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Me quedé congelado cuando reconocí esa voz. No podía ser, pero ahí estaba. Lentamente, me di la vuelta, y lo vi. Era Golfo.

—Golfo —dije, sorprendido, sin saber exactamente qué sentir.

Sus ojos recorrieron mi figura, notando cuánto había crecido. Su expresión era una mezcla de sorpresa y algo más, algo que no logré descifrar.

—Veo que has crecido mucho, Scamp —dijo, con una leve sonrisa.

Lo observé mientras caminaba por el callejón, su mirada se posaba en cada rincón como si estuviera volviendo a ver un lugar lleno de recuerdos.

—Este lugar no ha cambiado mucho —murmuró, como hablando consigo mismo.

—Lo sé, Tony y Joe siguen arrojándonos sobras —le respondí, con un toque de indiferencia.Golfo me miró con un destello de reconocimiento en sus ojos.

—Ya sabes sus nombres —dijo, casi como si estuviera orgulloso de ello.

—Sí, aquí vine con Angela la primera noche.

Golfo caminó un poco más, observando los alrededores con una calma que me inquietaba.

—Mi platillo favorito era la pasta —dijo, casi nostálgico.

Ya no podía más con esa pequeña charla, así que lo enfrenté directamente.

—¿Qué quieres, Golfo?

Él se detuvo por un segundo, su expresión cambiando a una más seria.

—Charlar, con mi hijo.

Fruncí el ceño y no dudé en responderle.

—Yo no soy tu hijo.

El rostro de Golfo se tensó. Pude ver el dolor en sus ojos, pero lo ocultó rápidamente. Aún así, continuó con su tono conciliador.

—Mira, Scamp... Sé que todo esto es lo que querías, pero no es tarde para que cambies.

—¿Cambiar? —repetí, casi riendo por lo absurdo que sonaba.

—Sí —respondió con firmeza—. Sé que puede ser divertido.

—Lo es.

—Ya sé, Scamp, pero creo que puedes tener una mejor vida. Además, tu madre...

No pude evitarlo. Lo interrumpí antes de que terminara esa frase.

—Reina no es mi madre.

Golfo se detuvo en seco. Sus ojos se endurecieron y vi cómo su gesto se transformaba en uno de ira contenida. Se acercó a mí, su cuerpo tenso, y su mirada furiosa.

—¿Qué acabas de decir?

El aire entre nosotros se hizo pesado, pero esta vez no me encogí de miedo. Algo en mí había cambiado. Lo miré directo a los ojos, con valor.

—Lo que escuchaste.

El silencio se hizo aún más denso. Golfo me miraba con incredulidad.

—Reina no es mi madre —repetí, con firmeza.

Ambos nos quedamos ahí, frente a frente, mirándonos con intensidad, mientras las palabras flotaban en el aire, llenas de un significado que no podía ser ignorado.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora