Capullo

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-------Voldemort------

Cuando llegué a la mansión Malfoy, Lucius ya me esperaba en el vestíbulo, su postura impecable aunque un ligero estremecimiento le recorrió al ver a Nagini deslizándose a mi lado, su silueta serpenteante y letal causando un eco sutil sobre el mármol pulido. Sin embargo, Lucius no se atrevió a hacer comentario alguno, manteniendo su mirada baja y su rostro cuidadosamente en blanco.

—Mi Lord. —Lucius hizo una reverencia, profunda y calculada—. Mi hijo lo está esperando en la biblioteca. He ordenado que les sirvan té.

Lo observé por un instante, notando cómo su voz apenas ocultaba una tensión que me resultaba casi gratificante. Años de lealtad y miedo lo mantenían en su lugar, pero podía percibir las grietas en su compostura, la intranquilidad que su hijo despertaba en él.

—Bien, vamos —respondí, alargando las palabras con deliberación. Lucius asintió y comenzó a guiarme por los pasillos interminables de la mansión, cuyas paredes, cubiertas con retratos de antiguos Malfoy, parecían observarnos con la misma mezcla de reverencia y terror.

Finalmente, nos detuvimos frente a dos grandes puertas de madera oscura, talladas con los emblemas familiares. Era una entrada majestuosa que, sin embargo, parecía casi vulnerable bajo mi presencia.

—Hablaré con él a solas, Lucius. Si te necesito, te llamaré.

Lucius pareció vacilar, abriendo la boca como si fuera a replicar, pero cerrándola casi de inmediato. Lo miré, y él recordó rápidamente su lugar.

—Como te dije ayer, solo hablaré con él. No habrá... ningún daño... hoy. Así que no te preocupes —añadí con calma, mi voz serpenteando a través del aire como una promesa gélida.

Lucius asintió, la sumisión grabada en cada línea de su rostro. Abrió la puerta, permitiéndome el paso, y en silencio, yo y Nagini cruzamos el umbral, dejando a Lucius fuera. Cerré las puertas detrás de mí y conjuré un hechizo silenciador con un leve movimiento de mi varita, asegurándome de que nuestra conversación quedara resguardada.

Dentro, el aire era pesado, impregnado con el aroma a madera antigua y cuero de los libros que cubrían las paredes. La biblioteca era amplia y majestuosa, decorada con la pomposidad característica de los Malfoy, pero había algo sombrío en el ambiente, como si las mismas paredes absorbieran cada susurro y promesa secreta que habían sido intercambiados allí. Mis ojos recorrieron la estancia hasta encontrar al joven Malfoy.

Allí estaba, sentado frente a una delicada mesa de té, las manos cruzadas en su regazo. Una tetera de porcelana y una bandeja de bocadillos reposaban frente a él, intocados. Draco no mostró reacción alguna ante mi entrada; ni siquiera un parpadeo. Continuaba mirando por la ventana, absorto en los jardines más allá de los cristales empañados por el frío de la mañana. Su cabello rubio, largo y suelto, caía sobre sus hombros como un velo de seda plateada, y el negro de su ropa resaltaba la palidez casi etérea de su piel. Su figura era elegante y sombría, una combinación inusual para alguien de su edad, y sus hombros estaban tensos, revelando la tormenta interna que intentaba ocultar.

Nagini se deslizó por mi costado, observándolo con la mirada astuta y hambrienta de una criatura que percibe algo vulnerable, algo que podría aprovecharse. Mis labios se curvaron apenas en una sonrisa, mientras me acercaba lentamente a la mesa, cada paso resonando en el silencio tenso de la biblioteca. Finalmente, me detuve frente a él, manteniendo mi presencia imponente y sombría.

Nagini, con su cuerpo serpenteante y sus ojos fijos en el joven Malfoy, dejó escapar un siseo ansioso que rompió el pesado silencio de la biblioteca.

—¿Puedo comerlo, maestro? —su voz rasposa resonó, impregnada de un hambre casi palpable.

"El Destino Fragmentado de Draco"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora