Palestina.

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20.11.23


Mi corazón pesa desde hace un mes, no puede dejar de llorar pese a lo mucho que intenta parar.

Una parte de mí quiere dejar de verlo, quiere ser como los demás que continúan con sus vidas sin sentir que traicionan a la humanidad por seguir inmersos en su rutina normal.

Pero la verdad es que quiero tirarme al suelo a llorar y viajar a un lugar donde mi presencia haga una diferencia.

Quiero estar en otro lugar donde hacer consciencia sea más importante que cualquier cosa que me rodea.

Quiero ayudarlos.

Quiero cambiar.

Quiero gritar a su lado y llorar.

Me siento ajena a su dolor porque no importa que tanto empatice no siento lo mismo, pero también soy ajena a la indiferencia de este lado del mar.

Siento que estoy donde no debo estar.

Sé que hago mi mayor esfuerzo, que al menos no estoy callada fingiendo que nada pasa, pero no es suficiente, jamás lo será.

Los están eliminando de su hogar.

Un pueblo lejano sufre de la misma manera en la que muchos otros sufrieron en el pasado.

El mundo prometió que no se repetiría.

Aseguró que somos mejores que hace años y que todo quien lastimara pagaría.

Mi duda ahora es, ¿por qué permitimos que desaparecieran de la tierra más de 13,000 personas en cuestión de 45 días?

Y solo es el inicio.

Por todo el mundo hay gente que exige respeto, que lucha por su vida mientras el resto se queja porque no puede dejar de consumir su cafeína.

En este último mes me ha quedado claro que si el mundo tiene un juicio final será mientras estas generaciones sigan con vida.

El mundo se termina y a nadie le importa, "lo hemos visto todo y ya nada nos da miedo" así de terrible es nuestra apatía.

Sentir empatía es un crimen, al igual que alzar la voz por el derecho a la vida ajena.

Quedarse callados nos ahorra problemas.

En el tiempo donde la información se encuentra a un clic de distancia, la excusa perfecta es "no sé mucho del tema, voy a permanecer neutral"

Estamos en ese punto en el que ver sangre y muerte día tras día nos parece "otro día normal" y vemos con malos ojos a la gente valiente que se atreve a hablar.

Aprendimos del universo y nos creímos tan insignificantes que ya no nos importa quejarnos.

Perdimos la creencia de que una voz provoca cambios, preferimos mantener apariencias y quedarnos callados.

Cada día lucho para no regresar a la normalidad porque ellos no pueden, no tengo derecho a vivir un día tranquilo si ellos apenas viven.

Me niego a mirar a un lado, me niego a que se sienta normal, que se haga parte de mi rutina compartir información sobre asesinatos sin control.

No importa que tan cansada esté.

No importar que tan triste me ponga porque mi sentimiento es una mínima parte de lo que toda esa gente está sufriendo.

Y es difícil, es difícil mirar y no tener lágrimas para llorar, es difícil hablar con la garganta hecha pedazos, pero no hay manera en la que me vaya a callar.

Cartas sin destinatario y otros poemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora