Cartas sin destinatario y otros poemas

13.05.2022

Los recuerdos.

Esos pequeños momentos del pasado que llegan a causar mil sensaciones si se rememoran.

La felicidad pasada es traída de vuelta.

Los dolores y penas regresan lentamente, haciéndose un espacio en la capa de felicidad presente.

Enojo, dolor, tristeza, amargura, sonrisas y alegrías, lágrimas y risas.

Todas pasadas, pero al momento de recordarlas tan honestas como la primera vez.

¿Se considera pasado si solo ha pasado un segundo?

¿Es acaso presente?

¿Cómo diferenciarlo?

Las palabras anteriores quedaron pisadas por estas que ahora se ven como las presentes, pero en cuanto escribo la siguiente sucesión de letras se convierten en pasadas y aquellas que brotan de mi mente incluso antes de escribirlas son futuras, pero pronto son presentes y, más rápido que un rayo, están olvidadas.

Olvidadas en la hoja que recuerda cada palabra escrita con anterioridad.

Las personas y sensaciones son como esas palabras, esas palabras escritas a lápiz en el borrador de una carta.

Esas palabras que aunque se borren no llegan a abandonar el papel por completo, pues ya dejaron su marca y son sustituidas por nuevas, tal vez mejores, que hacen de la composición algo más bello, más entendible, pero en cuanto se pasa la mano por el reverso de la hoja se siente aquello que fue antes.

Se sienten los errores y los posibles aciertos que en su momento no fueron apreciados y que ahora son olvidados, forman parte de un pasado, aquel que funciona de cimiento para el presente.

Siempre están presentes los primeros atisbos de una idea, promesa o frase que mejoraron o, en algunos casos, empeoraron al momento de la corrección.

Personas y palabras, compuestas de ocho letras.

Tan pequeñas y en un primer momento sin sentido, pero cuando se juntan algo maravilloso pasa.

Crecen.

Cambian.

Se nutren unas de otras y aquellas personas y palabras que letra por letra carecían de un mensaje ahora son capaces de enseñar, de entenderse, de mostrar su genialidad al resto.