El Peso de un Nombre

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----------Harry---------

Todavía no podía creerlo. Estaba en el tren que me llevaría a Hogwarts. Mis ojos recorrían el pasillo, buscando algo más que un compartimento vacío. Seguía alerta, esperando encontrar al niño rubio de apariencia angelical que había visto en el Callejón Diagon. Aunque no sabía su nombre, esa sensación extraña que me dejó en el estómago aún no se había disipado.

Me detuve un momento, respirando hondo. Había algo en esa sensación, algo que me hacía sentir como si nos volviéramos a cruzar. Tal vez lo encontraría aquí, en algún compartimento, al otro lado de una puerta corredera.

—¿Te echamos una mano con eso? —Una voz interrumpió mis pensamientos.

Me giré para ver a dos chicos altos, idénticos, con grandes sonrisas y cabellos pelirrojos. Eran gemelos, y ambos me miraban con ojos brillantes y una chispa de travesura.

—Eh... sí, por favor —contesté, notando lo torpemente que había arrastrado mi baúl y la jaula de Hedwig por el pasillo.

—¡Fred, ayúdame con esto! —dijo uno de ellos, el más cercano a mí.

—A la orden, George —respondió el otro, y en cuestión de segundos, entre ambos levantaron mi baúl y lo colocaron con facilidad en el compartimento para el equipaje.

—Gracias —murmuré, algo impresionado por la rapidez con la que lo hicieron.

—De nada. Nos gusta ayudar a los nuevos —dijo uno de ellos con una gran sonrisa—. Nos llamamos Fred y George Weasley, por cierto. Y tú debes ser...

Antes de que terminara la frase, la mirada de ambos cambió. Sabían quién era, podía verlo en sus ojos, en la forma en que sus sonrisas se ensancharon, pero esa chispa de curiosidad que siempre me hacía sentir... incómodo.

—Tú eres Harry Potter, ¿verdad? —preguntó Fred, con una mezcla de sorpresa y admiración que me hizo apretar los dientes.

Asentí, aunque no quería hablar de ello. Ya estaba cansado de la forma en que la gente reaccionaba cuando escuchaban mi nombre. Era como si no vieran a la persona, solo al "Niño que Sobrevivió".

—Increíble —murmuró George—. El mismísimo Harry Potter. No todos los días, uno se encuentra con una leyenda.

El tono de su voz era amistoso, pero no pude evitar sentir una punzada de enojo. ¿Leyenda? ¿Cómo podía alguien pensar que ser conocido por el asesinato de mis padres era algo glorioso? No había hecho nada heroico, solo había sobrevivido... y había perdido todo.

—Sí, bueno... —empecé a decir, intentando que mi voz sonara normal, aunque una parte de mí estaba a punto de explotar—. No es para tanto.

Ellos sonrieron, sin darse cuenta de mi incomodidad. Parecían buenos chicos, pero no lo entendían. Nadie lo entendía.

Me despedí rápidamente de ellos y seguí caminando por el pasillo. Necesitaba encontrar un compartimento donde pudiera estar solo, lejos de las miradas curiosas y las preguntas incómodas. Finalmente, después de recorrer algunos vagones más, encontré uno vacío.

Solté un suspiro de alivio mientras me dejaba caer en el asiento junto a la ventana. Dejé que el sonido del tren en marcha y las voces de los estudiantes afuera se volvieran un ruido de fondo. Tal vez no lo encontraría en el tren después de todo. Cerré los ojos por un momento, esperando que la extraña sensación que me había estado siguiendo desde el Callejón Diagon desapareciera.

No pasó mucho tiempo antes de que la puerta corrediza del compartimento se abriera de nuevo. Levanté la vista y vi a un chico alto y pelirrojo, que parecía algo nervioso al verme.

El Destino Fragmentado de Draco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora