Capitulo 44

0 0 0
                                    

  20 de septiembre, 2037.
  Mia logra levantar el Mjonir y Nito es testigo de tal logro. Ahora sólo le queda aprender a usarlo.
Nito, quién estuvo entrenando a Mia, da por terminado el entrenamiento del día y la lleva al orfanato.
De camino a casa, Nito compra cartulinas amarillas y verdes. Al llegar, siendo ya de noche, se acuesta a dormir. Luego de unas dos horas, se levanta y comienza a recortar las cartulinas y comienza a hacer flores amarillas con ellas, debido a que no puede dormir.
 
  Julio convoca a Adrián a una reunión en el cuartel para hablarle sobre Alex. Le cuenta sobre el experimento del súper soldado y de la reciente aparición de Alex vuelto monstruo. Apenas terminó de hablar, Adrián le grita:
  —¿Por qué me contás esto recién ahora? ¿Hace cuándo saben lo que le pasó?
  —Pensamos que Alex, después del experimento, era salvaje, entonces si intentabas razonar con él morirías en vano, pero ahora que sabemos que sigue siendo Alex, tú serás nuestra mejor arma contra él.
  —¿Qué tratas de decir?
  —Sos la persona más cercana a él, vos podrías convencerlo de unirse a nosotros.
Adrián accede a la misión, pero enfurecido con Julio. La única razón por la que aceptó es para ver a Alex de nuevo, sin importar su cuerpo ahora.

  Ariel, luego de fumar todos los días por unas semana, se propone dejar el porro, aún pese la insistencia de Héctor. Ariel no volvió a tener un episodio donde se autolesione ni tuvo trances. En parte, por su adicción, que lo mantenía distraído.
Román, preocupado porque su sobrino no hablaban hace semanas, lo llama. Ariel contesta y hablan por unas horas, poniéndose al día. Ariel confirma que en unos meses volverá y dará por concluida su viaje.
  —Siento que ya estaré listo, seré mucho más fuerte.
  —¿Seguís fumando?
  —No, no. Ya lo dejé. No quiero que se vuelva una adicción.
La llamada sigue por varios minutos más hasta que ya es muy tarde, se despiden y Ariel corta la llamada. Sale al balcón con Héctor y este le ofrece de su cigarro, y Ariel lo rechaza.
  —Sos un aburrido.
  —Y vos un drogadicto.
  —No te hagás que vos también sos adicto.
  —¿Quien dijo que lo soy?
  —Ya vas a tener el síndrome de la abstinencia.

                                  *     *     *

  21 de septiembre, el día de la primavera.
  Nito, Ruf y Zira salen a pasear. Primero visitan el cementerio, donde Nito dedica unos minutos para estar junto a la tumba de Tiziano y la de Lautaro. Zira y Ruf lo esperan afuera.
  —¿Cuánto tiempo decís que tarda en superar esas muertes? —pregunta Zira.
  —Años, o quizá nunca. Ambos eran muy importantes para él.
Nito sale del cementerio y pregunta de qué estaban hablando.
  —Te estábamos  sacando el cuero —responde Zira, sarcásticamente.
Luego van al barrio chino, donde disfrutan de las comidas extravagantes que encontraban. Después, Nito ve una caja de galletas de la fortuna y lo compra. Lleva las galletas con Ruf y Zira y abren cada uno su galleta.
  "El cambio está cerca", salió para Zira.
  "Tu destino está en tus manos", para Ruf.
  "La risa es el mejor medicamento", para Nito.
Luego de terminar la salida, Zira va a su monoambiente y Nito y Ruf van a su departamento. Allí, Nito saca una flor amarilla hecha de cartulina y se la da a Ruf.
  —Estas no se marchitan —dice Nito.
Ruf lo acepta contenta
   —No sabía que te gustaban las manualidades.
  —Sorpresa.
Ruf ve grandes ojeras en Nito y le pregunta si durmió bien.
  —Últimamente, cuando me despierto en la madrugada te veo despierto.
  —Ah, sí. Me cuesta consiliar el sueño.
  —¿Hace cuánto?
Nito no responde.
  —¿Es desde —Ruf hace una pausa larga—, la muerte de Tiziano?
Nito se sorprende, y sus ojos comienzan a cristalizarse.
  —Quisiera —su voz se quiebra—, quisiera haber podido despedirme de él, ¡Pasó lo mismo con Lautaro! Es mi culpa que haya pasado eso, si no lo hubiera llevado con Lautaro cuando éramos niños, él habría vivido una vida larga y feliz con su familia. ¡Yo lo llevé a la muerte!
Entonces, las lágrimas se desprenden de sus ojos y caen tal cascada.
Ruf rodea con sus brazos a Nito y le repite:
  —No fue tu culpa. No fue tu culpa. No fue tu culpa.

  Ariel está sentado con Héctor al aire libre tras llegar a un campo para meditar, mientras charlan, deciden abrirse más con el otro, para saber más del otro, ya que se conocen hace meses.
  —¿Por qué decidiste hacer este viaje? —pregunta Héctor.
  —Perdí a mucha gente, así que quiero volverme más fuerte, el más fuerte de todos, así no perderé a nadie más. No pienso volver a casa hasta que logre eso. ¿Y vos?
  —Bueno —hace una pausa larga—, un día, hace unos años , mi papá fue arrestado por un crimen que sé que él no cometió. Y el año pasado fue liberado, pero mientras volvía a casa, parece que un Bendito quiso robarle y él, que también era un Bendito, controlaba el humo, se resistió, y luchó hasta que perdió y fue asesinado.
La expresión de Ariel comienza a cambiar.
  —¿Cómo se llamaba tu papá?
  —Sebastián.
La garganta de Ariel se cierra, siente dolor en el estómago y comienza a sudar frío.
  —Convidame un porro.
Héctor no se sorprende y cumple la petición.
  —Te dije que no ibas a aguantar.
Pasan unas horas y se van  a dormir. Ariel no puede consiliar el sueño, pensando en la muerte de Sebastián. No deja de reproducirse en su cabeza la escena donde aplasta su cabeza y lo mata. Y no deja de pensar en su mamá.
  «¿Qué pensará ella de mí actualmente? Seguramente está decepcionada. No la culpo, yo también me siento decepcionado de mí mismo».
Al día siguiente, Ariel vuelve a proponerse dejar de fumar antes de que se vuelva una adicción.

                                  *     *     *

  Pasan unos días más, 10 de octubre, el cumpleaños de la mamá de Ariel. Él, viendo fotos y videos viejos de ella, pensando en lo decepcionada que debe estar y la imagen del cadáver de Sebastián, lo que le da fuertes escalofríos por todo su cuerpo.
  —Doy por terminado mi viaje —dice Ariel.
  —¿Qué? Pero falta solo un mes para terminar.
Ariel no pensó en una excusa.
  —No para mí. Terminé.
  —¿Y qué pasó con eso de ser el más fuerte?
  —Yo. —hace una pausa—. Sólo no puedo seguir.
Ariel se despide de Héctor y le pide perdón. Héctor cree que es por dejar el viaje, Ariel sabe que es por su padre.
Durante el camino de vuelta, vuelve a recaer y a fumar porro e incluso vendió varias de sus pertenencias y compró cocaína. Héctor también lo usaba, pero no dejó que Ariel lo pruebe. Ariel consumió la cocaína y demás sustancias ilícitas que descubrió al conversar con más clientes de la cocaína, gastó todo su dinero en comprarlos.
Luego de unos días a la deriva, decide ir a la casa de Román. En medio de la madrugada, llama a la puerta y en unos minutos sale Román, apenas lo ve, Ariel rompe en llantos.
  —No puedo dejar de pensar, tío —su voz se quiebra—, estoy demasiado dentro de mi mente, no puedo dejar de verlo. La cara aterrada de él, la cara inerte de ella, los ojos inexpresivos de papá. Me dan punzadas cada que lo pienso. No deja de dolerme la cabeza.
Román abraza a su sobrino y trata de contenerlo.
  —¿Cómo hago para callarlos, tío? ¿Cómo puedo hacer que haya silencio? Ya no sé qué hacer.
Román no dice nada, solo abraza cada vez más fuerte a Ariel.
  —Mañana vamos a buscar un psicólogo, él sabrá ayudarte de formas que yo no sé, lo necesitas, no podrás seguir así por tu cuenta, fuiste muy valiente por pedir ayuda. Ahora sólo vamos a dormir, te va a hacer bien. Mañana será mejor.
Ariel sigue llorando, sus gritos atraviesan las silenciosas calles iluminadas por la luz de la luna. Entran al pequeño departamento de Román y se acuestan a dormir, pero ninguno duerme realmente, Ariel sigue llorando y Román lo abraza.

  Por otro lado, al límite del país en el sur, en La Muralla del Sacrificio, aparece Jesús desde el exterior, saliendo del piso cual tortuga naciendo. Se acerca al muro, siendo observado por los soldados que protegen la muralla desde arriba, pero como sólo era un hombre, no le dieron importancia, aunque les llamó la atención que haya llegado sin barco.
Jesús toca la muralla que se creó sacrificando a su gente. Al tocarlo, abre un gran agujero en él, y del océano sale un ser de unos 10 metros, completamente blanco, y atraviesa el agujero. Los soldados alarman el hecho y se apresuran en buscar refuerzos, pero unos humanoides escalan rápidamente la muralla y los capturan, matándolos en el acto.
—Dile a ese William que le agradezco su colaboración.
Jesús asiente la cabeza.
  —Vamos, cada segundo es valioso.

El Rol de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora