Después de aquella conversación con papá, todo cambió. Corríamos a través del bosque, el viento en nuestras caras, y yo ya no lo llamaba Mechas, sino papá. De vez en cuando, cuando la situación lo ameritaba, incluso me refería a él como "Padre", con un toque de respeto. Era raro al principio, pero ahora lo sentía natural, casi como si siempre hubiera sido así.
—¡Corre más rápido, hijo! —gritó papá mientras saltaba por encima de una roca.
—¡Sí, papá! —respondí con entusiasmo, empujando mis patas con más fuerza para alcanzarlo.
Habíamos estado entrenando a diario en el bosque, un lugar donde no sólo aprendía a correr más rápido, sino también a esconderme. Papá me había explicado la importancia de saber ocultarse cuando los humanos o algún perro más grande te persiguen. "No siempre se trata de ser más fuerte, sino más astuto", decía. Ya no sabía cuánto tiempo llevaba con la manada, pero me sentía diferente. Más fuerte. Más rápido. Mi reflejo me decía que había crecido y ahora casi alcanzaba el medio metro de altura. Estimaba que pronto cumpliría los ocho meses, lo que según papá, era el tiempo que tardábamos en alcanzar nuestro máximo tamaño.
Francois, que siempre nos seguía de cerca, saltaba entre los arbustos con su agilidad habitual. Al ser el más pequeño de la manada, se había convertido en nuestro experto en esconderse en agujeros y lugares diminutos. Era algo que yo ya no podía hacer; mi tamaño me lo impedía, pero había aprendido a cavar. Me hacía sentir útil, como si creara mis propios escondites donde antes no había ninguno.
—Mon ami, ¡correr no lo es todo! —gritaba Francois con su típico acento francés, mientras saltaba por un hueco en el tronco de un árbol caído—. A veces, es mejor desaparecer.
Nos reímos mientras continuábamos el entrenamiento, y después nos dirigimos al centro de la ciudad. Algunos de los miembros de la manada seguían buscando comida, hurgando entre los basureros o siguiendo el rastro de algún humano descuidado. Mi estómago rugió, pero en lugar de unirme, mi atención se desvió hacia un grupo de perritas que pasaban con sus dueños. Sus collares brillaban y sus abrigos estaban perfectamente peinados. Me acerqué con una sonrisa traviesa y lancé un piropo:
—Oye, ¿seguro que no quieren divertirse un rato con alguien libre como yo?
Me respondieron con una mirada despectiva y siguieron caminando, ignorándome por completo. Sonreí de lado, sin preocuparme en lo más mínimo.
—De lo que se pierden —murmuré para mí mismo, mientras seguía mi camino.
Poco después, llegué al callejón junto al restaurante francés. El mismo lugar donde había tenido mi única cita con Angela. El aroma a comida seguía flotando en el aire, pero esta vez, en lugar de sentir nostalgia o tristeza, simplemente lo ignoré. No tenía sentido aferrarse a eso ahora. Mis días como cachorro inquieto que buscaba la aprobación de alguien habían quedado atrás.
De repente, escuché una voz familiar detrás de mí:
—Wow, cuánto has crecido.
Me detuve en seco.
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Sí, Padre
FanfictionQué pasaría sí el plan de Mechas, para vengarse de Golfo, no hubiese sido permitir que un perrero capturara a Scamp sino algo mucho peor. Recordemos a Scamp, el hijo de Golfo y Reina, quien huyó de casa luego de estar harto de ser un perro casero, s...