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Mientras Felix y Eunchae estaban a su lado, Hyunjin se quedó en silencio, mirando las manos entrelazadas de su hija y él. Fue entonces cuando un recuerdo, uno que había estado guardado en su mente durante mucho tiempo, emergió de repente, como un susurro del pasado. La imagen de Eunchae, aún una niña pequeña, temblando de miedo y llorando sin control durante uno de sus primeros ataques de pánico.

Esa vez, Hyunjin recordó claramente cómo sintió su corazón romperse al ver a su hija tan vulnerable, tan asustada. Sin embargo, esa vez, no fue solo el miedo lo que invadió su pecho, sino también una calma que había aprendido a tener con el tiempo. Había observado a Eunchae, la vio perder el control, y en lugar de caer en el pánico como él lo había hecho en sus primeros días como padre, supo exactamente lo que debía hacer.

Se acercó a ella, la levantó en sus brazos, y la sostuvo con fuerza. Con una voz suave, le habló de manera tranquila, asegurándole que todo estaría bien, que él estaba allí y que no la dejaría sola. Empezó a respirar profundamente, guiándola a respirar con él. Poco a poco, vio cómo el temblor en su pequeña hija comenzó a calmarse. En su voz, en su actitud, en ese abrazo que la rodeaba con la fuerza de su amor, Eunchae encontró la seguridad que necesitaba.

En esa ocasión, Hyunjin no necesitaba las palabras correctas. La manera en que la sujetó, cómo la sostuvo con todo su ser, y cómo la ayudó a recuperar su respiración lentamente, era todo lo que Eunchae necesitaba para sentirse segura de nuevo. El miedo, aunque persistente, comenzó a disiparse bajo la tranquilidad que su padre le ofreció. Esa vez, Hyunjin supo cómo calmarla, cómo ser el ancla en su tormenta interna.

Al recordar ese momento, Hyunjin sintió una oleada de alivio. Había aprendido lo que no había entendido en un principio. Había visto cómo, al ofrecer su calma, su hija podía encontrarla también.

Ahora, mientras veía a Eunchae abrazarlo con tanto amor, un peso se levantó de su pecho. Recordó que él sí podía ser el pilar que ella necesitaba. No todo lo podía controlar, no todo lo podía solucionar, pero sabía que su presencia, su calma y su amor eran todo lo que Eunchae requería para sentirse segura.

Eunchae, al ver que su padre estaba nuevamente con ella, no dejó de abrazarlo, no dejaba de mostrarle con sus pequeños gestos todo lo que sentía. Sabía que no importaba lo que pasara en el futuro; su padre siempre estaría allí, dispuesto a calmarla, a ayudarla a superar sus miedos.

Felix miraba la escena en silencio, sus ojos llenos de lágrimas. Era difícil ver el dolor que Hyunjin había llevado consigo, pero ver cómo podía calmar a Eunchae, cómo comenzaba a reconectar con lo que había perdido, le daba esperanza.

—No me vas a perder, Hyunjin —dijo Felix con una voz firme y llena de amor, mientras acariciaba su mejilla con ternura—. Ni a ella, ni a ninguna de nosotras.

Hyunjin, tocado por sus palabras, la miró con una sonrisa triste pero reconociendo la verdad en su interior. La ansiedad que había sentido se desvaneció poco a poco. No estaba solo, y no perdería a su familia.

Eunchae levantó la cabeza, miró a su padre con ojos llenos de confianza y amor, y le dijo con voz suave:

—Papá, no quiero que te vayas nunca. Te necesito.

Hyunjin cerró los ojos, las lágrimas caían con facilidad. Sintió el peso de todas las emociones que había estado guardando, pero también sentía una paz renovada. Estaba allí, con ellas, y lo importante era que iba a hacer todo lo posible por no perderlos.

El camino no sería fácil, pero con Felix y Eunchae a su lado, sabía que podría enfrentar cualquier tormenta. Y, al final, seguiría siendo el ancla que su familia necesitaba.

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La casa estaba sumida en la quietud de la noche, con la luna brillando débilmente a través de las cortinas. Felix y Hyunjin se encontraban en la sala, sumidos en sus pensamientos, pero todo cambió cuando un sollozo rompió el silencio. Era suave al principio, pero rápidamente fue aumentando, hasta convertirse en un llanto desconsolado. Felix se levantó de inmediato, con el corazón acelerado, reconociendo el sonido que le partía el alma: era Eunchae.

—Mami... ¡papi! —la voz temblorosa de la pequeña resonó desde el pasillo.

Felix corrió rápidamente hacia la habitación de las niñas, pero fue detenida por la mano de Hyunjin, quien le indicó con un gesto que no se acercara aún. Hyunjin, con una mirada llena de determinación, se levantó de la silla.

—Yo me encargaré de ella —dijo con voz firme, pero suave.

Felix lo miró, sorprendida, pero comprendió lo que significaba. Hyunjin había estado aprendiendo a manejar los momentos de crisis con las niñas, a ser el padre que siempre había querido ser. Su presencia, su calma, era lo que Eunchae necesitaba en esos momentos de angustia.

Con pasos rápidos, Hyunjin fue hacia la habitación de las niñas, donde Eunchae estaba agitándose en la cama, llorando desconsolada, sus manos aferrándose a las sábanas mientras las lágrimas caían sin control. Sus pequeños hombros temblaban con cada sollozo.

—Papi... no quiero... ¡No quiero que te vayas! —dijo entre sollozos, con su voz entrecortada, aún atrapada en el miedo de la pesadilla que había tenido.

Hyunjin se acercó a ella con suavidad, sin prisas. Sabía que no podía apresurarse en estos momentos, que cualquier gesto brusco podría empeorar las cosas. Con cuidado, se sentó a su lado en la cama y la rodeó con sus brazos, tratando de tranquilizarla con su calor y cercanía.

—Shh... tranquila, cariño —murmuró Hyunjin con ternura, acariciando suavemente su espalda—. Aquí estoy, papi no se va a ir. Nunca te dejaré. ¿Me escuchas?

Eunchae, aún llorando, levantó la cabeza para mirarlo, buscando la seguridad en los ojos de su padre. Sus ojos estaban llenos de miedo, pero al ver la firmeza en la mirada de Hyunjin, algo comenzó a calmarla. Hyunjin no podía borrar la pesadilla de su mente, pero podía ofrecerle algo más importante: su presencia, su amor incondicional.

—No te voy a dejar, hija. Yo siempre estaré aquí —repetía, sin dejar de abrazarla con fuerza.

Poco a poco, los sollozos de Eunchae comenzaron a disminuir. Su respiración, aunque aún irregular, empezaba a estabilizarse. Hyunjin la sostuvo cerca de él, asegurándose de que se sintiera segura. Sabía lo que sentía, lo que le pasaba por la mente. Había sido testigo de la angustia de sus hijas en varias ocasiones, y, aunque el miedo siempre lo invadiera, sabía que su rol era calmarlas, guiarlas, mostrarles que estaban a salvo.

Felix se acercó lentamente, observando desde la puerta. Al ver a Hyunjin abrazando a Eunchae con tanta ternura y firmeza, una sensación de alivio la invadió. Había temido por su familia, por la salud emocional de sus hijas, pero ver a Hyunjin en acción, ayudando a calmar a su pequeña, le dio la esperanza de que todo mejoraría. Hyunjin estaba aprendiendo a manejar sus propios miedos para ser el padre que sus hijas necesitaban.

Después de unos minutos, Eunchae finalmente dejó de llorar. Sus ojos se cerraron lentamente mientras caía en un sueño más tranquilo, rodeada por el abrazo protector de su padre. Hyunjin, con una expresión de agotamiento, la acomodó suavemente en la cama, dándole un beso en la frente antes de levantarse lentamente.

Felix lo miró desde la puerta, sus ojos brillando con gratitud.

—Lo lograste —dijo Felix en voz baja, sin querer interrumpir el momento, pero queriendo reconocer lo que Hyunjin había hecho.

Hyunjin asintió, pero sus ojos mostraban una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que estos momentos de calma no significaban que los miedos de Eunchae desaparecerían de inmediato, pero había logrado tranquilizarla, al menos por ahora.

—No es fácil, Felix. —Hyunjin dejó escapar un suspiro, su voz cargada de emoción—. Pero no me voy a rendir con ellas. No quiero perderlas.

Felix dio un paso al frente y abrazó a Hyunjin con fuerza. Los dos, en silencio, compartieron ese momento, conscientes de que estaban atravesando juntos las dificultades, pero también entendiendo que lo más importante era su familia, su unidad.

—Nunca me rendiré contigo ni con ellas. Vamos a salir adelante, Hyunjin. Juntos —respondió Felix, su voz temblando ligeramente, pero firme.

Ambos miraron hacia la habitación de Eunchae, donde la pequeña descansaba tranquila, y supieron que aún quedaba mucho por hacer. Pero en ese momento, sentían que podían enfrentar cualquier tormenta, siempre que estuvieran juntos.

LA OBSESIÓN DEL MAFIOSO//hyunlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora