Capítulo: 10

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Sexo y baile

Las costas del estado dorado son algo bonito que dibujar, Dafne lo sabía bien. También son un buen lugar por el que correr, eso era Harry él que lo sabía. Pero aquella mañana de aquel sábado ni Dafne dibujaría, ni Harry correría. Apenas hacia tres horas desde que Harry llegó a su casa acompañado de aquella barbie pelirroja con la que estuvo dándose placer hasta hacia bastante poco.

La noche anterior, después de dejar a Dafne en su casa se fue, según sus palabras, de caza. Pero aquella noche fue diferente pues no se fue de caza por diversión, no lo hizo porque era lo habitual. Lo hizo porque no tenía la necesidad de hacerlo, porque se sentía cómodo con la idea de llevar a la figura femenina a su casa por el simple hecho de saber que llegaba bien. Aquella noche en la que la música bombardeaba sus oídos y el alcohol anulaba sus sentidos, ninguna de las muchas mujeres embutidas en vestidos muy por encima de sus rodillas eran lo suficientes buenas para estar en su cama. Las fue rechazando a todas hasta que cerca de las siete y media de la mañana se dio cuenta de que a la única que quería tener en su cama era a Dafne. Culpó al alcohol de ello, lo culpo de habérsela imaginado tumbada en su cama con sus ojitos cerrados y su cuerpo tapado por sus sabanas de seda. La confusión se mezcló con la desesperación y fue a por esa pelirroja que siempre estaría dispuesta a ser su juguete sexual.

La noche de Dafne fue bastante diferente. Se había metido en su cama y se había dormido para levantarse temprano a la mañana siguiente. Había soñado algo pero al despertar no pudo recordar que fue. Hacía ya bastante que no recordaba lo que soñaba. Ni siquiera recordaba lo que había soñado cuando se despertaba cubierta por una fina capa de sudor, cuando su corazón latía asustado y sus ojos se abrían de golpe. Estaría horas bailando en aquella habitación de paredes de espejos sin que su cuerpo se cansara y sin que sus recuerdos la atormentaran. Dafne bailaba envuelta en la melodía de un piano hasta que llegara la hora de volver a casa.

Harry se despertó sin nadie acostado a su lado con un dolor profundo torturando su cabeza y sed, mucha sed. Se puso uno calzoncillos y fue directo a la cocina, allí estaba la barbie pelirroja comiendo, lo que parecía ser, un bol de cereales.

—Sigues aquí. — Dijo Harry desde la puerta de la cocina mientras se frotaba la frente.

—Sí. — Dejó el bol en la encimera y se levantó del taburete. —Sigo aquí.

Llevaba puesta una camiseta blanca que había cogido del armario de Harry, la tela apenas tapaba sus diminutas bragas rojas. La pelirroja se acercó lentamente al Harry quien estaba apoyado en el marco de la puerta. Camino sexualmente hasta estar en frente de él. Harry miró como la muchacha comenzó a acariciar su torso desnudo. Sus delgados dedos fueron delineando los músculos tan marcados que Harry tenía en la zona que tocaba hasta que llegaron a la única ropa que aquel perfecto cuerpo llevaba puesta.

—No esperaba que vinieras a buscarme ayer. — La pelirroja mordió su labio inferior. — Pero me alegro que lo hicieras. — Acercó sus labios a una de las orejas de Harry. —Fue divertido.

Una de las manos de la muchacha se metió en la ropa de Harry y acarició aquello que comenzaba a crecer dentro de la prenda. Harry deseoso y lujurioso besó brutalmente los labios de la muchacha, rodeo su cintura y la elevó para que ella enrollara las piernas alrededor de su cuerpo. Dafne entró en aquella casa en la que vivía tras haber pasado horas bailando, esperaba encontrar a su padre sentado frente la tele apagada y una taza de café frio entre sus dedos. Pero lo encontró sentado junto su abuela. El pobre hombre quería huir de allí, la mujer severa llegaría y él no quería estar en el salón cuando eso pasara.

—Hola abuela.

—Hola cariño. — La mujer se levantó y abrazó su nieta. — ¿Has comido?— Dafne asintió y besó la mejilla de su padre.

Este le agradecía en silencio su llegada, ahora que ella estaba allí él podría irse. Diría que trabajaría, pero se torturaría como cada vez que se ponía delante de sus papeles. Brad nunca hizo el intento por seguir con su vida, no al menos con la vida que llevaba antes de que todo cambiara. Se había culpado por lo que pasó, como la mujer severa hizo. Ella nunca lo perdonaría por un capricho de su corazón, por lo que ese capricho le arrebató.

El hombre se levantó del sillón acarició el pelo de su hija, beso la frente de su madre y se fue susurrando un "tengo trabajo que hacer" mientras salía del salón. Abuela y nieta se miraron, ambas echaban de menos al mismo hombre. Dafne le sonrió, quería que su abuela no se diera cuenta del dolor que su hijo arrastraba, pero eso no era algo que ella le pudiera ocultar, nadie podía ocultar el dolor de aquel hombre.

—Necesito que me acompañes a la iglesia. — La muchacha elevó sus cejas ante las palabras de su abuela.

Harry había sentado a la pelirroja en la encimera y le había sacado la camiseta blanca, para jugar a su antojo con los pechos de esta. Ella gemía por el placer que la boca de Harry le proporcionaba. Pronto fue la boca de la pelirroja la que pasó a darle placer a Harry. A ella parecía gustarle como Harry cerraba sus ojos y entreabría sus labios mientras que tiraba de su cabello despeinado indicándole cual era la velocidad que quería que llevara. El chaval disfrutaba de lo que esa muchacha le hacía, disfrutaba de que lo obedeciera, de que se esforzara por darle place. No importaba si ella lo disfrutaba o no, lo único importante era que él lo hiciera. Había llegado al límite y ella paró. Alejó su boca de él. Pero Harry no había tenido suficiente, a pesar de que la boca de la pelirroja se había llenado de las pruebas de placer que le había proporcionado, él quería más.

Dafne no era amiga de rendirle culto a un dios de dudosa existencia y su abuela lo sabía. No era algo que tratara de mantener oculto y el que su abuela le pidiera que la acompañara a la iglesia no era lo habitual. No le gustaba ir a la iglesia, aquella iglesia que tachaba de pecado cosas que ella no consideraba que lo fueran.

—A llevar algunas cajas de ropa antigua para los necesitados. — Aclaró Lourdes.

—Vale, me doy una ducha y vamos.

Dafne subió las escaleras para hacer lo que le dijo a su abuela que haría, darse una ducha. Mientras Lourdes se acomodo de nuevo en el sillón a la espera de su llegada. Pero la que llegó fue Minerva que entró en el salón con la intención de leer el correo. Lourdes la miró con una sonrisa que nunca seria correspondida y Minerva le regaló una mirada desafiante. Que a Minerva no le gustara Lourdes no era de extrañar. Si lo era que a Lourdes no le gustara Minerva. A aquella mujer le solía gustar todo el mundo. A decir verdad hubo un tiempo en el que la mujer de su hijo le gustó pero eso ya no era así, hacía mucho que no.

— ¿Qué haces aquí?— Le preguntó la mujer severa.

—Tan agradable como siempre, querida. — Le respondió Lourdes.

Harry en un movimiento ágil subió a la pelirroja de nuevo en la encimera y de forma rápida y energética entró en ella. Entraba y salía de ella, movimientos cada vez más salvajes, a él le gustaba y eso era lo que les importaba a ambos.

—Deberías irte, Natalia. — Dijo Harry cuando tuvo suficiente.

Se alejó de la muchacha, la dejó en la encimera mientras que él se fue a dar una ducha. La pelirroja supo que era el momento de irse así que se vistió y abandonó el piso de lujo de Harry. Cuando Harry entraba de su ducha Dafne salió de la suya. Le pidió el coche a su padre para poder llevar a su abuela a la iglesia. El suyo ya debía de estar en el taller de Henry otra vez a la espera de que Harry lo arreglara.

Ella {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora