Bajo el Fuego del Colacuerno

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—-----Harry—----

La puerta se cerró suavemente detrás de mí mientras la penumbra de nuestra habitación me envolvía como una manta acogedora. El único sonido era el crujido ligero del colchón bajo el peso de Draco. Allí estaba, hecho un ovillo en nuestra cama, su silueta apenas visible bajo la luz tenue que se filtraba por las cortinas. Parecía tan frágil, como si todo el peso del mundo lo hubiera aplastado hasta dejarlo así, enredado entre las sábanas, buscando refugio en su propio cuerpo.

Cerré los ojos por un momento, dejando que la paz de esa escena inundara mi mente. Solo él. Solo nosotros. Era todo lo que necesitaba. Me deslicé con cuidado sobre la cama, tratando de no despertarlo, pero apenas sintió el peso junto a él, Draco soltó un pequeño suspiro y se movió ligeramente, como si me estuviera buscando incluso en sus sueños.

Sin dudarlo, lo rodeé con mis brazos, tirando de él hacia mí hasta que su cuerpo encajó perfectamente contra el mío. Su piel fría al principio se fue calentando poco a poco bajo mi toque. Era como sostener algo precioso y delicado, algo que el mundo no merecía, pero que era completamente mío. Mi mano recorrió su espalda lentamente, subiendo y bajando en un vaivén suave, como si intentara borrar cualquier rastro de dolor o angustia que lo hubiera alcanzado durante el día.

Incliné la cabeza y enterré mi rostro en el hueco de su cuello, ese lugar familiar donde su aroma siempre me envolvía. Inhalé profundamente, y el olor de Draco —una mezcla sutil de vainilla, libros antiguos y algo puramente suyo— me llenó los pulmones, calmando cada parte inquieta de mí. Finalmente, sentí que todo mi cuerpo se relajaba, como si hubiera estado en tensión constante hasta este momento, hasta que lo tuve entre mis brazos.

Draco se movió suavemente, acercándose más a mí, como un gato que busca calor. Su respiración era lenta, tranquila, pero podía sentir la ligera tensión que aún persistía en su cuerpo. Mi mano viajó hasta su cabello, enredando mis dedos entre sus mechones sedosos mientras lo acariciaba con una paciencia infinita. Su cabello siempre había sido uno de mis pequeños placeres, esa suave cascada que caía por sus hombros y que adoraba tocar.

Sentí cómo soltaba un suspiro largo, como si con ese simple gesto se deshiciera de un peso que había estado cargando todo el día. Era un sonido pequeño, pero para mí lo significaba todo. Había logrado ofrecerle un espacio donde pudiera dejar caer su armadura.

—Shh... estoy aquí, amor —le susurré contra su piel, mi voz apenas un murmullo. Mis labios rozaron su cuello en un beso delicado, casi como una promesa silenciosa

Draco y yo decidimos no salir de la sala común en todo el día. El ambiente en Hogwarts estaba demasiado cargado, y sinceramente, no tenía paciencia para las miradas acusadoras o los rumores idiotas que ya debían estar circulando por todo el castillo. Me reconfortaba saber que todos en Slytherin habían creído en mí sin necesidad de explicaciones. No tuve que repetir ni una vez que no había puesto mi nombre en ese maldito cáliz. Mi palabra bastó, y eso me dio una sensación de calma en medio de la tormenta.

El Destino Fragmentado de Draco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora