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Han pasado tres días desde que decidí quedarme con Mechas y los demás. Las cosas han cambiado, pero para bien, o al menos eso es lo que siento ahora. Ya no pienso tanto en todo lo que dejé atrás, y me preocupo más por divertirme que por cualquier otra cosa. 


Es como si el mundo se hubiera abierto ante mí, lleno de posibilidades y sin límites. Voy a donde quiero, corro lo más rápido que puedo, y hago lo que me apetece sin que nadie me diga nada. Si quiero romper algo, lo hago. Si quiero roer un hueso hasta dejarlo hecho polvo, lo hago. Y si quiero comer hasta hartarme, también lo hago.

Lo único de lo que aún me cuido es de los humanos. No sé por qué, pero cada vez que veo uno acercarse al deshuesadero, me escondo. Aún no tengo el valor ni los trucos que sabe Mechas para enfrentarlos o atacarlos. Me siento seguro aquí, pero hay algo en los humanos que todavía me pone nervioso. Mechas dice que con el tiempo aprenderé a no temerles, pero por ahora prefiero no cruzarme con ninguno.

Hasta hace poco, Angela seguía rondando en mi cabeza. Durante esos primeros tres días, no pude dejar de pensar en ella. Su mirada, sus palabras, la manera en que trató de convencerme de volver. Pero algo cambió al cuarto día. De repente, dejé de preocuparme por lo que pensaba. Ya no me importaba. Y para el quinto día, Angela se había desvanecido de mis pensamientos por completo.

Ese quinto día fue especial. Mechas nos llevó al pueblo, y pasamos toda la tarde corriendo de un lado a otro, explorando las calles como si fueran nuestras. No había reglas ni ataduras, solo la libertad de ir a donde quisiéramos. Era increíble. En un momento, mientras corríamos, nos topamos con un callejón que me hizo detenerme en seco. Lo reconocí de inmediato. Era el lugar donde solía vivir Reige, el primer perro que encerraron en la perrera después de que yo pasara mi prueba para unirme a la pandilla. Ver ese lugar me trajo recuerdos desagradables, y por un instante, sentí un nudo en el estómago.

Mechas, al notar que me había quedado atrás, se acercó a mí. "¿Estás pensando en él... o en Angela?", me preguntó con una voz que sonaba más curiosa que acusadora.

Negué con la cabeza, tratando de deshacerme de esa sensación incómoda. "No, no estoy pensando en ninguno de los dos."

Mechas me miró durante un segundo más antes de sonreír, casi como si estuviera complacido con mi respuesta. "Así son las calles, Scamp. Si quieres vivir aquí, tienes que aprender a pensar solo en ti mismo. No puedes darte el lujo de preocuparte por los demás. Si lo haces, no durarás mucho."

Sus palabras me resonaron. Sabía que tenía razón. Las calles eran duras, y solo los más fuertes sobrevivían. Me prometí a mí mismo que seguiría su consejo.

Poco después, nos topamos con un camión de carne. Estaba estacionado en una esquina, y para nuestra suerte, la puerta trasera estaba abierta. El aroma que salía de ahí era embriagador. Mis tripas rugieron con hambre.

Mechas sonrió de oreja a oreja. "Parece que la cena está servida", dijo con una chispa de emoción en su voz.

Todos nos lanzamos hacia el camión sin dudarlo. La puerta estaba completamente desprotegida, y en cuestión de segundos estábamos dentro, rodeados de carne fresca y deliciosa. Nunca en mi vida había visto tanta comida junta, y menos aún había tenido la oportunidad de comer así. Empecé a devorar todo lo que podía. No había reglas, ni nadie que me dijera que parara. Estaba en el paraíso.

Uno de los perros, con una risa burlona, me dijo: "Es mucho más divertido cuando están crudas, ¿verdad?"

Asentí, la boca llena de carne, y sentí una felicidad que nunca antes había experimentado. Pero de repente, el conductor del camión apareció. Gritaba a todo pulmón, llamándonos "ladrones", y amenazando con atraparnos. En un instante, todos salimos corriendo como rayos, dejando el camión atrás mientras el hombre seguía gritando.

La adrenalina corría por mis venas mientras huíamos por las calles. Mi corazón latía a mil por hora, y aunque debería haberme sentido asustado, todo lo contrario: me sentía vivo. Esa emoción, esa chispa de peligro... era algo que nunca había sentido antes.

Cuando finalmente nos detuvimos, Mechas me miró, con una sonrisa astuta en su rostro. "¿Qué te ha parecido, cachorro? ¿Qué sentiste?"

Me quedé sin aliento por un momento, pero finalmente logré responder. "Fue... increíble."Mechas soltó una risa profunda. "Tienes tanto que aprender todavía, Scamp."

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora