18.06.2022

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Te diría todo lo que siento.

Te lo explicaría paso a paso.

Detalle por detalle.

Palabra por palabra.

Te diría los segundos, minutos, horas y días.

Todos esos momentos en los que tu mera existencia hizo un hueco en mi corazón por el que te colaste.

Te podría mencionar los detalles más insignificantes de tu presencia que me calman o llenan de alegría, cada uno de ellos sin titubear.

Pero el problema aquí no es todo lo que yo podría decir, sino cómo.

¿Cómo expresar en estas palabras que todo el mundo entiende los sentimientos que ni yo comprendo?

No hay manera coherente en la que lo que siento sea visto como verdadero cuando salga de mi boca.

Cuando esas palabras, inseguras, raras, débiles e indefensas, lleguen a ti estarán distorsionadas.

No serán las mismas que salieron en un principio.

Serán aquellas frases que mi cerebro, el muy tonto, ya revisó mil veces para que no suene como un acto desesperado, un manotazo de ahogado, una última esperanza.

En esos párrafos haré mofa de mis propios sentimientos con tal de que tú no los veas tal cual son, porque en cuanto brotan las palabras de mi boca estas son sinceras, con errores de gramática y sintaxis, pero sinceras, puras y tontas.

Están llenas de una esperanza que es opacada por el recelo, el dolor, que estos mismos sentimientos de cariño provocan, pero si cada palabra que pienso originalmente fuera analizada a lupa tendría esperanza.

Mínimamente, cada una está impregnada con los millones de posibilidades que podríamos haber sido y nunca fuimos o seremos.

Todo esto hace que yo no te diga nada.

Cada anhelo, cada sentimiento, cada emoción, cada lágrima y risa.

Todas esas palabras se quedan atrapadas dentro de mí, buscando una manera de salir, pero siempre saboteo su ascenso para evitar el rechazo.

Las modifico, las ajusto o elimino con tal de que la persona a la que lleguen no piense que son sentimientos patéticos, fingiendo, creyendo ser un intento de poesía.

Cada que un sentimiento busca salir a través de mis palabras, de mis manos, cada que intenta escapar de mi pensamiento termina siendo algo sin sentido que no sé entiende.

Ni aunque se le dé la vuelta.

Ni aunque se lea de reversa.

Las ideas salen revueltas, las palabras sin sentido son las únicas que aparecen.

Pensamientos cruzados, corriendo cada uno a su ritmo y con diferente intensidad.

Sentimientos y emociones, prejuicios e ideas, creencias.

Todo, absolutamente todo, lucha por llegar al papel de manera clara, coherente.

Aunque nunca nada, absolutamente nada, viene haciendo sentido al final del camino.

Las ideas siguen volando libremente, mientras mi mente sigue siendo un desastre.

Un desastre que empezó por intentar decirte que podría explicar cuál es el sentimiento que por ti experimento.

Cartas sin destinatario y otros poemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora