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Volteé y, para mi sorpresa, era Angela. No sentí alegría al verla, más bien una mezcla de sorpresa y confusión. Hacía tanto tiempo desde la última vez que nos habíamos cruzado. Ella se acercó con una mirada calma, casi distante.


—Veo que has crecido mucho —dijo, con una sonrisa fugaz.

—Tú también —le respondí, notando que ahora está casi de mi tamaño. Era una sensación extraña, verla así, como si ambos hubiéramos cambiado en tantos aspectos que ya no éramos los mismos de antes.

Angela se detuvo a unos pasos de mí, olfateando el aire y observándome con curiosidad.

—Y qué tal te está yendo, Scamp... o debo decir, Marcas —comentó con un tono burlón.Me tensé al escuchar ese nombre. ¿Cómo lo sabía?

—¿Cómo lo sabes? —pregunté con desconfianza.

Ella soltó una leve risa y dijo:

—¿Bromeas? Todas las perritas callejeras hablan de "Marcas", el hijo del gran Mechas.

Sentí un breve momento de orgullo al escuchar eso, pero cuando la miré, Angela no compartía mi emoción. Su semblante seguía siendo neutral, casi desapegado. Después de un rato en silencio, le pregunté:

—¿Qué quieres, Angela?

—Nada, solo algo de comer —dijo despreocupadamente mientras se subía a un bote de basura y sacaba un pedazo de carne medio fresco—. ¿Quieres? —me ofreció.

—No, acabo de comer —respondí.

Ella asintió con la cabeza, como si ya lo supiera.

—Lo sé. Un pollo entero y una cesta de comida... —murmuró mientras tomaba un mordisco.

Fruncí el ceño.

—¿Nos espiaste?

—No —respondió con naturalidad—. Solo los vi cuando llegaron al callejón.

Se encogió de hombros como si fuera lo más normal del mundo. La miré con escepticismo, sin saber qué decir.

—Aquí es donde he estado viviendo desde que Mechas me echó —añadió de repente, su tono más sombrío.

—Papá es muy estricto —dije, tratando de justificarlo.

Angela bajó del bote y me miró directo a los ojos.

—Mechas no es tu padre.

Sus palabras me hirieron, como si me hubieran clavado una espina en el pecho.

—Sí lo es —insistí, furioso.

—Golfo es tu padre —contestó ella, con frialdad.

Sin pensarlo, empujé el bote de basura, tumbándolo mientras ella caía junto con él. Me acerqué, mostrándole la cicatriz de tres cortes sobre mi ojo izquierdo.

—¡No es cierto! —grité.

Angela, aún en el suelo, levantó la mirada hacia mí y dijo en voz baja:

—Pero no fue intencional.

Me detuve, respirando entrecortadamente. Mis ojos buscaron los suyos, y ella me sostuvo la mirada con una calma que no entendía.

—Fue un accidente, Scamp. —Su voz ahora sonaba suave, casi consoladora.

—¡Me lastimó! —le repliqué.

—No, iba a atacar a Mechas, pero tú te interpusiste. Por eso fue que te pasó. —Su tono era firme, pero no agresivo. Solo quería hacerme entender.

Las palabras se revolvían en mi cabeza, pero no lograban asentarse. Mechas es mi padre, me repetí una y otra vez. Finalmente, respondí:

—Mechas es mi padre. Tenía que protegerlo de un traidor. —Mi voz se endureció—. ¿Y tú cómo lo sabes?

Angela suspiró, levantándose del suelo.

—Porque yo los vi. —Miró el callejón, su nuevo hogar—. Recuerda que ahora vivo aquí.Me quedé inmóvil, con mi mente girando en círculos. Angela dio unos pasos hacia la salida del callejón, pero antes de irse se detuvo y me dijo:

—Mechas no es quien crees que es.

Algo en su tono me inquietó, pero no quería escucharla.

—Él solo quiere lastimar a Golfo, y sabe que contigo bajo su control puede hacerlo —añadió.

—Mi padre me dijo que Golfo era un cobarde, y no se equivocó. Lo dejó por una perra —dije, repitiendo las palabras que había escuchado una y otra vez de Mechas.

Angela negó con la cabeza y se acercó.

—No, lo hizo porque se enamoró. —Su voz era suave, casi suplicante—. Como nosotros cuando éramos pequeños. ¿No lo recuerdas?

Mis recuerdos con ella eran borrosos, pero no quería admitirlo. Solo quería aferrarme a lo que me había enseñado Mechas.

—Solo recuerdo a una perrita que se fue cuando mi padre me salvó de ese perrero. Con eso tengo más que suficiente.

Angela parecía dolida por mis palabras, pero no dijo nada. Cuando se giró para irse, hizo una última pausa.

—Tu papá aún te ama.

—Gracias, pero ya tengo un padre. Y me ama. —dije con firmeza, antes de darme la vuelta y alejarme de ella.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora