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Caminé hacia el centro del deshuesadero, donde la multitud de perros se había reunido. Había más de los que recordaba al llegar. Algunos eran rostros conocidos, pero otros eran nuevos, seguramente atraídos por la reputación de las peleas y los desafíos. Todos estaban ahí por una razón: el enfrentamiento.

Pete estaba en el centro, su imponente figura destacando sobre los demás. Sabía que sería un oponente difícil, pero no imposible. Lo había conocido desde que llegué al deshuesadero, y a pesar de su tamaño, tenía algunas debilidades que podría aprovechar.

"Mon ami," escuché la voz de Francois a mi lado. "No te dejes intimidar. Es solo grand et stupide. Usa su fuerza contra él." Su acento francés me sacó una sonrisa, pero sus palabras eran ciertas. Había aprendido que la fuerza bruta no siempre era la clave para ganar.

Tomé mi parte de la cuerda con firmeza, y al otro lado, Pete me miró directo a los ojos. "Ahora vas a saber lo que es pelear contra un perro de verdad," gruñó.

Me reí por lo bajo, recordando las veces que había enviado a Reggie a la perrera. "Eso ya lo he hecho," pensé para mis adentros, confiado.

"¡Comiencen!" exclamó Mechas, y el tira y afloja comenzó.

La fuerza de Pete era impresionante. Cada tirón de la cuerda hacía que mis patas se deslizaran ligeramente hacia adelante, pero no me dejaba caer. Mantenía mi posición firme, sabiendo que este no era solo un enfrentamiento de fuerza, sino de táctica.

Mientras luchábamos, no pude evitar recordar las veces que Mechas me había entrenado. Las noches en las que me enseñaba cómo sujetar una cuerda, cómo usar el peso del oponente en su contra. Me había enseñado movimientos especiales, estrategias para salir victorioso en situaciones como esta.

Pete parecía confiado. Sentí un tirón más fuerte, y por un momento pensé que estaba ganando, pero entonces recordé la táctica: colocar mis patas traseras hacia atrás, dar unos pasos al frente, y esperar el momento perfecto.

Pete empezó a aflojarse, confiado en que me tenía. Fue entonces cuando actué. Tiré con todas mis fuerzas, justo cuando él estaba desequilibrado, y la cuerda se soltó de sus fauces. La victoria fue mía.

Los perros alrededor se emocionaron, tanto los de mi manada como los de otras. Escuchaba sus murmullos y vítores mientras Pete se recuperaba, sacudiéndose y mirándome con una mezcla de sorpresa y respeto.

"Buena jugada, Scamp," dijo Pete, recordando cuando llegué.

Le devolví la mirada con una sonrisa de satisfacción. "Por favor," dije con calma, mirando a mi alrededor. "Ahora llámame Marcas."

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora