Prólogo.

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Ella

La lluvia cae despiadada sobre el mármol. Las personas se esconden bajo paraguas negros con la intención de protegerse del desconsiderado tacto del agua. Cae con fuerza y sin piedad, cae queriéndose llevarse todo menos el dolor.

El discurso terminó, la tierra la tapó y ya todos pueden marcharse. Todos menos ella. No importa quien se vaya, quien se quede, quien llore o quien acaricie su nombre grabado en la en la piedra fría. No importa quién se lo suplique, ella no irá con ellos y por eso los paraguas negros  juntos, sin separarse, avanzan mientras se alejan de ella y olvidan atrás a la que no quiere dejarla sola. La que queda desnuda para la lluvia. El agua corre por la piel que cubre todo su cuerpo dejándole el dolor, no se lo lleva solo la moja.

Un paraguas se separa de su manada al quedarse parado mientras todos avanzan. La mujer bajo el paragua retardado se gira y mira a quien no quiere dejarla sola. Llora acostada sobre el mármol a la vez que lo araña suplicando su regreso. Quiere quemar la piedra con sus lágrimas, romperla con sus uñas, dejarla salir, llevársela, no dejarla allí. La quiere a ella, pero ella no volverá.

Permanece tumbada en el mármol llorando y chorreando la crueldad del agua que el cielo deja de caer, como si esa fuera su única opción. Su mano temblorosa acaricia el nombre grabado en la tumba, en silencio le grita al cuerpo sin vida "perdóname, vuelve". Nadie la escucha. Quiere su regreso, todos lo quieren, pero ella no regresará de su ataúd fría y oscura. Ahora ella es oscuridad y pronto tierra será.

Lo único que se puede escuchar en el frío cementerio es el chocar del agua arrojada desde el cielo contra las lápidas grabadas y el llanto de una muchacha desconsolada. Llora, nadie la consuela pues la única que podría hacerlo no lo hará. Ella ya no hará nada.

La mujer bajo el paragua retardado aprieta sus ojos y de cada uno de ellos sale una lágrima, una por la que se queda bajo tierra y otra por la que se queda sobre la tumba echada. Sin más sus pies caminan, sin fuerza, hacia el resto de la manada ya lejos de las tumbas mojadas. Sabe que nada calmará ese llanto, sabe que debe dejarla llorar lo que se le quedará clavado en el alma, y sabe que, esta vez, ni puede secar sus lágrimas ni a ella la puede hacer despertar.

Sigue llorando con una mano acariciando el nombre bajo la foto en la lápida pegada. Su cabello esta esparcido por la tumba y sus lágrimas se mezclan con el agua despiadada que viene del cielo. Su cuerpo tiene frío, pero aún no lo sabe.

A ella la dejaron tumbada, una mano sobre la otra, ojos cerrados, piel pálida y cuerpo frío. Ella permanecerá tumbada en la oscuridad de su ataúd hasta convertirse en polvo. No llorará, no reirá. No verá la luz, ni tampoco la oscuridad. Todos sienten su partida, ella no. Todos lloran su ida, ella no. Todos quieren su regreso, ella ya no quiere nada. Todos respiran, ella no. Todos sienten, ella no. Todos se ha ido, ella ya no regresará.

La lluvia sigue cayendo despiadada y con fuerza sobre cuerpos sin vidas y polvo guardado en piedras de mármol grabadas. Sobre lágrimas secas y sobre las que aún están cayendo. Sobre memorias perdida y recuerdos olvidados. Sobre la muchacha desolada sobre la tumba. Sigue llorando.

Llora, porque el dolor la desgarra. Llora, porque quiere el regreso de quien no regresará. Llora, porque el corazón de ella ya no late. Llora, porque la dejó tumbada en la oscuridad que la tumba guarda. Llora, porque ella no la consolará. Llora, porque ella no volverá.





Ella {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora