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Ha pasado un año desde que tomé el nombre de "Marcas". Ahora mi vida es muy distinta de la que tenía antes. Como hijo de Mechas, se espera mucho de mí, no solo fuerza, sino también madurez al momento de dirigirme a los demás. Me miran con respeto, y debo mantenerme a la altura. Me suelo mostrar alegre, siempre sonriendo, pero soy directo cuando es necesario. Esa es la forma en que Mechas me ha enseñado a manejarme en las calles.


Generalmente, me encargo de salir con Francois y Mooch en busca de comida. Francois siempre tiene algo ingenioso que decir con su acento francés, y Mooch... bueno, Mooch sigue siendo el mismo tonto de siempre, pero lo aprecio. Juntos, recorremos las calles y encontramos lo necesario para la manada. Durante la noche, suelo hablar con las perritas, quienes siempre me tratan con admiración, mucho más agradables que Angela. Cada vez que pienso en Angela, siento una mezcla de molestia y tristeza, pero he dejado eso atrás. O al menos, trato.

Mi vida en la calle se ha vuelto rutinaria en cierto sentido. Robar es algo que ahora hago casi por costumbre, y cada vez me hago más hábil en ello. Ya no es raro que me vean corretear por los callejones o tomando comida de los días de campo sin que nadie lo note. Lo que sí me sigue resultando extraño es cómo, de vez en cuando, veo a Golfo, Reina, Angela, o incluso a mis tíos, Triste y Jock, observándome desde lejos. Sus miradas siempre están llenas de sorpresa, como si no pudieran creer en lo que me he convertido. Yo tampoco podía, al principio.

Una vez, en uno de los torneos de la cuerda, gané con facilidad. Alguien, no recuerdo quién, me llamó "Scamp", el nombre que usaba cuando era más pequeño, cuando era un perro de casa. Algo en mí se encendió de inmediato. Me giré hacia él, con furia en los ojos, y le solté de manera tajante: "No me llamo 'Scamp'. Soy Marcas." Cada vez que alguien me llamaba de ese modo, me recordaba a Golfo y al daño que me hizo. Esa cicatriz en mi ojo izquierdo es la prueba de que él nunca fue mi verdadero padre. Me he convencido de ello. Él no merece que lleve su nombre.

Mechas, que estaba cerca, simplemente me acompañó después de aquello. Me lanzó una mirada de aprobación, una de esas que me recordaban que había tomado el camino correcto, el camino de la calle, el camino de ser fuerte. No había espacio para la debilidad, ni para los recuerdos dolorosos. Nos dirigimos a los callejones, a comer lo que habíamos conseguido.

Mientras masticaba, me preguntaba cuánto más seguiría odiando el nombre "Scamp". Pero no importaba. Ahora era Marcas, y eso era lo único que necesitaba recordar.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora