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Golfo y yo corríamos a través de la multitud, nuestras patas golpeando el suelo con fuerza. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía como si estuviera actuando con un verdadero perro callejero, no con el Golfo que había conocido antes, el que vivía una vida cómoda y protegida. Ahora, lo veía saltar de un lado a otro, su agilidad y destreza destacaban entre el caos. Los humanos a nuestro alrededor parecían confundidos, nerviosos. Estaban demasiado ocupados lidiando con la invasión de perros para notar que algo más grande se estaba gestando.Esquivaba a la multitud, empujando entre la gente que intentaba rescatar sus pertenencias y comida de los perros hambrientos que atacaban los puestos. Golfo mantenía el ritmo, su mirada fija en nuestro destino. **Mechas estaba en peligro.**

Finalmente, llegamos al punto donde Mechas estaba, cerca de un gran congelador, una enorme puerta metálica al final de un estrecho pasillo. **Su emoción era palpable**. Estaba casi al alcance de su objetivo.

—¡No, padre! —grité, deteniéndome justo a tiempo.

Mechas se giró sorprendido al escuchar mi voz. **Nunca me había llamado así antes**, y verlo me hizo sentir una extraña mezcla de culpa y alivio.

—Marcas... hijo mío, ¿qué sucede? —preguntó, confundido, al verme tan alterado.

—No abras esa puerta, es una trampa —advertí, jadeando. El aire pesaba sobre nosotros mientras el silencio llenaba el espacio, interrumpido solo por los sonidos distantes de la feria y los perros saqueando.

Pero Mechas, como si mi advertencia hubiera llegado demasiado tarde, empujó la puerta. **El chirrido metálico resonó en el aire**, y en cuanto lo hizo, una oleada de perros grandes salió de ahí. Al frente de ellos, Brutus apareció, con una sonrisa maliciosa.

—Vaya, vaya, Mechas. ¡Eres un hueso difícil de roer! —dijo Brutus, con una mueca que no presagiaba nada bueno.

Mechas lo miró con rabia, observando cómo el supuesto cuarto estaba completamente vacío.

—¿Dónde está la carne? —gruñó Mechas, escaneando el espacio.

Brutus se rió, moviéndose con confianza.

—La carne está en su verdadero lugar... en el restaurante vecino. Los del circo, al enterarse del problema con los perros callejeros, llegaron a un acuerdo para alquilar este congelador. Así que trajimos cajas falsas, las hicimos pasar por mercancía y nos escondimos aquí esperando el momento justo.

Mechas apretó los dientes, furioso por haber caído en la trampa. Pero antes de que pudiera reaccionar, tres perros más grandes que él se acercaron a su posición. **Brutus se relamió, disfrutando de su victoria inminente**.

—Se acabó, Mechas —dijo Brutus con voz autoritaria, avanzando.

Mechas giró la cabeza hacia mí, sus ojos llenos de una mezcla de frustración y determinación.

—Ni lo sueñes —respondió con fiereza, y antes de que pudiera detenerlo, se lanzó hacia adelante, corriendo hacia la batalla.

La pelea comenzó con un rugido, mientras Mechas se enfrentaba a Brutus y los otros perros que intentaban someterlo.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora