Capítulo 34.

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Hago un último repaso en mi maleta, cerrándola lentamente mientras me esfuerzo en apartar de mi mente los pensamientos que me gritan que este viaje es una mala idea. Daniel me observa desde la puerta, con una mezcla de preocupación y apoyo en sus ojos.

-Te llamaré cuando llegue, te quiero -le digo, intentando sonreír.

Daniel asiente. Da un paso adelante y me abraza con fuerza, apoyando su frente contra la mía, después me besa, es un beso pequeño, pero con amor. Lo suficiente para hacerme saber que me estará esperando cuando vuelva.

-Ten mucho cuidado por favor, y no olvides quién siempre ha estado aquí para ti.

Sus palabras me atraviesan, y solo consigo asentir, tragando las dudas. Después de darle un beso de despedida, bajo las escaleras y encuentro a Enzo esperándome en el coche. Nos miramos en silencio, nos sonreímos y sabemos que con eso es suficiente. Ambos subimos al coche, y el camino hacia la casa del lago comienza en un incómodo silencio.

Intento distraerme mirando por la ventana, observando los árboles y las colinas, pero no puedo evitar lanzar miradas rápidas hacia Enzo, notando el apretón de sus manos en el volante y los músculos tensos en su mandíbula. Parece que en cualquier momento va a decir algo, pero al final, el silencio sigue siendo nuestro único compañero hasta que llegamos a la casa. Ojalá me hablase, ojalá me dijese lo que pasa por su mente en estos momentos, pero no lo hace. Y yo tampoco.

Al bajarnos del coche, una extraña nostalgia se apodera de mí. La casa parece igual que siempre, pero al mismo tiempo distinta, como si el tiempo la hubiese detenido solo para que podamos reencontrarnos aquí.

Enzo abre la puerta y me deja pasar primero. Al entrar, mis ojos se topan de inmediato con las paredes... llenas de fotos. Fotos de nosotros. Cada imagen captura un momento que creía olvidado, una risa, una mirada, un beso. Ahí estamos, más jóvenes y desde luego, más felices. No sabía que estas fotos estaban aquí, la última vez que estuve en esta casa una discusión llegó después, una horrible que solo empeoró todo. Ese recuerdo también se apodera de mí, causándome un horrible sentimiento de dolor.

-Aquel mes donde no hablamos, vine a ponerlas, era como si todavía siguieses en mi vida -dice Enzo en voz baja, notando mi sorpresa.

-Vaya, que sorpresa. Son muy bonitas, de verdad.

Todo está igual, pero diferente a la vez. Nosotros tampoco somos ya los de entonces, no somos aquellos jóvenes que vivían bailando y cantando a todas horas, los que apoyaban el uno al otro. Y yo ya no soy aquella que intentaba reprimir sus sentimientos. Ahora siento, y mucho. Quizás demasiado para lo que me gustaría, porque en este momento estoy sintiendo un amor demasiado profundo al ver estas fotos.

-Cierra los ojos -dice de repente.

-Enzo no sé que estás tramando, pero odio las sorpresas- digo extrañada.

Le miro, desconfiada, pero algo en su expresión me hace confiar en él y hacerle caso. Coloca suavemente sus manos sobre mis hombros, guiándome con pasos lentos y cuidadosos. Siento el aire fresco de la naturaleza rozando mi rostro, el olor al agua del lago y escucho el crujido de las hojas bajo nuestros pies hasta que, finalmente, nos detenemos.

-Ya puedes abrirlos.

Al abrir los ojos, me encuentro rodeada de girasoles. Cada flor parece inclinarse hacia mí, como si estuvieran saludándome. Mis manos tiemblan, y una mezcla de sentimientos me invaden.

-Los planté hace unos años. No pude evitarlo... era como si aún estuvieses aquí conmigo, como si nada hubiera pasado -dice Enzo con una voz suave y amable.

¿Tanto me amaba? ¿Tan importante fui para él en aquellos tiempos? Sabía que me quería, es cierto, pero ahora me doy cuenta de que sus sentimientos iban mucho más allá de lo que podía imaginar.

Las lágrimas nublan mi vista. A pesar del tiempo, a pesar de todo lo que nos ha separado, este gesto me demuestra que aún ocupa un lugar en mi vida que nadie ha podido llenar, ni siquiera Daniel, a pesar de sus intentos. Siento un impulso incontrolable de abrazarle, de hacerle saber cuánto le he echado de menos, de cuánto he luchado por no pensar en él y dejarle de amar.

Ambos sabemos que tenemos un vínculo que no puede romperse. No importa nada más cuando estamos juntos, así era antes, y así parece que sigue siendo ahora, cinco años después.

Sin poder contenerme, me vuelvo hacia él y lo abrazo, aferrándome a su cuerpo con una fuerza que ni yo misma sabía que poseía. Mis lágrimas caen libres mientras él me envuelve, y en ese abrazo, parece que los años se disuelven, como si nunca nos hubiéramos separado.

-Parece que te han gustado- dice para alegrar la situación.

-¿Por qué no volviste antes?

-Lo hice, de vez en cuando venía a la ciudad, pero no quería que lo supieses, habías seguido adelante y no quería provocar algo malo —dice, con voz cargada de un remordimiento que nos atraviesa.

-Quizás... Quizás... -intento decirle cuánto le amaba y que deseaba que hubiese vuelto a mí, pero sé que es mejor callarme y no decirle nada. Enzo jamás sabrá lo enamorada que estuve de él y así es mejor. Así jamás será una tentación.

Enzo suspira, pasando una mano por su pelo en un gesto que me resulta tan familiar que me hace sonreír, pese a la tristeza.

-No hace falta que digas nada. Vamos a preparar algo de comer, estarás hambrienta. Nos espera una semana dura.

-Lo que has hecho... estos girasoles... -me tiembla la voz-. No sabes cuánto significa esto para mí.

Él me coge de las manos, y noto sus dedos acariciando los míos con suavidad.

Cierro los ojos, incapaz de sostener tanta intensidad. Siento que el peso de sus palabras y de los años perdidos nos envuelve. Caminamos de nuevo a la casa a preparar algo de comida de lo que ha traído Enzo para estos días. Yo también he cogido algunas cosas de casa, para tener variedad de comidas, y también de bebidas.

La Saga Destino: Perderme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora