Besos que Queman

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-----------Harry--------

Desde hacía una semana, el vestíbulo estaba dominado por un gran cartel anunciando que el 30 de octubre, a las seis de la tarde, llegarían los representantes de Beauxbatons y Durmstrang. Las clases se interrumpirían antes para que todos los estudiantes pudieran asistir a la ceremonia de bienvenida. Draco no estaba nada contento de perder una hora de clases particulares con Severus.

Mientras tanto, Hogwarts se encontraba inmerso en una frenética limpieza. Retratos mugrientos fueron restregados hasta que sus ocupantes, avergonzados por el color rosado de sus mejillas, se acurrucaron en los rincones de sus marcos, murmurando quejas. Las armaduras, ahora relucientes, se movían sin chirriar, y Filch, el conserje, había adoptado una actitud aún más feroz, aterrorizando a los alumnos de primer año si se atrevían a olvidar limpiarse los zapatos. Podía sentir la ansiedad y la emoción en el aire; todo el mundo parecía estar más pendiente de la llegada de las delegaciones que de las clases.

El día señalado, los jefes de casa nos llevaron a la entrada principal y nos alinearon para esperar la llegada de los visitantes. Mientras la mayoría de los alumnos parecía gallina sin cabeza, discutiendo sobre cómo llegarían, si en escobas, dragones o quién sabe qué más, nuestra casa mantenía el decoro, conversando en susurros. El aire se volvía cada vez más frío y noté cómo Draco empezaba a tiritar. Lancé un hechizo de calentamiento y le tomé la mano. Él me dedicó una sonrisa y Blaise rodó los ojos; Pansy le dio un codazo en el estómago, lo que lo hizo soltar un resoplido antes de lanzar su propio hechizo de calentamiento. Theo y Draco soltaron una carcajada.

De repente, un carruaje impulsado por pegasos gigantes apareció en el cielo, descendiendo en picado a gran velocidad. El enorme carruaje, adornado con un escudo que mostraba dos varitas doradas cruzadas de las cuales salían tres estrellas, aterrizó con un fuerte rebote sobre sus enormes ruedas, mientras los caballos sacudían sus cabezas y sus ojos rojos brillaban. El impacto hizo vibrar el suelo y varios de los alumnos retrocedieron un paso, sorprendidos.

Un muchacho de túnica azul pálido saltó del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Todos contuvimos la respiración cuando un gigantesco zapato negro apareció en la entrada, seguido por la mujer más grande que había visto en mi vida. Era tan alta como Hagrid, pero su porte y sus ropas de satén negro, adornadas con cuentas de ópalo, le daban un aire majestuoso. Sus ojos negros y cristalinos brillaban con una mezcla de curiosidad y autoridad mientras observaba a la multitud. El silencio fue absoluto cuando avanzó hacia Dumbledore, quien, con una sonrisa, se inclinó para besarle la mano.

—Mi querida Madame Maxime, bienvenida a Hogwarts —dijo Dumbledore.

—«Dumbledog», espego que esté bien —repuso Madame Maxime, con su voz profunda.

Antes de que la conversación pudiera continuar, un fuerte y extraño ruido proveniente del lago captó nuestra atención. Era un sonido de succión, como si algo gigantesco emergiera del fondo. El agua se agitó con olas que rompían en la orilla, y entonces vimos un mástil negro que emergía lentamente de la superficie. Un barco de aspecto fantasmal surgió del lago, brillando bajo la luz de la luna, como un cadáver resucitado de las profundidades. Las luces de sus portillas, pálidas y misteriosas, se asemejaban a ojos espectrales que observaban desde la oscuridad.

Con un sonoro chapoteo, el barco quedó completamente visible y avanzó hacia la orilla. Apenas se lanzó el ancla y se tendió una tabla para desembarcar, las figuras empezaron a bajar. Llevaban abrigos de piel gruesa, que les daban una apariencia imponente. Al frente, una figura delgada y alta, con cabello plateado liso, avanzaba hacia nosotros.

—¡Dumbledore! —gritó el hombre con voz afectada—. ¿Cómo estás, mi viejo amigo?

—Estupendamente, gracias, profesor Karkarov —respondió Dumbledore.

"El Destino Fragmentado de Draco"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora