Narra TN: Los días pasaron más rápido de lo que esperaba, y la conversación que necesitaba tener con Israel sobre la sudadera nunca se dio. Tenía pensado hablar con él la noche en que vi la foto de Nailea, pero algo siempre se interponía. Al principio, pensé que estaba postergando el momento por miedo a lo que podría escuchar, pero la realidad era que Israel estaba demasiado ocupado.
Entre los entrenamientos con el club América y las convocatorias con la selección mexicana, apenas tenía tiempo para enviarme mensajes cortos de buenos días o para comentar algo rápido sobre su día. Cada vez que lo intentaba llamar, o no contestaba, o tenía que colgar después de unos minutos. Y no lo culpaba. Sabía que sus días eran caóticos, que estar en la selección era un honor y una carga al mismo tiempo, y no quería ser yo quien le añadiera más preocupaciones.
Habían pasado semanas desde que vi aquella foto, y el tema se había vuelto una especie de nube que flotaba encima de mi. Mis días en Argentina continuaban como de costumbre, entre clases y reuniones con Clara, pero no podía evitar pensar en ese tema
Recuerdo que una tarde, mientras caminaba hacia la biblioteca después de clases, vi que Israel había subido una historia en Instagram. Estaba en un entrenamiento con la selección, sonriendo junto a sus compañeros. Parecía tan concentrado, tan enfocado en lo suyo, que no pude evitar sentirme un poco fuera de lugar, como si el mundo de él y el mío estuvieran tan separados por la distancia y las prioridades.
Clara: ¿Has hablado ya con él sobre lo que te preocupa?
TN: No he podido, está muy ocupado. Apenas tiene tiempo para contestarme, y no quiero hacerlo en un momento en el que esté apurado. Además, no quiero que piense que desconfío de él.
Clara: Entiendo que quieras esperar, pero también debes pensar en ti, en cómo te sientes con todo esto. No es sano dejar que las cosas se acumulen.
Asentí, sabiendo que tenía razón. Pero también estaba el miedo, el miedo de que, al hablarlo, algo se rompiera. Aunque Israel y yo habíamos sido claros cuando nos despedimos en México, los últimos meses me habían enseñado que la distancia lo complicaba todo. Estar a miles de kilómetros hacía que los pequeños malentendidos se sintieran como grandes abismos.
Una noche, después de un día especialmente agotador, decidí que iba a hablar con él. Había pasado suficiente tiempo, y mi mente ya no aguantaba más esa incertidumbre. Abrí el chat de nuevo y escribí un mensaje breve, preguntándole si podríamos hablar cuando tuviera un momento libre. Pero, justo cuando estaba a punto de enviarlo, vi que él había subido otra historia: estaba en una cena con el equipo. Estaba claro que sus compromisos seguían absorbiendo cada minuto de su tiempo.
Borré el mensaje. Otra vez.
TN: Ya habrá un momento para hablar. Tiene que haberlo.
Intenté convencerme de que la conversación podía esperar. Pero sabía, en el fondo, que cuanto más tardara en hablar con él, más grande se hacía la duda dentro de mí.