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Emilio


No sentía nada parecido a esto desde antes de la muerte de mi padre, cuando ponía mis emociones primero y no estaban relegadas al fondo.

Estoy haciendo todo lo posible por aliviar la tensión entre Antonia y yo, pero ha cumplido su palabra y se acerca a mí solo cuando quiere que le corrija algo.

Ha mejorado tanto y se la ve tan desenvuelta que no me necesitará dentro de poco. O quizá ya sea hora de que pase a otro nivel de enseñanza, algo que conmigo no conseguirá más. La idea no es tan desgarradora, ya que me quitaré de encima un par de miradas aquí en el estudio.

Teo y Antonia salieron por café y Mimi está tratando de hacerle entender a Brandon por qué ese grupo de chicos al que adora podría superar a The Beatles.

Es la tercera vez que miro hacia la puerta...

—Mira, aquí —señala Mimi.

Echo un único vistazo a la foto que me muestra en la pantalla de su teléfono celular. Pero estoy incómodo y paso de la impaciencia a la torpeza; me quito los aislantes de un tajo para arrojarlos encima del tablero.

—No debiste beber tanto café —agrega Mimi.

Es increíble, pero su comentario me hace reír. Aun así, no puedo relajarme. Por un lado, preferiría irme de este lugar. Por el otro, no quisiera que termine nunca.

—Si no bebo ese café pasar tanto tiempo contigo sería una tortura —murmuro—. La cafeína me hace mejor ser humano, créeme.

—Te creo, tienes el aspecto de un hombre que ha pasado por dos divorcios y veinte empleos.

No digo nada.

El resto de la tarde hago que Mimi repita varias veces algunas de sus canciones. Teo sigue sin volver, así que también me encargo de su parte cuando ella termina. Está comenzando a dormirse en la silla giratoria, y entonces se escucha el seguro de la puerta.

Me concentro en la pantalla del frente, donde las diferentes pistas se reparten en un programa de estudio.

Teo tira de una silla y se acomoda a mi lado. Ambos continuamos oyendo y repitiendo algunos arreglos. Los músicos vienen en días factibles para ellos, así que me encargo de hacer las anotaciones suficientes.

—Pensé que la acústica la ibas a grabar tú —dice después de un rato.

Es casi medianoche y la pregunta del millón está en la punta de mi lengua. Mimi está acurrucada a un lado, sin sospechar que Teo regresó casi a las diez y sobre todo sin ver que Antonia no volvió con él.

—No puedo más —digo y me pongo de pie—. Mañana terminaremos...

—Emilio, hemos estado aquí hasta más tarde.

—Pero yo no he cenado todavía —admito—. Necesito una ducha y pedir un taxi para Mimi.

Él la observa como si apenas se hubiera dado cuenta de que estaba aquí.

—Puedo llevarla de paso —suspira, irguiéndose también—. Hola, señorita Laura.

Como con un encantamiento, Mimi se despierta de un salto. Responde a su nombre de pila como si fuera el preludio de una muerte anunciada.

Mientras me pongo el abrigo, Teo recoge las cosas de la chica y la ayuda a levantarse, adormilada como se encuentra.

Arrugo las cejas y recuerdo la razón por la que desconfío de él.

—¿Crees que puedas acercarme al edificio?

Le está colocando a Mimi su saco de color rosa. Se vuelve a mí con los ojos entornados, las cejas también una línea fruncida en su frente.

—Eh... sí, claro.

Después, los tres salimos del estudio.

Para el momento del tránsito, Mimi ya se ha despertado totalmente. Dice que tiene un poco de hambre, y Teo aprovecha eso para contar que está más que satisfecho con todo lo que Antonia y él comieron.

—Pensé que sería una de esas chicas que les tienen miedo a los carbohidratos —comenta, ya con quince minutos de repetir varias veces lo mismo—, pero me asombra.

—Tú satanizas a quienquiera que te diga que no, Teo —Mimi suena irritada.

Miro por la ventana para no hacerlo con él.

—Fuimos a por un café después. Y justo como pensé, a Antonia le gustan los sabores azucaradísimos.

Quiero replicar a eso, pero en lugar digo—: Ya llegamos, Mimi.

Ella se baja inmediatamente sin despedirse de ninguno de los dos, y entiendo que quiera salir de ese espacio en donde se tiene que respirar a Teo. Él conduce directo a mi edificio después y lo hace sin parar de hablar sobre Antonia, casi como si sus palabras fueran respuestas a preguntas que nadie le hizo.

—Por favor, cállate —suelto en cuanto mi residencia se vislumbra delante de mis ojos.

Teo me mira desde su asiento.

—Si no tuvieras todos esos requisitos para salir con alguien no tendrías que estar molesto ahora, hombre.

—Teo, no me molesta que salgas con Antonia si eso es lo que estás insinuando. —Abro la puerta—. Lo realmente increíble es la manera en la que te expresas de ella.

—Que no haga las cosas como tú no quiere decir que las esté haciendo mal.

—Como sea, ten cuidado. Sobre todo si se trata de Antonia, tengo mis límites.

Se remueve en el asiento tal cual si le hubiera contado un secreto ominoso. Dudo antes de bajarme, pero acabo haciéndolo.

Teo no aparta sus ojos de mí, así que le devuelvo el gesto.

—Nos vemos mañana.

Asiento para zanjar el tema, y Teo arranca. 

Todos tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora