Bailarina desde los seis.

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Te ves en el espejo.

Imposible no alcanza a explicar como no puedes evitar comparar cada detalle que es ligeramente diferente.

Empezó solo en clases.

Empezó con los pasos, las secuencias, las cuentas, los brazos, proyección... tal vez el problema seas tú.

Entera.

Completa.

De pies a cabeza.

Inició con esos espejos que no saben decir la verdad, pero que logran que cada una de sus mentiras moldee la realidad.

Mides menos de un metro con sesenta en la izquierda, pero dos centímetros más a tu derecha.

Eres delgada y gorda en cuestión de milímetros de distancia, la solución sería no mirar, pero todos saben que esa no es una posibilidad.

Tal vez sea bueno que dejaste de bailar (tu corazón sabe que estás mintiendo)

Tal vez la solución sea no regresar (eso no puedes hacerlo)

Por años dejas de poner atención y poco a poco te quedas sin un concepto individual de cómo es que luces.

Aprendes con el tiempo que el cambio es muy constante para memorizarlo en cada ocasión... es mejor no concentrarte en ese detalle.

Siguiente nuevo ensayo después de años, repleto de cansancio no solo físico y mental, también emocional, espiritual.

Te das de golpes con tu autoestima que aun estando en el suelo quieres rescatar, pese a tus constantes intentos de quererla aniquilar.

Te cuestionas qué haces ahí si es tan malo para ti.

¿Acaso te gusta sufrir?

Sabes que bailar es precioso pese a sentir que no creces.

Bailar es precioso pese a que todas tus imágenes te mienten.

Bailar es precioso, te repites internamente.

Delante de ti hay un telón desdoblado.

Sonrisa lista.

Corazón martillando por la emoción que con los años sigue existiendo, creciendo, esperando ese momento.

Luces que te enfocan.

La música revienta y el show empieza.

El telón se replega.

Aplausos inmediatos...

¿Solo por eso lo sigues intentando? 

Cartas sin destinatario y otros poemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora