47

49 22 4
                                    



Antonia



Mimi no deja de sonreír a la pantalla de su teléfono, comienzo a creer que el gesto no es un buen augurio, pero finalmente lo deja sobre la mesa y vuelve a la charla que interrumpió hace unos minutos.

Hizo una llamada primero, pero al parecer nadie le respondió.

—Sí, mi papá no me quiere, él habría preferido que fuera un niño. Por eso —sorbe por su pajilla de forma ruidosa— mi hermano es la luz de sus ojos. Lo hace todo bien, aunque lo haga todo mal. La escuela, los deportes, todo.

No parece tener una relación demasiado fraternal con el susodicho, pero no la podría culpar si es rencor lo que hay en sus palabras. Sé que no debería hacer comparaciones, pero no logro evitarlo.

Brandon y yo siempre hemos sido unidos. Sin él, yo no sería la persona que soy ahora. Incluso el abandono de mamá me afectó menos a mí por él, que ha sido una especie de campo protector a mi lado. Hasta su relación con el mundo es limitada porque todo el tiempo me presta atención.

De alguna manera, hubiera deseado que Mimi tuviera a un hermano como el mío.

—A lo mejor tu padre hacía lo que podía con lo que tenía —digo, y lo pienso también sobre mi papá—, dudo mucho que hagan cosas así pensando en causar daño.

Mimi se encoge de hombros.

—Ya no importa —dice—. No me importa si para la gente soy un fracaso o si les molesto de una u otra forma. Prefiero incomodar y no fingir que soy feliz.

Me quedo callada por largos minutos. Ella aprovecha para ir a prepararse otra bebida. Me trae otra aunque no he terminado la primera.

Todavía no le pregunto siquiera si puedo quedarme aquí, y no he respondido a los mensajes de Rosi preguntándome a qué me refiero.

Otras veces me he enojado con mi familia. He transitado etapas en las que siento que no pertenezco a ellos, como si fuera demasiado diferente e incluso mis palabras tuvieran otro ADN. Pero el enojo se pasa cuando comparo la crianza de mi papá con el abandono de mi madre.

Ya no me importa si mi madre fue egoísta, me importa mi padre, que se sigue preocupando demasiado por mí.

—Lamento que no te apoyen en esto —digo, con un mohín.

Mimi hace un aspaviento y vuelve a beber.

La TV está encendida en un canal de música, así que pasan algunos videoclips que comentamos, como si de verdad tuviéramos los suficientes conocimientos.

También me cuenta cómo fue que empezó a subir su música a un canal de YouTube súper amateur, hasta que las vistas se dispararon y ella se convirtió en una diva del internet.

—Lo hago porque me gusta —dice cuando ya se ha bebido dos vasos y yo estoy con el segundo todavía—. Lo demás fue una casualidad, suerte, no lo sé.

Estira las piernas y las puntas de nuestros pies se tocan.

—No fui como tú. —Está sonriendo. Es la primera vez que la escucho tan seria y concentrada—. Todo lo que sé de canto empezó con imitaciones, repitiendo mis canciones favoritas. La primera vez que tomé un micrófono no fue con un entrenador vocal. No. Estaba en la secundaria y hubo un festival por el día de la madre. Querían llenar el programa. Una profesora pasó por las aulas hasta que encontró con quiénes hacerlo.

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora