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Mechas y yo caminamos lado a lado por las calles oscuras, seguidos por la manada. Aunque me sentía nervioso, no podía evitar una cierta emoción. Estaba haciendo lo que siempre había querido: ser un callejero, libre de ataduras. Mis patas temblaban un poco, pero el corazón me latía con fuerza. Miré a Mechas, con su figura imponente liderando el camino, y me dije a mí mismo que estaba en el lugar correcto.


Cuando llegamos al deshuesadero, me sorprendí por lo inmenso que era. Las montañas de chatarra y basura se alzaban como gigantes dormidos bajo la luz de la luna. Sin pensarlo, corrí hacia ellas. No había reglas, ni restricciones. Podía hacer lo que quisiera. Me lancé entre los escombros, salté, corrí, y hasta me caí de una pila de basura, pero me levanté riendo. Mis pensamientos sobre mi antigua vida comenzaron a desvanecerse. Me sentí más libre que nunca, comiendo restos de comida que encontraba sin ningún reparo.

Mientras corría, Angela apareció de la nada. Su figura, delicada y elegante, me hizo detenerme por un momento. Estaba hermosa, pero su expresión era preocupante. Me miraba con una mezcla de tristeza y desaprobación.

"Scamp, ¿qué estás haciendo?" me preguntó, su voz suave pero llena de seriedad. "No puedes vivir así. Tú no eres como ellos."

"¿Cómo que no?" respondí, aún con el pecho agitado de tanto correr. "Esto es lo que siempre soñé. Ser libre, hacer lo que quiera, cuando quiera."

Angela suspiró y dio un paso hacia mí. "Scamp, eres noble, bueno y fiel. Esta vida en las calles te va a quitar todo eso. No te va a quedar nada."

Sus palabras me golpearon, pero no quería admitirlo. "Esto es lo que siempre he soñado, Angela. Ser libre de los humanos y de sus reglas. Tú no lo entiendes."

"¿No lo entiendo?" replicó Angela, su tono un poco más duro. "Yo entiendo más de lo que crees, Scamp. La vida en las calles no es lo que imaginas. No eres como ellos. Mírate. Te estás perdiendo en todo esto."

Mi corazón se aceleró, pero no por la emoción de la libertad, sino por la confusión. Angela tenía razón en cierta medida, pero también estaba tan segura de que no encajaba aquí. ¿Acaso no podía ser libre y seguir siendo yo?

De repente, Mechas apareció en medio de nuestra discusión. "¿Qué está pasando aquí?" gruñó, mirándonos con desconfianza. "He oído algo sobre humanos..."

Angela lo miró desafiante. "Él es el que quiere esta vida, no yo. Yo solo quería ayudarlo a ver quién realmente es."

"Yo no necesito una familia," respondí apresuradamente, antes de que Mechas pudiera decir algo. "Ella es la que quiere una familia, no yo."

El ambiente se volvió tenso de inmediato. Mechas me miró de reojo y luego a Angela. La tensión en sus ojos era clara. "Será mejor que te vayas, perrita," dijo Mechas en tono bajo pero amenazante.

Angela dio un paso atrás, pero antes de retirarse, me lanzó una última mirada, una que me atravesó por completo. "Tal vez no seas tan diferente de nosotros como crees," dijo, su voz cargada de decepción y tristeza. Y entonces, sin más, se dio la vuelta y empezó a alejarse.

Me quedé paralizado. Algo dentro de mí se rompió en ese momento. Había algo de verdad en sus palabras, algo que no podía ignorar, por mucho que quisiera. Me lancé tras ella. "¡Angela, espera!" grité, pero ella ya había desaparecido entre las sombras del callejón.La seguí, desesperado, hasta que la alcancé justo al final del callejón. "Lo siento, Angela. No quería..."

Antes de que pudiera terminar, un sonido metálico me interrumpió. El perrero. Apareció de la nada, su sonrisa maliciosa iluminada por el resplandor de la farola. "¡Al fin te encuentro!" exclamó, emocionado. Su red se alzó en el aire, lista para atraparme.

El miedo me congeló en mi lugar. No había escape, estaba acorralado. Justo cuando la red estaba a punto de caer sobre mí, Mechas apareció como una sombra negra. Con un gruñido feroz, mordió la red con sus poderosos dientes y la arrancó de las manos del perrero, tirándolo al suelo con fuerza.

"¡Corre!" gritó Mechas, dándonos tiempo para escapar.

Angela y yo no dudamos ni un segundo. Mechas salió disparado por un lado, llevándose a la manada con él, mientras Angela y yo corrimos en direcciones opuestas. No me atreví a mirarla, pero sabía que había algo roto entre nosotros.

Corrí tras Mechas, aunque en mi corazón, algo me decía que también había perdido algo más esa noche.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora