Capítulo 41.

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La mañana es gris y silenciosa, como si el mundo supiera lo que estoy a punto de hacer. Apenas he dormido, y la maleta que llevo en la mano me parece más pesada de lo que debería. Tal vez sea porque siento que estoy dejando algo más que ropa detrás de esta puerta.

Daniel no dijo nada cuando se lo propuse anoche. Solo asintió, como si ya supiera que era inevitable. Su silencio me dolió más que cualquier palabra. En el fondo, ambos sabemos que es la mejor decisión.

- ¿Estás segura? -me pregunta ahora desde el marco de la puerta, con los brazos cruzados y los ojos cansados.

No puedo mirarlo directamente. No cuando todavía llevo el peso de lo que le he hecho. Porque sé que si lo hago, querré quedarme a su lado.

-Necesito esto, Daniel. Necesito tiempo para pensar. Para aclararme. Ambos lo necesitamos.

- ¿Pensar? -replica, y su tono no es de reproche, pero tampoco de comprensión-. ¿Pensar en qué, Irina? ¿En si quieres quedarte conmigo o volver con él?

El golpe de sus palabras es certero, pero me obligo a mantenerme firme. En el fondo es el motivo por el que me voy y ambos lo sabemos.

-No se trata de eso -respondo, aunque ni siquiera yo estoy segura de lo que estoy diciendo-. Se trata de entenderme a mí misma y de saber qué quiero realmente.

Daniel suelta un suspiro, pasando una mano por su cabello, como si intentara encontrar paciencia donde ya no le queda.

-Haz lo que tengas que hacer, Irina. Como siempre.

Esa última frase me duele más de lo que debería, pero no respondo. No hay nada más que decir. Cruzo el umbral de la puerta con la maleta en la mano, sintiendo que cada paso que doy es un pequeño abismo que nos separa más y más.

Cuando entro al ascensor, me doy la vuelta para mirarlo una última vez. Está ahí, de pie, con las manos en los bolsillos, pero no dice nada. Solo me observa, y en sus ojos veo una mezcla de tristeza y resignación que me rompe el corazón.

-Te quiero, Daniel -digo antes de que se cierre el ascensor, aunque sé que esas palabras ya no son suficientes.

Él asiente, pero no responde. La puerta del ascensor se cierra, y con ella siento que dejo atrás una parte de mi vida que tal vez nunca recupere.

La casa de mi padre está tranquila, como siempre. Cuando llego, él ya me está esperando en la puerta, con esa sonrisa cálida que nunca cambia, sin importar lo que pase.

-Hola, cielo -dice, abrazándome con fuerza-. Bienvenida a casa.

De repente, el peso en mi pecho se aligera un poco. Aquí no tengo que fingir ser fuerte, ni mantener una fachada. Aquí puedo desmoronarme si lo necesito. Aquí puedo ser yo misma, puedo llorar, maldecirme o incluso patalear de rabia, sin importar lo que mi padre pueda pensar.

-Gracias, papá -susurro, apoyando mi cabeza en su hombro-. Gracias por dejar que me quede.

-Siempre será tu casa Irina, ya lo sabes.

Me tumbo en mi cama, mirando el techo mientras intento organizar mis pensamientos, pero todo sigue siendo un caos. Daniel, Enzo, la tienda, mi propia confusión... Miro hacia el cuadro de mi madre y Fran y todo se vuelve peor que antes. Les echo de menos.

-Os necesito tanto... -digo mirando al cuadro, con el corazón en añicos.

Esta habitación me recuerda demasiado a Enzo lo que no ayuda a la situación en absoluto.

La voz de mi padre desde la puerta interrumpe mi maraña de pensamientos.

- ¿Te preparo un café?

Asiento, y mientras él se marcha, cierro los ojos. Aquí, en esta casa, espero encontrar las respuestas que tanto necesito. Pero en este momento, solo quiero detener el ruido en mi cabeza y sentirme un poco menos perdida.

Me levanto al salón y ambos nos sentamos en el sofá. Mi padre se imagina lo que ha pasado y es un alivio no tener que hablar casi porque él me conoce demasiado bien.

Dejo la taza sobre la mesa y respiro hondo. Si no se lo digo ahora, no lo haré nunca.

-Papá... -mi voz tiembla, y veo cómo él deja su libro a un lado, como si supiera que lo que voy a decir es importante-. No sé qué hacer.

-Eso ya lo imaginaba cuando te vi aparecer por la puerta de casa -responde, con una media sonrisa que no llega a sus ojos-. ¿Qué ha pasado?

Me armo de valor y lo miro.

-He sido infiel a Daniel.

Las palabras se sienten como un golpe en el pecho, tanto para él como para mí. Lo veo tensarse por un segundo, pero luego su expresión vuelve a ser serena. Imagino que no se lo esperaba o quizás sí, no lo sé.

- ¿Con Enzo? -pregunta, sin rodeos.

Asiento. No puedo ni siquiera pronunciar su nombre ahora mismo.

-No sé qué me pasó. Todo es un caos, y me siento horrible. Daniel no se merece esto.

- ¿Sigues queriéndole, cierto? -pregunta finalmente.

-Creo que una parte de mí nunca dejó de amarle, pero... también quiero a Daniel. Soy una persona horrible.

Mi padre guarda silencio por un momento, pero veo que algo se mueve en su mente.

-Hay algo que tengo que decirte Irina.

Levanto la mirada, confusa.

-Enzo y yo nos vimos hace unas semanas, por eso estaba tan raro cuando vinisteis a casa. No sabía cómo ocultártelo.

El aire parece detenerse en mis pulmones. Ahora todo encaja. No me siento traicionada, sé que mi padre no lo dijo porque supondría que eso me partiría el corazón. Saber que ellos han vuelto a estar juntos solo hace que recuerde lo mucho que se querían y que ambos se ayudaron el uno al otro en un pasado

- ¿Para qué?

-Para hablar sobre ti, me dijo que seguía amándote, que no podía olvidarte. Quería saber si pensaba que todavía tenías un lugar para él.

Cierro los ojos, intentando procesar sus palabras. Todo esto es demasiado.

- ¿ Y qué le dijiste?

-Le dije que no era yo quien debía responder a esa pregunta. Que si realmente te amaba, debía enfrentarse a ti y descubrirlo. Aunque también le dije que tenías una buena vida ahora y que debía dejarte disfrutar de ella.

Me quedo callada, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza. ¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué dejó que las cosas llegaran a este punto?

- ¿Cómo elijo entre alguien que me dio todo y alguien que sigue siendo una parte de mí?

Mi padre suspira, y por primera vez lo veo con una vulnerabilidad que no suele mostrar.

-La vida no se trata de elegir lo que es más fácil o lo que parece correcto a simple vista. Se trata de elegir lo que hace que tu corazón encuentre paz.

Sus palabras se clavan en mí como un eco de algo que no quiero aceptar.

- ¿Y si nunca encuentro esa paz? -pregunto, con la voz rota.

-La encontrarás, pero primero tienes que ser honesta contigo misma. No con Enzo, no con Daniel. Contigo.

Las lágrimas finalmente caen, y él me abraza. Por un momento, vuelvo a ser la niña que corría a buscar consuelo en su pecho cuando el mundo parecía demasiado grande.

-Siento que me consumo, que me muero, que todo se me cae encima...

-De amor no se muere, pero el amor sí que mata y nos deja ahí, intentando salvarnos con las pocas fuerzas que nos quedan.

-Te quiero papá. Gracias por estar siempre para mí.

Por primera vez en días, siento que tal vez haya una salida, aunque todavía no pueda verla claramente. Estar aquí con mi padre me hace sentir que es donde debo estar, que ahora mismo mi corazón está refugiado y protegido con él.

La Saga Destino: Perderme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora