Conversaciones incomodas

1.4K 207 56
                                    




--------Harry-------

Lo besé otra vez, con una intensidad que jamás había sentido. Besar a Draco era como caer en el abismo más profundo del placer, como si el mundo se redujera a solo nosotros dos, su piel fría y suave contra la mía, sus labios frágiles pero tan llenos de vida. Sentir su cuerpo pequeño y delgado contra el mío era como una droga, algo que no podía dejar ir. Era la mejor maldita sensación que había experimentado jamás, algo tan abrumador que me hacía querer aferrarme a él y nunca soltarlo.

Pero acababa de matar a un hombre. La pequeña voz en mi mente lo repetía, 124... ese era el número de almas que faltaban. Pero lo más perturbador de todo era que no sentía ni una gota de arrepentimiento. Ni siquiera un destello de culpa. Lo que fuera que ese hombre le había hecho a Draco, lo había pagado con creces, y yo disfruté de cada segundo. Disfruté de verlo sufrir, de escuchar sus gritos. Era como si algo oscuro en mí se alimentara de su agonía. Esperaba con cada fibra de mi ser que ese maldito hubiera lamentado cada segundo de su existencia antes de morir.

No iba a preguntar a Draco qué había hecho ese hombre, no ahora. Le daría todo el tiempo que necesitara para contarme, o para nunca decirme nada. No importaba, lo único que me importaba era que me permitiera estar a su lado, protegerlo, mantenerlo seguro de todo. Lo estreché más fuerte, queriendo borrar cualquier sombra de miedo que aún quedara en él.

Finalmente, me separé de su calor, aunque lo odié en ese momento, y me acerqué a lo que quedaba del Auror. El cuerpo ya no era más que una masa irreconocible de carne quemada y sangre seca. Lancé un incendio sobre los restos, viendo cómo las llamas consumían todo. La varita del hombre la rompí en dos, sin pensarlo, y la arrojé al fuego. Las llamas crecieron, hasta que no quedaron más que cenizas.

Draco observaba en silencio. Su mirada estaba fija en las cenizas, sin moverse, sin parpadear. Era como si estuviera atrapado en ese momento, en ese final, como si aún no pudiera procesar lo que habíamos hecho, lo que habíamos compartido.

—Tenemos que irnos, Dragon —le dije, mi voz suave pero firme—. Se está haciendo tarde. No faltará mucho para que tu padre empiece a preguntar por ti, y sabes que eso no sería conveniente.

Lo tomé de la mano, su piel fría bajo mis dedos, pero no me importaba. Le di un apretón suave, un recordatorio de que estaba aquí con él, que no lo dejaría solo en esto. Pero en ese momento, mientras miraba las cenizas, algo en mi interior ardía, algo que no podía describir, un fuego que no se apagaba.

Draco respiró hondo, y con un pequeño asentimiento, su mirada se despegó de las cenizas. Estaba exhausto, lo veía en sus ojos, pero también había una especie de alivio oscuro, como si parte del peso que cargaba en su alma se hubiera disipado.

Nos desaparecimos de aquel lugar, dejando atrás el rastro de sangre y muerte.

Sentía la tensión aún vibrando en mis músculos mientras Draco y yo aparecíamos directamente en su habitación. Necesitaba decirle a Severus que debía enseñarme a aparecerme cuanto antes, no podía seguir dependiendo de Draco para eso. Sabía que Lucius no estaría contento, y claro, las barreras mágicas de la mansión ya le habrían informado que estábamos allí. Pero al menos habíamos llegado a salvo, y por ahora eso era lo único que importaba.

Observé rápidamente la habitación, mi mente acelerada. Teníamos que deshacernos de cualquier rastro del hombre, del olor metálico de la sangre. Me apresuré a lanzar unos cuantos hechizos de limpieza sobre nuestros cuerpos. La sangre superficial desapareció, pero aún había una sensación de suciedad que no se iría tan fácilmente. Ambos necesitaríamos un baño para borrar completamente lo que habíamos hecho.

El Destino Fragmentado de Draco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora