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La noche era tranquila, el cielo despejado, y la luna llena iluminaba todo el basurero como si fuera de día. No podía dormir. Miraba la luna, gigante y hermosa, y sentí una urgencia dentro de mí, una necesidad que no podía explicar. Era como si me estuviera llamando. De repente, sin pensarlo, dejé que mi voz se uniera a su luz. Aullé.

La energía que sentí al hacerlo me recorrió el cuerpo, llenando cada rincón con una breve alegría. Por unos segundos, la ansiedad que había estado acumulando en los últimos días comenzó a desvanecerse. "Eso me quitó algo de presión", pensé, sintiéndome más ligero, aunque fuera por un momento.

De pronto, una voz interrumpió mis pensamientos. "¿No puedes dormir?" La reconocí de inmediato. Era Francois, con su acento francés tan característico. "Non, je ne peux pas dormir", le respondí.

Francois se acercó, se sentó a mi lado y miró la luna. "Yo tampoco puedo dormir", dijo con una sonrisa suave. "Solo falta un día para el atraco, y no sé por qué, pero siento que este no se parecerá en nada a lo que imaginamos".

Francois era perspicaz, y siempre tenía algo interesante que decir. Decidí aprovechar el momento. "Francois... ¿cómo fue tu pasado? ¿Siempre viviste en las calles?"

El me miró, como si reflexionara sobre mi pregunta. "Oui, siempre he vivido en las calles. Nunca tuve contacto con los humanos. Pero hay una cosa que siempre he admirado en ti, Marcas".

"¿Qué cosa?", le pregunté, curioso.

"Tu contacto con los niños", respondió, con una mezcla de nostalgia y tristeza. "Siempre me han gustado los niños. Son tan inocentes, tan llenos de alegría. Pero cada vez que me acercaba a uno, sus madres los apartaban de mí, pensando que los iba a morder".

"¿Y alguna vez lo hiciste?", le pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

Francois negó con la cabeza. "Non, jamás. Nunca lastimé a un niño. Pero las madres... una vez, una incluso me pateó. Solo me fui. No tenía sentido quedarme".

Me quedé en silencio, procesando lo que me decía. Francois era mucho más que un perro callejero, tenía un corazón más grande de lo que muchos imaginaban.

"El niño que te abrazó el otro día... parecía ser una buena persona", continuó. "No culpo al padre por no reconocerte cuando te dijo que no eras tú".

Fruncí el ceño. "¿De qué hablas?", le pregunté, recordando cómo el padre de Junior me había confundido.

Francois sonrió. "También te vi ese día", confesó, mirándome de reojo.

"¿Y por qué no se lo dijiste a mi padre?", pregunté, algo intrigado.

Francois soltó una risita suave, con ese acento que lo caracterizaba. "Porque él no lo entendería. Tu padre no tiene aprecio por los humanos, pero no conoce a los niños. Los niños, Marcas, son diferentes. Son inocentes. No tienen ese mismo miedo o desconfianza que los adultos".

Miré la luna, su brillo plateado reflejándose en mis ojos. "Recuerdo que miraba la luna cuando vivía en mi casa", dije en voz baja. "Junior solía abrazarme cuando me ponía a aullarle".Francois asintió. "Una cosa es cierta. Junior parecía un buen chico, ¿no?"

Suspiré. "Sí... una cosa que me gustaba de mi vida anterior era Junior. Pero él no era suficiente para mantener todo lo demás. No podía quedarme."

Francois me miró con comprensión. "Te entiendo. Pero debes entender una cosa también".

"¿Qué cosa?", pregunté.

Francois sonrió de nuevo, con esa sabiduría que solo él tenía. "Ahora eres un perro callejero, lo que significa que los humanos no te ven del mismo modo que cuando eras un perro casero. Por eso tu antiguo dueño no te reconoció. No ven en ti lo mismo que solían ver".

Sus palabras eran ciertas, y por más que quisiera negar lo evidente, sabía que tenía razón. 

Francois me miró de cerca, y añadió: "Sé que esta vida es lo que querías, Marcas. Créeme, yo también la disfruto. Pero a veces, desearía que los humanos no se asustaran cuando me acerco a un niño".

Volví mi mirada hacia la luna, y en ese momento, sentí como si pudiera ver el rostro de Junior en su resplandor. Las memorias de él abrazándome, su risa, sus caricias... me llenaron el corazón de nostalgia.

"Lo siento, Junior", pensé en silencio. "No puedo volver porque ahora... esto es lo que soy. Un perro callejero".

Y, con ese pensamiento, la luna se mantuvo alta, brillante e inmóvil, mientras yo aceptaba una verdad que había estado evitando.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora