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Al voltear, me quedé helado. No podía creer lo que veían mis ojos. Al otro lado, aparecía Golfo. Su silueta era inconfundible, y en cuanto se acercó, me miró con una mezcla de sorpresa y algo más que no supe descifrar al principio. "No puedo creer lo mucho que has crecido," dijo, con esa voz que tanto había detestado desde el día que me traicionó.

Sentí una ola de rabia subir por mi pecho. Mi mirada se endureció al instante. "Vaya, si es el señor Casita," le solté con un tono ácido, "el que traiciona a su raza." No pude evitar que el resentimiento se escapara en esas palabras. A pesar de todo, Golfo no reaccionó como esperaba. En lugar de enojarse, su rostro mostró una tristeza profunda, pero intentaba ocultarla, aunque Mechas y yo pudimos notarlo. Lo conocíamos demasiado bien para no darnos cuenta.

Se acercó un poco más, manteniendo una distancia cautelosa. "Sabes, nunca imaginé que crecerías tanto," dijo con una voz suave, casi susurrante. "Me hubiera gustado verte dar ese paso."

Lo interrumpí antes de que pudiera seguir hablando. No quería escuchar sus justificaciones. "Y a mí me hubiera gustado no tener esta cicatriz en mi ojo." Giré la cabeza ligeramente, dejando que viera la marca que me había quedado. Esa herida que, aunque física, era también un recordatorio de todo lo que había sufrido.

Golfo suspiró, su mirada se llenó de remordimiento. "Sí, lo sé... No sabes cuánto me he arrepentido de ese día." Sus palabras se sentían sinceras, pero no quería dejarme llevar por ellas.

Antes de que pudiera responder, Mechas intervino, como siempre protegiéndome. "No, quisiste lastimarme a mí." Pude sentir la tensión en su voz. Mi padre estaba claramente molesto, pero hacía un esfuerzo por mantenerse calmado por mi bien. Lo admiraba por eso.

"Mira, Scamp," comenzó a decir Golfo, intentando explicar algo. Pero en cuanto escuché ese nombre, algo dentro de mí explotó.

"¡No me llames así!" Grité, el enojo y la frustración brotando de mi garganta. "¡Ahora me llamo Marcas!"

El impacto de mis palabras hizo que Golfo se viera pequeño. Como si, al pronunciar ese nombre, hubiese perdido algo que lo conectaba conmigo. Ya no era el cachorro que él conocía, y creo que eso lo golpeó más fuerte de lo que esperaba. Lo vi encogerse un poco, como si todo el peso de nuestras decisiones cayera sobre sus hombros.

De pronto, una voz femenina rompió el silencio. "Scamp," susurró con una dulzura que reconocí al instante, aunque no me atrevía a mirar.

Era Reina.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora