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Sentí un alivio indescriptible al decir todo lo que dije. Era como si por fin hubiera soltado una carga que había llevado durante demasiado tiempo. Ver a quien en otro tiempo llamaba "mamá" con el corazón roto me llenaba de una extraña satisfacción. Finalmente, les había dejado claro lo que sentía, lo que realmente pensaba.

"Mechas ha estado conmigo en los momentos que más lo necesité," dije, mirándolos a ambos con desprecio. "Me enseñó todo lo que sabe y me nombró de una forma que solía creer que ustedes eran. Pero luego de descubrir que me mintieron, me di cuenta de que no eran más que unos farsantes."

Golfo intentó intervenir, con esa voz tranquila que solía usar cuando pensaba que podía arreglar todo. "Solo queríamos lo mejor para ti, Scamp—" pero antes de que pudiera terminar, Mechas lo interrumpió, su voz resonando firme y orgullosa.

"¿Mejor que esto?" preguntó con una sonrisa desafiante. "Este muchacho se defiende de lo que sea, derrota a perros más grandes que él y lideró con sabiduría el robo anual."

Vi cómo las palabras "robo anual" hicieron que Golfo se quedara inmóvil, su rostro cambiando de repente. Lo había reconocido, claro. Sabía perfectamente lo que significaba. Mechas, viendo su reacción, se regodeó aún más. "Sí," continuó, "por fin logramos robar la carnicería."

Golfo y Reina vieron los trozos de carne que cargábamos, y lo comprendieron. Sabían de dónde venían. Lo sabían perfectamente. Mientras ambos se quedaban quietos, Mechas no dejó pasar la oportunidad de remarcar lo evidente.

"Este muchacho tenía mucho más potencial que cualquier otro perro que haya conocido," dijo, con orgullo. "Y al demostrarme su lealtad, supe que debía criarlo."Golfo, sin embargo, se mantuvo firme, con una tristeza que intentaba ocultar. "Él no hacía eso," murmuró, como si las palabras le pesaran.

Mechas arqueó una ceja. "Claro que no, cuando era casero."

Golfo negó con la cabeza, sus ojos brillando con una pena profunda. "No, cuando era bueno."De repente, Mechas y yo nos reímos al unísono. No pude evitarlo. La idea de "ser bueno" me parecía absurda ahora, una ilusión de tiempos pasados. Reina, sin embargo, no se rió. Sus ojos, llenos de súplica, se clavaron en mí.

"Hijo mío, por favor, no tienes que ser así," dijo con la voz temblorosa.

"¡No me llames así!" rugí, mi voz resonando con una rabia contenida que no pude controlar. Vi cómo el miedo se apoderaba de su rostro, entendiendo por fin la magnitud de mi odio. "¡Yo no soy tu hijo!" añadí, con un desprecio que la atravesó como un cuchillo.

Golfo se acercó lentamente, poniéndose detrás de Reina como si quisiera protegerla. Pero mis palabras no habían terminado. "Y tú tampoco eres alguien a quien yo deba llamar papá," dije, dirigiéndole una mirada fría. "Ustedes dos son un par de cobardes."

Reina, por primera vez, dejó de implorar. Su rostro cambió, y vi cómo la furia comenzaba a apoderarse de ella. "Tu familia te extraña," dijo, con un tono cargado de frustración. "Junior no ha dejado de llorar por ti."

Sentí una punzada, pero la aparté rápidamente. "A mí no me importa," respondí con desdén. "Soy libre."

"No los necesito," añadí, dándoles la espalda, listo para seguir mi camino.

Pero entonces, oí tres voces que rompieron el silencio. "¡Mamá! ¡Papá!"

Me detuve en seco. Reconocí esas voces de inmediato. Mis hermanas, Annette, Collette y Danielle.

Sí, PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora