No fue un mal día, pero...

21 2 0
                                    


De entre todos los momentos para que la vida nos juntara eligió ese instante.

De entre todas las personas terminaste siendo tú.

Tú, ese que con una sonrisa alumbra mis días.

Tú, el que con su risa inocente y divina logra que mis labios sonrían.

Tú.

De entre todo un salón tú terminaste escuchando "mi peor día".

Pese a rebuscar entre mi mente por experiencias dignas del título que dejaran miradas preocupadas cómo recuerdo lo único que encontré fue una caída.

Una cosa de nada comparado con lo que otros habían vivido, pero nunca he experimentado un momento parecido.

Estaba aterrorizada de que pensarás que mi vida era tan perfecta y yo tan engreída para que ese fuera mi peor día.

Porque para mí tu opinión fue importante desde que encontramos por primera vez nuestras miradas perdidas.

Cuando contaste tu anécdota me percate de algo, tú y yo vivimos cosas no tan malas mientras sean comparadas con las del resto.

Parece que nuestra vida siempre pinta ese cuadro perfecto.

Un halago, la pronunciación de mi nombre en tus labios, tu mirada sobre mí y casi dos horas de tu risa fue mi ganancia de ese día.

No un mal día, pero... Todo tiene un tiempo de partida.

Cuando terminó la actividad volvimos a nuestra realidad.

Tú y yo no estamos en el mismo entorno, no hubiéramos hablado de no ser por los equipos asignados... Pero descubrí que sabes mi nombre y que tengo la habilidad de pintar sonrisas en tus labios.

Obtuve también la pequeña satisfacción de saber que fui quien soy frente a ti, que no fingí pena o ser tímida para conseguir tu atención.

Es lo mejor saber que en esta "primera impresión" fui totalmente yo.

La yo que se gana con confianza, tiempo y paciencia, pero que por alguna razón fui capaz de manifestar delante de tu presencia.

Pero ¿cómo explicar la insaciable necesidad de compartir más momentos así?

Verte sonreír siempre había sido suficiente.

Escuchar tu voz y risa tan cerca no eran algo que ocupaba para respirar, pero ahora que las he experimentado no son fáciles de olvidar.

Esperé volver a verte ese día.

Incluso si fuera de lejos lo agradecería, pero el tiempo avanzaba y mi esperanza menguaba.

Segundo a segundo y minuto a minuto deseé que salieras por la puerta, pero no parecía ocurrir.

Justo cuando me rendía, alcé la vista, ahí estabas, saliendo detrás de tus amigos, no hablabas.

Una sonrisa se formó en mi rostro, había podido despedirme, aunque fuera de lejos, sin palabras, sin un solo choque de miradas.

Conté la anécdota a quien se me cruzara de frente.

Necesitaba decir la maravilla de la proeza, lo estupendo de la situación y la cantidad de emoción que inundó mi pecho durante ese momento.

Pero al relatarla me di cuenta de la simpleza.

La simpleza de lo que lograba hacer a mi corazón latir, correr y morir feliz.

¿Una sonrisa?

¿Mi nombre en tus labios?

¿Un halago?

¿Cómo sabía yo que la sonrisa era para mí o si el halago no era más que algo que habías repetido por pura inercia?

Sigo atesorando esos momentos en mi corazón, es imposible no hacerlo.

No fue un mal día, pero...

El recuerdo de tu sonrisa se vuelve borroso.

El sonido de tu risa se confunde con el resto.

Una hora y media se vuelve difícilmente tiempo suficiente para que el sentimiento sea honesto.

Nuestra conversación no fue más que una actividad requerida y, lentamente, estoy más concentrada en el pero, buscando en qué momento este día se volvió un agridulce recuerdo.

Cartas sin destinatario y otros poemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora