Capítulo: 3

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Humo

Aquel escarabajo azul ya corría por una de las muchas carreteras de Los Ángeles. Dafne lo había hecho desviarse de su camino a casa como era habitual pues, no le gustaba pasar más tiempo del necesario en casa. Donde sí le gustaba pasar más tiempo del necesario era en la playa, daba igual cual fuera esta para ella era un buen lugar en el que estar. Aquel día como muchos otros había ido en busca de la playa más solitaria, la más tranquila y vacía. Y al parecer había dado con ella. No había nadie, asique era el lugar perfecto para hacer lo que Dafne fue hacer allí; dibujar.

Aparcó el viejo coche en el vacio estacionamiento de la playa y cogió su cuaderno de dibujo junto a varios lápices de diferentes números y algún que otro carboncillo. Bajó del vehículo y parada junto a este respiró profundamente, notó como sus pulmones se llenaban de aquel aire húmedo mientras escuchó como la brisa la llamaba. Terminó por caminar hacia la arena. Allí se sentó y comenzó a dibujar el paisaje frente ella. Poco le hubiera importado haber pintado el vaivén del agua salada y el cantar del océano si hubiera podido hacerlo. Pero como sucede con los olores no hay lugar en un dibujo para el movimiento y el sonido. Terminó su dibujó, lo miró orgullosa y se levanto de la arena. Caminó hacia su coche y tras dejar su cuaderno, sus lápices y carboncillos en el asiento del al lado, hizo rugir el motor. Este hizo un ruido enfermizo pero Dafne lo ignoró y puso rumbo a casa.

La casa estaba consumida por el silencio, era lo normal. Dafne subió las escaleras y dejó caer su gran bolso negro en la cima de esta. Ella se encaminó a la puerta el final del pasillo y la abrió con delicadeza. Había poca luz en el interior, el escritorio de madera seguía en su lugar y tras el estaba Brap con su cabeza gacha y su mirada pegada a sus papeles.

—Hola papá.

El hombre de mirada triste levantó su cabeza con el objetivo de mirar a su hija. Ella se acercaba a él con una sonrisa dulce dibujada en sus labios rosados y una fingida alegría emanando de un lugar oculto en su interior.

—Hola hija. —Dafne besó la mejilla de su padre y este volvió a sus papeles mientras que su hija se sentaba sobre el escritorio y le acariciaba el brazo.

—Voy a salir.

—Vale cariño, ten cuidado.

La muchacha volvió a besar la mejilla de su padre y salió de aquella habitación. Recogió su bolso del suelo y entró en su cuarto, allí cogió algo de ropa y la metió en una mochila que se colgó de los hombros. No pasó mucho tiempo cuando ya estaba en aquella sala de paredes de espejos. Vestía unas mallas negras que se aferraban a sus piernas y una camiseta blanca que dejaba uno de sus hombros fuera. Su cuerpo bien definido se movía según la demanda de la música que un día de un piano salió y en aquel momento lo hacía de su teléfono móvil conectado a un pequeño altavoz. Giraba sin descanso sobre la puntas de sus pies. Parecía delicada, saltaba como si no le costara trabajo hacerlo, bailaba tratando de olvidar lo que no paraba de dañarla. Y así paso horas Dafne, siendo parte de una melodía, moviendo su cuerpo como si fuera goma. Mechones de pelos se le habían escapado de su moño, ese que siempre estuvo más desecho que hecho.

El escarabajo azul hizo de nuevo ese sonido enfermizo cuando lo arrancó y Dafne volvió a ignorarlo, pero no solo aquel día también los siguientes hasta que aquel jueves, cuando Dafne regresaba a casa tras horas de baile y el coche dejó de correr mientras echaba humo por el capó.

—Perfecto. — Susurró frustrada mientras golpeaba el volante.

No hizo ni si quiera el intento de bajarse del coche y mucho menos se le pasó por la cabeza abrir el capó. La mecánica no era lo suyo, lo tenía a sumido y no era algo que le preocupara. Tras casi media hora parada en medio de una de las muchas calles de Los Ángeles, el capó disminuyó la cantidad de humo que dejaba salir, entonces Dafne volvió a poner el motor en macha. Sonando demasiado, a tirones y sin dejar de echar humo el pequeño choche comenzó a moverse. Muy despacio y parándose de vez en cuando llegó al taller. Dafne salió de su preciado coche agitando las manos frente de su cara en un intento de abrirse camino entre el humo procedente de su pequeño escarabajo azul.

— ¡Dafne!— Gritó Henry mientras se acercaba a la muchacha y se limpiaba la grasa de las manos en un trapo.

Henry era el dueño del taller. Un hombre con mucha barriga y poco pelo en la cabeza pero bastante de este distribuido por todo su cuerpo. El hombre estaba bastante familiarizado con el coche de Dafne. .Aquel hombre había arreglado su escarabajo azul demasiadas veces como para llevar la cuenta, las suficientes como poder decirse que Henry y Dafne eran amigos.

— ¿Otra vez el pequeño?— Preguntó sin una pizca de sorpresa. Dafne le sonrió mientras asentía.

— ¿Cómo has estado Henry?

—Con demasiado trabajo. He tenido que contratar a un claval, yo no daba abasto pero supongo que eso está bien ¿no? El negocio funciona.

—Claro. — Dafne le volvió a sonreír.

— ¿Y tú? ¿Ya empezaste las clases?

—Sí, a principio de esta semana.

—Espera aquí, le voy a decir al chaval que te atienda.

Dafne asintió y Henry desapareció entre los vehículos que había en lugar. Estuvo ahí parada, a unos metros de su escarabajo azul, unos minutas. Pronto por el mismo lugar por el que se fue Henry apareció un el Chaval. Se trataba de un muchacho joven semidesnudo pues, su torso estaba al descubierto mientas que la otra mitad de su cuerpo estaba tapada por unos pantalones vaqueros manchados de la grasa propia de los coches. Sus músculos estaban bien marcados y decorados por algún tatuaje. El sudor hacía su piel billar, sus ojos eran del verde esperanza más bonito que Dafne jamás había visto y su melena rebelde estada sujetada en una pequeña coleta.

Avanzó hasta ella decidido, sin miedo, sin dudas. Era un dios griegos pero ¿Qué hacía fuera de su hogar? La única respuesta a esa pregunta solo podía ser que fue expulsado del Olimpo. Dafne tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano por no acariciar el pecho desnudo de aquel ser, de Harry, el mismo Dios que todos temían en el instituto.

— ¿Dónde está el coche?

—Fu-fuera.

Harry pasó por su lado dirección a la enorme puerta que daba para fuera y cuando Dafne reaccionó corrió tras él.

— ¿Este cacharro?— Preguntó Harry señalando el escarabajo azul del que salía humo sin descanso. Dafne asintió.

—Pero ¿tú estás segura de que quieres arreglar esta cosa?

—Segurísima. —Le contestó firme. — ¿Puedes arreglarlo o no?

Harry le dedicó una sutil mirada a la chica antes de abrir el capó del coche, se echó para atrás agitando sus manos para esquivar, sin éxito, el uno que salió de aquel cacharro. Se colocó de de espaldas a Dafne y se inclinó ligeramente para mirar dentro del coche. Su espalda era fuerte, perfectamente formada, tal vez era eso lo que hacía que Dafne no parara de mirarla mientras mordía su labio inferior.

—Puedo arreglarlo. — Dijo Harry mientras se giraba hacían Dafne. — Pero no sé cuánto durará.

—Bien, pues arréglalo.

—Te avisaremos cuando esté listo.

Y así dio Dafne por terminada aquella conversación. Abrió la puerta del copiloto, cogió su mochila y comenzó a caminar alejándose del lugar bajo la atenta mirada de Harry. Algo le hacía mirar la figura femenina sin poder evitarlo, era tan perfecta que dejar de admirarla era complicado, posiblemente imposible.

Ella {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora