El Eco del Sacrificio

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----------Harry---------

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----------Harry---------

"Lo siento, Harry... tal vez en otra vida" —susurró Draco con la mirada tan apagada ya sin vida..

Sus palabras perforaron mi alma como una maldición imperdonable. El guardia lo tomó por el brazo, llevándoselo para cumplir su condena, pero todo en mí se congeló. No podía moverme, no podía reaccionar. Solo veía su silueta alejarse, y cada paso que daba era una puñalada más.

Otra vida. Pero esta era la única que teníamos. ¿Cómo podía simplemente rendirse? Mi cuerpo se sintió pesado, como si me hubieran lanzado un hechizo paralizante. Todo se volvió borroso, y apenas escuché cuando el guardia me ordenó salir.

Intenté ir de tras de el, decirle que yo era suficiente, que podríamos escapar, pero sus palabras fueron una daga directa al corazón. "No eres suficiente."

Cuando el dementor le dio el beso, algo dentro de mí se apagó para siempre. Mi alma, mi razón de luchar, se fue con él en ese instante. Me quedé congelado, viendo cómo el último vestigio de vida en Draco desaparecía.

Días después, ya no era la misma persona. El peso de la muerte de Draco me consumía cada día más, hasta que el dolor se convirtió en algo más. En ira. En desesperación.

La Gran Bretaña mágica había creado este sistema. Un sistema que me había arrebatado todo lo que alguna vez importó, un sistema que destruyó a Draco y que había permitido tanto dolor bajo la fachada de justicia. Ahora, yo iba a destruirla.

Con un solo pensamiento, todo lo que alguna vez contuve, toda la rabia que me había mantenido vivo, explotó. Las llamas se extendieron desde lo más profundo de mi ser, desde el corazón roto que dejó Draco, y se propagaron como un incendio incontrolable. Los edificios antiguos que representaban siglos de magia cayeron ante mi furia.

Hogsmeade. El Ministerio de Magia. Incluso Hogwarts, el lugar que alguna vez fue mi hogar, fue reducido a cenizas.

Cada lugar, cada símbolo de la sociedad mágica, fue arrasado por mi venganza. No sentía remordimientos, no sentía nada más que la satisfacción de verlo todo arder. Porque si Draco no podía vivir en este mundo, entonces tampoco lo merecía nadie más.

La Gran Bretaña mágica estaba en llamas, y yo, Harry Potter, el "héroe", había sido quien la destruyó.

Pero a pesar de todo, no sentía nada.

No había satisfacción. No había paz. Solo un vacío desgarrador. El fuego que ardía dentro de mí, la ira que me había impulsado, se apagó como un último suspiro. Y me quedé allí, rodeado de escombros, sangre, y cadáveres.

Ginny, Ron, Hermione... mis amigos, mi familia.

Habían intentado detenerme. Habían suplicado. Hermione, con su lógica implacable. Ron, con lágrimas en los ojos, incapaz de creer lo que estaba viendo. Ginny... Ella fue la última en pararse frente a mí, su varita apuntándome temblorosamente, pero no de miedo, sino de tristeza. La ira había brotado en mí con tal furia que no había espacio para su amor, ni siquiera para los recuerdos de lo que alguna vez compartimos.

Les advertí. Les supliqué que me dejaran. Pero no lo hicieron. No pudieron. Creían que aún quedaba algo de mí para salvar, que aún podían traer de vuelta al Harry Potter que conocían.

Estaban equivocados.

Los maté a todos. Uno por uno. Cada vez más rápido, más cruel, más implacable. Sus gritos se apagaron como ecos lejanos. No había tiempo para lágrimas ni para arrepentimiento.

En ese momento, no quedaba nada de Harry Potter.

Cuando el último de ellos cayó, cuando el peso de sus cuerpos se desplomó sobre el suelo frío, la realidad me golpeó. Draco seguía muerto. No importaba cuántas vidas había destruido, cuánto caos había desatado. Él seguía muerto, y yo seguía vacío.

Caminé entre las ruinas de todo lo que alguna vez amé, y mis pies me llevaron hacia un solo lugar. La muerte.

El Amo de la Muerte.

Había sido una idea absurda, un título que nunca tomé en serio, pero ahora... ahora tenía un propósito.

Sostuve la Piedra de la Resurrección en mi mano y la giré tres veces entre mis dedos, tal como lo había hecho una vez en la guerra. La niebla gris comenzó a formarse a mi alrededor, y allí estaba ella, alta y oscura como la sombra que había seguido mi vida.

La Muerte.

—Te lo ordeno —dije, la ira atravesando cada palabra—. Tráelo de vuelta. Trae a Draco.

La figura en la niebla se movió, lenta, serpenteante, como si la petición no le sorprendiera.

—Sabes que no puedo hacerlo, Harry Potter —susurró, su voz era un eco frío, distante—. Nadie puede regresar del más allá. Solo tú puedes caminar entre la vida y la muerte, pero él... no puede volver.

—¡Hazlo! —rugí, mi magia estallando a mi alrededor. Las piedras y escombros comenzaron a flotar a mi alrededor, como si la misma realidad se desgarrara con mi furia—. Yo soy el Amo de la Muerte. ¡Haz lo que te ordeno!

Pero ella no se inmutó. No importaba cuánto poder desplegara, cuánta ira destilara. La Muerte no respondía a esos sentimientos. La muerte era constante, implacable.

—Puedo ofrecerte algo más —dijo suavemente—. Hay un ritual. Oscuro, peligroso, y solo accesible para aquellos que están dispuestos a sacrificarlo todo.

La rabia y el dolor bullían en mis venas, pero sus palabras se hundieron en mí. Un ritual. Una forma de traerlo de vuelta.

—Dime cómo hacerlo —gruñí, acercándome a la sombra de la Muerte, sintiendo su frío penetrante—. No me importa el precio. Lo pagaré.

—No puedes traer a Draco de vuelta tal como era —respondió—. Pero puedes cambiar lo que sucedió. Podrías regresar el tiempo, cambiar su destino. Sin embargo, él lo recordará todo. Tú, en cambio, olvidarás.

Mis manos temblaron de rabia, pero no de duda.

—¿Qué sacrificio tengo que hacer? —exigí, mi voz quebrándose en la furia contenida.

La Muerte se acercó aún más, su presencia envolviéndome. Podía sentir la frialdad en cada rincón de mi ser.

—Debes sacrificar lo último que te queda —susurró—. Debes sacrificar tu alma.

El vacío en mi pecho se expandió con su respuesta. Mi alma. El último fragmento de lo que una vez fui. Pero ¿qué era eso comparado con la posibilidad de verlo vivir? ¿De deshacer lo que había sido? Mi alma ya estaba rota, destrozada por el dolor, la culpa y la ira.

Draco estaría vivo.

—Acepto —dije con una firmeza que ni siquiera la Muerte podría romper.

La figura oscura asintió lentamente, y el frío se profundizó.

—Será como si nada de esto hubiera pasado, excepto para él. Draco lo recordará todo: su dolor, su sufrimiento, tu destrucción... pero tú, Harry Potter, olvidarás quién eres. Volverás a ser el niño que fuiste antes de conocer la magia, antes de conocer el dolor.

Una risa amarga escapó de mis labios. No me importaba quién fuera yo. Todo lo que importaba era que él viviera. Él recordaría, cargaría con el peso de nuestros errores... pero viviría.

—Hazlo —murmuré.

La Muerte alzó sus manos, y un oscuro resplandor envolvió todo a mi alrededor. Sentí cómo mi ser comenzaba a desvanecerse, cómo la última chispa de lo que era se apagaba. Pero, con el último fragmento de mi consciencia, supe que, por fin, Draco podría vivir. Y aunque nunca lo sabría, aunque mis recuerdos se disiparan, él lo sabría. Él lo recordaría todo.

El fuego, el amor, y la destrucción.

Y yo... me desvanecería en las sombras.

"El Destino Fragmentado de Draco"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora