19

14 1 0
                                    

La primavera había llegado, y con ella el aire frío del invierno se había disipado por completo. Podía sentir la diferencia en el ambiente. El sol calentaba mi pelaje, el suelo ya no estaba helado, y finalmente podía volver a correr con la misma libertad que antes, como si el mundo entero estuviera esperando para que lo explorara de nuevo. Todo parecía renovarse, y yo también me sentía más vivo.

Ese día, estaba acompañado por Francois, el pequeño perro con acento francés, y Mooch, un pastor inglés que siempre hablaba de forma extraña, como si no terminara de entender todo lo que sucedía a su alrededor. Salir con ellos dos siempre era divertido, aunque también era una experiencia curiosa. Mientras Francois hablaba con su acento elegante y refinado, Mooch soltaba sus comentarios con una torpeza que hacía que cualquiera se riera.

—¡Ah, qué día tan maravilloso para una caminata, mon ami! —dijo Francois, con esa forma tan peculiar de pronunciar las palabras.

Mooch, como de costumbre, olisqueaba el aire sin parar, moviendo su cola de un lado a otro con una expresión de concentración en su rostro.

—Huele raro... algo... raro —dijo Mooch, frunciendo el ceño como si estuviera intentando resolver un rompecabezas.

Francois lo miró con sus ojos entrecerrados y sacudió la cabeza.

—Mon dieu, Mooch, ten cuidado con lo que dices. No vaya a ser que otra vez sea un neumático quemado como la última vez que dijiste que "huele raro".

Mooch lo miró confundido, claramente sin entender del todo lo que Francois estaba tratando de decirle, pero eso no importaba. Caminábamos juntos por las calles de la ciudad, disfrutando del cambio de estación. Era bueno estar fuera, sentir el viento fresco y la energía vibrante de la primavera.

A medida que avanzábamos, nos fuimos acercando al centro de la ciudad. Estaba lleno de vida. Había familias por todas partes, muchas de ellas disfrutando de días de campo en el parque. Algunos niños corrían detrás de pelotas, mientras otros jugaban con cometas que volaban alto en el cielo. Lo curioso es que, a diferencia de la vez anterior, no vi a mi antigua familia entre las multitudes. No me importaba. Ahora, lo único que llamaba mi atención era la comida. Y había mucha. Pude ver desde panes y pasteles hasta un enorme pollo asado que estaba prácticamente pidiendo que alguien lo tomara.

Mis patas se movieron instintivamente hacia él, pero me detuve un momento. Miré a mis compañeros.

—Chicos, tengo una idea —dije, con una sonrisa traviesa en mi rostro.

Francois levantó una ceja, intrigado, mientras Mooch solo ladeó la cabeza, esperando que le explicara qué tenía en mente.

Tenía que ser algo grande, y ese pollo gigante parecía el objetivo perfecto.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora