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Emilio


Me duele la cabeza, un frío denso se extiende por mis brazos descubiertos y, como diría Lina, mi estómago tiene un agujero de gusano en el medio.

Teo se está fumando un cigarrillo, pero no me voy pese a lo desagradable del humo.

Brandon, por el contrario, no ha dejado de contradecir al otro.

—Es un presupuesto demasiado reducido, no iré solo por eso —insiste—, seguro que fue idea de tu papá.

—El presupuesto es solo para cubrir la parte de la filmación, Teo —Brandon ya suena exasperado—. Hay que conseguir patrocinadores.

—También te debes de encargar tú —se da la vuelta y recarga la espalda en el parapeto—. No envíes a Mimi con su agente, lo arruinarán. No les va bien con los sponsors.

Me paso los dedos por el fleco y tiro levemente de él para aliviar la presión en mis sienes. Brandon ya notó que he hecho ese movimiento varias veces, sabe que estoy al borde de un colapso.

Hay personas que no se merecen ni un gramo de paciencia. Teo el primero.

—No voy a enviar a Antonia —dice Bran.

—Mimi no tiene cara para entrevistas o anuncios publicitarios, lo echará a perder. Que lo haga Anto, sé de varios que estarían encantados de pasar un rato con ella. —Lanza una vaharada al aire.

Algo oscuro y pesado se forma en mi garganta cuando lo dice, así que aparto la vista.

—Bueno, basta —replica Bran, apuntándolo.

Teo tira la bachicha del cigarro y se marcha sin dar más explicaciones. Cualquiera diría que sabe lo que dice, pero creo que por su boca sale lo primero que se le viene a la mente.

No es un tipo con malicia, pero...

—Es solo un imbécil —digo.

Apoyo los antebrazos en el parapeto.

Hoy amanecimos con una temperatura que sigue cayendo en picado y quiero marcharme, pero no dejaré a Brandon solo entre tantas cosas que su padre le manda a hacer. Se afloja la corbata y pone las manos en jarras.

Sonrío al ver su aspecto.

—Es todo —dice—, no puedo más. Como si es mi papá, Antonia o ese idiota, con ninguno quedo bien. Estoy harto de eso.

Frunzo el ceño sin comprender.

Anoche dejé a Antonia en casa de Mimi. No estaba ebria y parecía entera, aun cuando habló del disgusto que tenía para con su familia.

—De tu papá lo entiendo, pero ¿Anto qué te hizo?

—Nada, solo omitió decirnos que se iba a escapar por la noche para irse a quedar sabe Dios con quién. —Resopla con fuerza—. Mi papá me mandó a averiguar si tiene algún pretendiente.

El edificio del frente es más alto que la estación. Alcanzo a ver mi reflejo en sus cristales.

—Dudo mucho, mi estimado, que invadir la privacidad de tu hermana sea la solución.

—Mi papá lo hará si no lo hago yo.

—Deja entonces que sea él quien cometa el error y no tú.

Brandon niega con la cabeza y se frota los ojos con dos dedos.

—Emilio, nos preocupó —dice, levantando los hombros—. Encima respondió el teléfono hasta que llegó a la radio hoy.

—Estoy completamente seguro de que Antonia no tiene ningún novio.

Puedo mirarlo por el rabillo del ojo, está cruzado de brazos y seguramente quiere una explicación.

—Fui a casa de Mimi anoche para dejarle unas anotaciones y estaba allí con ella.

—Debiste decirnos.

—Creí que ella lo haría —le espeto, irguiéndome—. Siendo honestos, Brandon, necesitan darle un poco de espacio. Cuando llegó a la hacienda estaba muy ansiosa y a la defensiva, trata de entenderla.

Pienso en mi propia vida y en la forma en la que Gastón se dirige a mí. Lina no podía intervenir a petición mía, pero muchas veces deseé que hablara para contarle la verdad. Entonces creía que si Gastón se enteraba de las mensualidades que recibe su madre cambiaría de opinión hacia nosotros.

Pero, ahora que lo pienso, puede que también se viera abrumado.

—Te voy a decir algo, Emilio —continúa Bran—, no me agrada mucho que Teo esté cerca de ella, pero hay algo que me agrada todavía menos y eso es tener esta sensación de que está pasando algo que deberías decirme.

Inhalo y exhalo profundamente, sin darle la razón pero a sabiendas de que ese algo necesito saberlo primero yo y no los demás. El recuerdo de Antonia y sus labios, en la terraza, aparece como un bloque de hielo y me cae encima.

Trato de apartarlo, pero me incomoda de todas maneras.

—Tranquilo, no está pasando nada —digo, para restarle plomo al asunto.

Él se queda frente a mí, examinando mi cara. Si tengo algo ahí que le facilita la lectura de mis emociones, no me lo dice.

—Pero da la casualidad de que Antonia me contó lo que pasó entre ustedes en La Generala. Amigo —hace una pausa—, lo que sea prefiero saberlo por ti.

Enarco una ceja. Hay pretensión en su voz, una oleada de calor me invade. Miro mis zapatos, me pongo las manos en la cadera y niego.

Hay muchas cosas que le podría decir. Sobre su hermana, sobre mí, sobre lo que Teo y Mimi creen y lo que quisiera evitar. Conozco el medio, sé qué cosas les hacen daño a las artistas. Pero se impone la fuerza de esa memoria, un ramalazo de energía que rodea la imagen, hasta puedo palpar mentalmente la línea de su mandíbula, su piel de seda.

Me aclaro la garganta, esperando que Brandon no note nada, que no note el deseo, y esperando que si lo nota consiga perdonarme.

—No pasó nada —digo al final—. Antonia y yo lo hablamos después, y ella dijo...

—Tú crees que la conoces, pero estás más ciego que un topo. —Su rostro luce afectado cuando sisea—. No dejes tus gafas en el estudio, por favor.

—¿Por qué estamos teniendo esta conversación? Antonia es sensata, fue un momento emocional para ella...

—¡Emocional! —casi grita—. Emilio, no estamos hablando de una niña de quince en plena pubertad, es una mujer... La consiente mucho mi papá, pero por mucho que él no quiera darse cuenta, Antonia toma sus propias decisiones y lo que pasó allá no fue producto de un momento emocional.

—Si lo que temes es que le corresponda, basta con que me pidas que no lo haga.

Una línea de expresión se ha formado en su frente. Por lo regular, cuando se enoja, arremete con lo primero que encuentra; conmigo es más auténtico, supongo, y me muestra un lado más vulnerable.

No nos hemos ocultado nada desde que le conté que mi papá tenía un hijo escondido al que consideré, por tantos años, miembro del servicio de mi casa. Aprieto el puño y me niego a darle cabida a la culpa.

—Corresponderle o no, es tu asunto —dice ya con la voz baja—. No era eso a lo que me refería. Solo... Anto es difícil de manejar.

Asiento.

—Probablemente deberían dejar de querer manejarla.

—¿Tan pronto vamos a tener esta discusión? —dice, la voz enronquecida.

Lo estudio conscientemente, inhalando y exhalando con lentitud.

Poca paciencia.

Mucho en qué pensar.

—No —suelto en voz baja—. La tendremos después.

Él mira al cielo y antes de que vuelva aquejarse, empiezo el camino de retorno. No soporto ni un minuto el vértigo enesta azotea, de eso tengo suficiente todos los días. 

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora