30

11 1 0
                                    

El debate en la reunión se intensificó rápidamente. Mi padre, Mechas, estaba enfocado en la carnicería. No era solo una cuestión de comida para él, era personal. Los perros salvajes que controlaban ese territorio lo habían desafiado muchas veces, y sabía que no podría descansar hasta que se hiciera con ese lugar. Pero cada líder tenía sus propios intereses. Rufus quería dirigir su manada hacia un almacén de comida que había estado vigilando por semanas. Bella prefería atacar un restaurante donde las sobras siempre eran abundantes. Tyson insistía en que debían robar una panadería que estaba relativamente cerca de su territorio. Hunter, siempre rápido y astuto, estaba convencido de que la mejor opción era un mercado al aire libre, donde el acceso era fácil pero la seguridad complicada.

Cada uno defendía su punto con vehemencia. Parecía imposible llegar a un acuerdo hasta que finalmente decidieron que lo mejor era llevar a cabo cinco robos simultáneos. Sería un golpe estratégico, pero con una diferencia: cada manada intercambiaría lugares. No robarían sus propios objetivos, sino los de los otros líderes. La idea era que, al mezclarse, dificultarían que los humanos encontraran un patrón y, además, podrían aprender nuevas tácticas de las otras manadas.

Para mí, aquello era interesante, y más aún emocionante. Sería la primera vez que las manadas colaboraban de esta forma, y la primera vez que yo estaría involucrado en algo tan grande. Después de que la reunión terminó, cada grupo se fue con su respectiva manada, transmitiendo las instrucciones y organizando quién haría qué. Sabíamos que esa misma noche llevaríamos a cabo el robo, y no había espacio para errores.

El plan era claro: cada líder lideraría el robo en el punto que había elegido, pero tendría que hacerlo con miembros de otras manadas. Cada uno de nosotros tendría que trabajar con perros que no conocíamos tan bien, pero el objetivo final era que, una vez que obtuviéramos el botín, lo redistribuiríamos entre todas las manadas para asegurarnos de que nadie se quedara con las manos vacías. Era un golpe ambicioso, pero si funcionaba, tendríamos suficiente comida para todos por semanas.

Mientras caminábamos hacia nuestra manada, ya con el plan en marcha, observé a mi padre, Mechas. Había un brillo en sus ojos que no había visto en mucho tiempo, una mezcla de determinación y orgullo. Al final del día, todo lo que hacía, lo hacía por mí. Y entonces, después de un momento de silencio, me miró y dijo:

"Hijo mío, tú y yo estaremos en el mismo equipo".

Esas palabras me llenaron de emoción. Estaría luchando junto a mi padre, codo a codo, y demostraría de nuevo que no soy el cachorro que solía ser.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora