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**Corríamos sin descanso.**


Golfo, Spike y yo nos movíamos entre la multitud de perros y perreros, buscando a los más pequeños, aquellos que eran demasiado lentos o asustadizos para escapar por su cuenta. Les indicábamos dónde había un camino despejado, y yo les explicaba que **Francois** estaba en lo alto del edificio, golpeando su metal, y que él podría ayudarlos a llegar al basurero, un lugar seguro lejos de las trampas de los perreros.

—¡Por aquí, rápido! —les gritaba mientras señalaba una calle lateral, viendo cómo algunos de los más pequeños corrían desesperados hacia esa dirección.

Pero mientras organizaba su escape, no podía dejar de notar lo que ocurría alrededor. **Los perros más grandes** estaban cayendo, uno tras otro, en las redes de los perreros. Eran presas fáciles debido a su tamaño, y aunque intentaban resistir, **era inútil**.

Entre ellos, reconocí a algunos. Eran perros a los que yo había derrotado antes, en el juego de la cuerda, en otro tiempo y bajo otras circunstancias. **Me miraban con odio**, recordando probablemente la humillación que les había hecho pasar.

Pero no me importaba. En lugar de ignorarlos, me lancé sobre ellos, sorprendiendo tanto a los perreros como a los mismos perros grandes. **Los tumbé de golpe**, y los liberé de las redes. Algunos de esos perros huyeron sin mirar atrás, mientras que otros, para mi sorpresa, **dijeron sus nombres** y se unieron a la causa, ayudando a los más pequeños a escapar.

A medida que liberaba más y más perros, me di cuenta de algo: **no necesitaban que los guiara todo el tiempo**. Ahora, sabían cómo moverse y ayudar entre ellos. Podían valerse por sí mismos. Estaban empezando a organizarse.

—¿Cuántos quedan? —le pregunté a Spike mientras veía a más perros escapar.

—No muchos —respondió él, jadeando por el esfuerzo—. Algunos fueron capturados y llevados a las perreras, pero la mayoría está escapando. Todavía hay esperanza.

Respiré hondo, pero un frío recorrió mi espalda cuando miré hacia el lugar donde los perreros comenzaban a reunirse. Mi corazón se aceleró al darme cuenta de que se dirigían hacia **el mismo lugar donde estaba peleando Mechas**.

Sabía lo que eso significaba. **Tenía que volver**. No podía dejarlo solo.

—Voy a ayudar a Mechas —le dije a Golfo, con determinación.

Antes de que pudiera dar un paso más, Golfo me detuvo. Puso una pata firme sobre mi hombro y, con la mirada seria, me dijo:

—Espera, Marcas. Conozco un atajo.

Lo miré con sorpresa, pero confiaba en él. Si alguien sabía cómo moverse por la ciudad sin ser atrapado, era Golfo.

—Vamos —respondí, sintiendo que **el tiempo se agotaba**.

Corrimos juntos hacia lo desconocido, sabiendo que cada segundo contaba.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora