, pero toda esa rabia que sentía empezó a desvanecerse, como si el simple hecho de mirar a Junior me desarmara.

Él seguía acercándose, despacio, como si supiera que yo no le haría daño. No podía evitarlo. Lo dejé acercarse.

Y entonces, cuando estuvo lo suficientemente cerca, Junior me abrazó.

Ese abrazo me tomó completamente por sorpresa. Esperaba sentir la misma ira que suelo tener cuando pienso en Golfo, pero esta vez fue diferente. No hubo odio, ni rabia. Solo... confusión. No entendía cómo algo tan simple como un abrazo podía calmarme. Sentía su pequeño cuerpo contra el mío, y, por primera vez en mucho tiempo, no me sentí molesto. Solo me quedé ahí, sin saber qué hacer, pero también sin querer apartarlo.

Miré hacia abajo, observando cómo Junior me sostenía. No parecía importarle quién era yo, o cómo me veía. Solo estaba contento de estar conmigo, como si nada hubiera cambiado desde aquellas veces en que me veía como su amigo. Y por un momento, todo se sintió... bien.

Pero entonces, vi al padre de Junior acercarse desde la distancia. Mi corazón se aceleró. Sabía que no podía dejar que me viera. Con cuidado, me alejé de Junior y me escondí detrás de una pila de cajas cercanas. Desde ahí, vi cómo el padre de Junior se acercaba rápidamente, con una expresión preocupada en su rostro.

"Junior, ¿dónde estabas?", dijo, levantando al niño en sus brazos. "Me tenías preocupado".

Junior simplemente lo abrazó, sin dejar de mirarme, como si todo lo que acababa de pasar fuera completamente normal.

Yo no dije nada. No podía. Mi corazón no estaba seguro de lo que quería decir, o si siquiera debía decir algo. Mientras los observaba irse, no pude evitar sentir que algo dentro de mí había cambiado. Pero no estaba listo para entender qué era. Así que, en silencio, me quedé en mi escondite, observando hasta que desaparecieron de mi vista.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora